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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Para aplaudir inmediatamente: Cipe Lincovsky

Se llama Cipe Lincovsky. Es argentina y judía. Y nos la ha traído esta doliente marea de exilios sudamericanos que llama ahora a nuestras puertas, como a todas las puertas europeas, en un nuevo y abrumador movimiento de ese horrible péndulo de las migraciones políticas. 160 millones de personas -si no me falla el recuerdo de una atroz visita a los archivos ginebrinos- se han exiliado en lo que va de siglos. La mayoría, la inmensa mayoría, europeos. Que rehicieron, en muy gran parte, su vida en la América de habla española. Un asentamiento duro, libre y cordial. Y ahora, el reflujo histórico, lanza sobre nuestra playa a gentes despavoridas y descolocadas. Gentes habituadas a recibir que piden ahora, presurosamente, ser recibidas. Y ser queridas. Estoy seguro de que no deseaban pasarnos aquella vieja factura. Pero la historia no es tan fina: aquí están. Hay que abrirles los brazos. Y no me refiero, claro está, a los reglamentos sino a otras cosas tan tenues como necesarias: la simpatía, la cordialidad, la amistad.

Yo quiero decir algo

Género: Cabaret literario. Intérprete: Cipe Lincovsky. Compañía Morgan de Teatro. Teatro Alfil.

Tormenta de aplausos

Algo de esto se refleja en el soberbio trasluz de lo que hace Cipe Lincovsky. Los conmovidos espectadores del teatro Alfil, desbordados al final de este espectáculo, por una incontenible tormenta de bravos y aplausos, acababan de reconocer allí muchas cosas sabidas y oídas: el dolor humano, la alegría, la dignidad, la ternura, el patetismo, la vocación de supervivencia. He visto a esta mujer en el complejo teatral «Estrellas», de Buenos Aires, en un espectáculo riguroso y profundo: «Gracias». (Recuerdo que la actriz decía en un momento determinado: «¿Realmente son tan tontos como para no poder soportar la verdad? Si es así, no tengo por qué seguir hablando..») El espectáculo, por supuesto, estaba comprometido con la realidad general. Textos y canciones de significación crítica formaban una selección muy brillante, que permitía a la gran actriz desplegar sus fantáticas posibilidades graves, poéticas, sarcásticas y dramáticas. Algunos de aquellos números -la adjuración de Galileo, los homenajes a Sofía Bazán y a Pepe Arias- están incorporados a esta versión de Yo quiero decir algo. Pero aquí y ahora, súbitamente, la espléndida antología pierde intelectualismo, pierde solemnidad, pierde «información histórica» y se convierte en la viva y palpitante tragedia que nos concierne: la tragedia de nuestro tiempo. El espectáculo sangra y duele. La gracia, el talento y la ternura sirven para construir un pequeño espejo que nos refleja sin ninguna otra posible alternativa. Así somos y así es el mundo.El programa subtitula como «cabaret literario» a Yo quiero decir algo. Por supuesto que lo es. Pero aquellas gentes literarias -desde Chejov a Brecht y desde Oliverio Girondo a Piero y Tcherkasky- no rehuyeron su hermoso compromiso de decirnos la verdad en la cara. Cipe Lincovsky, sin declararlo, nos recuerda durante sesenta minutos los infames triunfos de Macky Navajas, los dolores del ghetto, las penas de Lily Marlen, la cínica ternura de la dama de Chejov o la reflexión hambrienta de Madre Coraje. Era Europa. Pero aún le quedaron treinta minutos de espectáculo para ser América. Entonces, esa ardiente voz se encara con la dialéctica subyacente en su espectáculo y nos cuenta, con altísima emoción, cosas tiernas de América, de las pobres «chicas de Flores» de la última orquesta de señoritas o, sencillamente, de Argentina, su país. Por eso no cierra el espectáculo con el crescendo clásico sino con un suspiro personal, el de las conocidas «Coplas», murmuradas como para justificar una preseficia. Claro. Muy claro. Y admirable.

Por lo demás, este catálogo de intenciones está servido por una actriz absolutamente excepcional. Versátil, porque llega desde las cimas trágicas hasta las más divertidas revelaciones de un humor lúcido y espumoso. Eficiente, por la expresividad y espiritualidad de su comunicación, especialmente apoyada en unos ojos muy transmisores y una voz caliente, oscura, de modulaciones profundas. Sensible, por la orientación general de unas intervenciones que buscan siempre la verdad del ser humano, la situación del ser humano, lajusticia, la alegría, el dolor de todos. Y, además, lo suficientemente picante, lúcida y sarcástica como para mostrar el trasluz de las cosas sin tratar de imponernos nuevas verdades «municipales y espesas».

Una ventana abierta

Salió con muchos nervios. Y, como buen animal teatral, se creció en el primer desajuste con sus ricos pero inseguros acompañantes musicales y arrastró inmediatamente a su órbita a todo el teatro. Quizá eso fue lo que ayudó a la ruptura de la forma teatral y sumergió a los espectadores en la fórmula viva del cabaret. Una magnífica ventana, que ahora tenemos, en Madrid, abierta de par en par. Es muy curioso lo que está pasando en esta temporada. El refrescante vendaval europeo que significa y significó el «cabaret» no nos está llegando -bien tarde- por los Pirineos, sino por Barajas. Vía América. Tampoco es novedad. El Renacimiento llegó a Córdoba cuando la vuelta por Damasco y el norte de Africa. Somos un poco raros. Por eso, a veces, cosas tan puras, tan refrescantes como estas nos suenan a látigo y zurriago. Vayan, por favor, a ver y oír a Cipe Lincovsky. Es una especie de Willy Brandt con música.

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