El hombre, sustancia plánctica
Los poetas que comenzaron a publicar en el primer lustro de la década del. sesenta sufren silencio antológico y bibliográfico. Si exceptuamos la epifánica Antología, de F. Martínez Ruiz, apenas asoman en otras que no sean locales, regionales o temáticas. Lo frecuente es dar un salto desde la orilla del cincuenta a la que los novísimos. olvidando nombres como los de Miguel Fernández, Angel García López, Diego Jesús Jiménez, Joaquín Caro Romero, Benito de Lucas, Manuel Ríos Ruiz, Antonio Hernández, etcétera. Todos ellos tienen algo que ver con el prestigioso A donais y llenan un espacio de creación digno de estudio. Clasificarlos es tarea difícil. No tienen nombre propio y aunque el año 65 pudiera marcar la fecha aproximada de su confirmación, las diferentes partidas de nacimiento literario dificultan su bautismo. Tal es el caso, por ejemplo, de Hilario Tundidor y Beníto de Lucas. Los dos pertenecen por formación, afinidad y compañerismo al grupo anterior, el de Claudio, González, Sahagún, etcétera, pero ni uno ni otro figuran en la lista antológica de sus compañeros. La obra de Tundidor se abre al balcón del sesenta y la de Benito de Lucas surge en la mitad de la misma década. Se distancian editorialmente, aunque no en cuanto a la publicación de poemas en revistas poéticas.Seis años llevaba Benito de Lucas sin publicar. En 1964 aparecieron Las tentaciones. Cuatro años después, Materia de olvido, premio Adonais, 1967, y KZ (campo de concentración), fruto de su estancia universitaria en Alemania, en 1970. Las estribaciones del 76 vieron este Plancyon, y el año en curso verá el libro que acaba de obtener el Premio Miguel Hernández.
Joaquín Benito de Lucas: Plancton
Colección Alamo, Salamanca, 1976; 96 páginas.
Plancton es una bella metáfora de los sueños, la sustancia más real de la vida. El poeta quiere apresar, en vocablos. una intuición becqueriana revivida con matices personales, parasicológicos. La vivencia propulsora obedece a un trocamiento valorativo de lo real. Se apoya en el convencimiento de que el vivir ordinario es una falsificación de las verdaderas aguas anímicas. Y con el vivir, la totalidad de todo lo que constituye su refiejo. Sólo en soledad y hacia adentro, profundizando el pozo de los sueños -Freud, Jung- podremos encontrar nuestra imagen real. El ser humano, parece decir el poeta, es sujeto de sustancia plánctica. En el mar de su vida viven en suspensión seres ya atemporales, pero que ocupan un espacio en la temporalidad de la memoria. Hay un lenguaje mental, energía anímica, que el poeta, sorprendido, trata de recuperar, como si el ser a solas fuera ser en el conjunto total de la existencia. Lo que llamam'os la vida es sueño, y el sueño, auténtica vida. La obra calderoníana y también la cervantina -¿quién era Dulcinea?- se juntan en este verso con la ensoñación becqueriana y la memoria dolorida de Antonio Machado.
Lo que echo de menos en este libro es la correspondencia formal de ese mundo apuntado. Una forma convincente, no oníríca, un tanto pegada al tópico, desvirtúa en génesis, la trayectoria conceptiva del poema.
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