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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde?

¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? Tales son las preguntas que se hace la marquesa d'O, violada durante el sueño en el castillo que su padre defiende más tarde a punto de ser madre, expulsada de su hogar y recibida en él de nuevo para casarse al fin con el causante de sus males.Este filme de Eric Rohmer, tras sus Cuentos morales, sólo en parte conocidos en España, viene a ser una medida obra, graciosa e inteligente. No graciosa cuando la gente ríe; no inteligente cuando el público más se entretiene. Su humor y aquello que nos dice, más allá de la anécdota, viene de más lejos y para algunos se diría que no llega.

Adaptación de una novela prerromántica sería pedir demasiado de quienes apenas poseen si no nociones vagas de su arte y su tiempo que comprendan el porqué de esta película, de su patética ironía, de la forma de producirse los actores. Cada época piensa hallarse en posesión de la verdad, tal como en tiempos se pensó en el arte, cada tiempo piensa que no envejecerá, que sus modas, sus amores, su forma de contar, sus gestos y sus gustos son inmortales. Es decir: que sólo envejecen y cambian los tontos y los viejos. Quien tal piense debe ahorrarse este filme distante por igual de la cultura y de la contracultura, puesto en pie para demostrar simplemente que una obra puede perdurar sin adaptarse al curso o la medida de cada instante.

La marquesa d'O

Guión de Eric Rohmer, basado en la novela de Heinrich von Kleist. Fotografía: Néstor AImendros. Intérpretes: Edith Clever, Bruno Ganz, Peter Lühr, Edda Speippel. Dirección: Eric Rohmer. Color, Francia, 1976. Local de estreno: Cine Palace.

Realizada casi al pie de la letra, siguiendo la novela de Heinrich von Klein, que ya en sus días se adelantó a sus contemporáneos, incluso la supera a veces en riqueza formal. No se ha n hecho concesiones en ella, no se ha adaptado a la mentalidad de nuestro tiempo con ese afán de deformar la obra para ponerla al, alcance de nuestras propias deformaciones. Eric Rohmer, que divide el tiempo entre el cine narrativo y el didáctico, viene a darnos así una lección en la que las artes se conjugan más allá de la fábula, mostrándonos cómo el siglo de la razón consume sus horas ante los nuevos embates del corazón y por supuesto de una época nueva. Todo ello sin peroratas altisonantes sin dramas sombríos a lo largo de una breve historia que en ocasiones roza el melodrama servida por una magnífica fotografía de Néstor Almendros.

Realizado casi totalmente en un castillo de Nuremberg, este filme se diría que nos lleva a una pasada realidad de luces y colores, tiempo y ceremonia donde los actores se confunden dando esa sensación de vida que solo contados filmes de su estilo consiguen con Bresson a la cabeza.

Mención aparte merecen esos mismos actores, procedentes en su mayoría de la Schausbuhne de Berlín. Sus rostros, vienen a añadir con su arte medido y a la vez desmesurado, una emoción auténtica a los cuadros en los que la historia se divide, dejando al público - acierto público se entiende - un cierto margen de interpretación del relato de su propio trabajo y entenderlo y juzgarlo.

Con sus letreros irónicos también, con su cámara fija salvo para compensar encuadres o acercarnos algún personaje, con su insólito colorido y sus diálogos cargados de resonancias literarias, Eric Rohmer nos da un ejemplo de cómo el arte de la imagen es capaz de aunar en una historia vecina al melodrama lo mejor de un gran momento de la Eruopa Moderna- cómo es posible poner en pie con talento y sensibilidad, saber y gracia, una pequeña obra maestra.

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