Un español decente
HAY QUE rendir homenaje, en la hora de su desaparición, al español decente que fue Fernando Castiella.Castiella fue ministro de Asuntos Exteriores durante trece años; hasta su silenciosa y ejemplar retirada del verano del 69, tras un choque frontal con los tecnócratas del Gobierno.
Por encima de su perfil político, diplomático o académico, destacaba su dignidad, a veces solitaria, en los trances más difíciles de los últimos decenios españoles. Fernando Castiella fue hombre mal dotado para la adulación; negociador dificil con el poderoso, no acostumbrado a dar la razón al jefe, sino luchador en condiciones de inferioridad absoluta en defensa de su criterio; hombre poco querido por sus iguales, resultó compañero incómodo por su afición a decir la verdad y a denunciar en años de relajación económica y moral, la trampa, la ventaja o la combinación secreta y, rentable.
Como persona inteligente supo adaptar su esquema de valoraciones a la realidad del mundo. Chocó con el almirante Carrero, en defensa de la libertad religiosa -cuyo proyecto de ley torpedeó una y otra vez el interesado fanatismo de un sector del régimen- y volvió a chocar, esta vez sin éxito, al defender con oportunidad y dignidad, la descolonización del Sahara. El tiempo daría dramáticamente la razón a sus tesis.
Un día de agosto, Castiella recibió el «tradicional» motorista de Franco con la carta de su cese. A éste no era ajeno un ciudadano extranjero apellidado Hill. Hasta el último minuto, el ministro español de Asuntos Exteriores se había negado a firmar un nuevo compromiso con Estados Unidos, que consideraba vejatorio para los intereses patrios. Pocos días después, alguien cruzaría, en canoa y de noche, el golfo de Vizcaya para tomar a escondidas un avión y firmar lo que Castiella no creía digno.
Con Castiella desaparece un político ejemplar, merecedor de un mejor Régimen que aquél al que sirvió. Un español de bien, digno de la admiración y el respeto de todos los ciudadanos, al margen ideologías o banderías políticas.
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