Relevo presidencial en los Estados Unidos
A las seis de esta tarde, mediodía en Washington, James Carter se convertirá en el trigésimo noveno presidente de Estados Unidos de América. Antes, pronunciará el juramento ritual, el mismo desde que, en 1789, tomara posesión de la Presidencia Jorge Washington con la mano derecha abierta y en alto y la izquierda posada sobre un ejemplar de la Biblia. Horas antes del acontecimiento, la temperatura en la capital federal era de diez grados bajo cero. Más de 4.000 periodistas de todo el mundo cubrirán la información del relevo presidencial, inmediatamente después del cual, el ya ciudadano Gerald Ford partirá hacia su nueva residencia en California. Cuatro cadenas de televisión transmitirán en directo la más importante ceremonia política norteamericana.
Defensor durante su campaña electoral de una nueva moralidad en la política norteamericana y sucesor de una Administración republicana marcada por el escándalo Watergate, Jimmy Cater inicia sus cuatro años de mandato con la responsabilidad de cumplir sus promesas de restaurar la convivencia nacional, devolver a los ciudadanos la confianza en sus instituciones y dotar al país del Gobierno que se merece.Antes de tomar posesión de su cargo, cuando todos son sonrisas y buenas palabras, Jimmy Carter se ha llevado el primer revolcón, que le habrá servido de aviso para planificar sus futuras relaciones con el poder legislativo. El hecho de que la persona designada por el nuevo presidente para dirigir el Ministerio de Justicia perteneciera a tres clubs privados en los que se practica la discriminación racial parece preocupar mucho menos a los senadores que la posibilidad de que un pacifista tenga acceso a material clasificado como ultrasecreto. Eso, al menos, se ha visto en la práctica cuando, con mayor o menor polémica, Griffin Bell ha sido confirmado prácticamente en su cargo, mientras que Theodore Sorensen se ha visto obligado a dimitir de un puesto que nunca llegó a ocupar.
Pero las dificultades a que tendrá que hacer frente Jimmy Carter no se limitan a la desconfianza del Congreso ante personas que no gozan del beneplácito de lo que se conoce como complejo militar-industrial. De hecho, dos de las promesas más radicales que hizo en su campaña electoral el nuevo presidente han visto aplazado ya su cumplimiento hasta dentro de un año, por lo menos, a causa de las circunstancias.
De una parte, la anunciada reducción del presupuesto de Defensa, que llegó a cifrarse en 7.000 millones de dólares al año, no podrá ser puesta en práctica inmediatamente, según declaró ante el Senado el ministro de Defensa designado, Harold Brown. Además, la Administración demócrata llega al poder cuando el presupuesto federal para el próximo año fiscal (octubre del 77 a octubre del 78) ya ha sido presentado al Congreso por el presidente Ford. Y en dicho presupuesto, deficitario por cierto en casi 50.000 millones de dólares, se incluye el mayor gasto militar jamás hecho en Estados Unidos y se incrementa en una cuartaparte el capítulo destinado a la compra de armamento.
Curiosamente, pocos días antes de que se hiciera público el nuevo presupuesto federal, la CIA y otros organismos anunciaron que el poderío militar soviético se había incrementado de tal modo en los último años que era superior al de Estados Unidos. Y el presidente Ford, al despedirse ante la Cámara le Representantes y el Senado, en sesión conjunta, advirtió que sólo seremos los primeros en la paz si no somos nunca los segundos en defensa.
Por otra parte, la lucha contra el desempleo -gran argumento electoral de Carter- parece que se llevará por derroteros más que moderados. La economía norteamericana está demostrado, puede funcionar con tasas de paro forzoso cercanas al 9 %, pero no puede tolerar un crecimiento de la inflación, que es adonde podría conducir, dicen los economistas conservadores, un programa eficaz de disminución del desempleo.
Los sindicatos, grandes aliados de Carter en la campaña electoral, han demostrado ya su descontento por el paquete de medidas económicas elaborado por el equipo demócrata. Y es bien sabido que no es precisamente el radicalismo lo que caracteriza a la trade-unions estadounidenses. La prometida amnistía a los desertores y prófugos de la guerra de Vietnam será un nuevo test de la habilidad y energía del nuevo presidente. Desde que anunciara el pasado verano su intención de conceder un amplio perdón a los desertores de Vietnam, los grupos más reaccionarios del país han desarrollado una fuerte campaña de protesta.
Ford que en la campaña electoral había dicho, por boca de su compañero Robert Dole, no al perdón, no a la amnistía, hizo un esbozo de conceder un indulto poco antes de abandonar la Casa Blanca, sin que se volviera a oír hablar del tema. En el Congreso los representantes y senadores se enzarzaron los pasados días en largas polémicas sobre la conveniencia, o no, de ese perdón que, según Carter, serviría para cerrar las heridas abiertas por la guerra y resraurar la convivencia. Los legisladores sacaron a relucir incluso la guerra de Secesión y el momento en que fue otorgada la amnistía por los vencedores.
Según sus promesas, Carter debe dictar la amnistía, o el amplio perdón, en la primera semana de su presidencia. El cumplimiento o no, de este anuncio y las condicioies en que se regule serán casi tan significativos como lo ha sido la retirada de Sorensen ante la hostilidad de los conservadores.
La reforma de la Seguridad Social, el gran fallo del sistema norteamericano, figura también entre los puntos de la plataforma demócrata que Carter se comprometió a convertir en realidad. Durante décadas, los conservadores se han opuesto a cualquier plan de sanidad nacional con carácter gratuito, tachando poco menos que de comunistas a quienes propugnaban una Seguridad Social mucho más moderada que la existente en los países europeos. Carter, ante lo complejo de la tarea, parece decidido ya a aplazar durante.un año, por lo menos, la puesta en práctica de este punto de su programa.
La política energética. dirigida por el ex director de la CIA. James. Schlesinger será otra de las pruebas más duras para el nuevo presidente, que anunció su intención de crear una reserva de petróleo, investigar a las grandes compañías, limitar la construcción de plantas nucleares y poner mayor énfasis en la búsqueda de nuevas formas de energía.
A nivel exterior, Carter está empezando ya a poner en práctica lo que será su política: la formación de una alianza trilateral entre Japón, Norteamérica y Europa, firmemente asentada en el plano económico: inmediatamente después, la iniciación de un diálogo y posterior cooperación con los países en vías de desarrollo. Y, por último, y dependiendo del resultado de los dos puntos anteriores, crear una nueva relación con la Unión Soviética, a partir de las conversaciones SALTI sobre limitación de armas estratégicas.
La pregunta que, lógicamente. se deriva de todo lo anterior es hasta qué punto puede un presidente norteamericano presionar para que se respeten los derechos del hombre en Corea del Sur, Filipinas, Chile, o Irán, por poner sólo unos ejemplos, o impedir las acciones encubiertas de la CIA en cualquier otro país, si tiene grandes dificultades para nombrar a uno de los miembros de su equipo gubernamental, para recortar el presupuesto militar o para otorgar una amnistía.
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