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En Florencia se busca la renovación de la democracia cristiana

Ayer concluyó en Florencia el primer convenio Democracia Nueva, un centro fundado en septiembre pasado en Milán que lucha por una cultura y una política nueva en una sociedad industrial avanzada.Después de las elecciones del 20 de junio pasado se abrió en el sistema político italiano un proceso de bipolarización en torno a dos grandes partidos de masas (Democracia Cristiana y comunistas) que a la larga no puede conducir más que a un agotamiento o paralización del sistema mismo.

El convenio de Florencia trata de construir un «nuevo polo democrático» alternativo, partiendo de los valores de la democracia occidental: cristianismo y liberaldemocracia. Han acudido a él católicos, políticos nuevos, filósofos y politólogos de fe laica, incluso sindicalistas autónomos.Todos están de acuerdo en que la Democracia Cristiana, tal como es, es impresetable, que los laicos solos son impotentes, que la cultura liberal democrática es débil. La plataforma común los ve de acuerdo en estos tres puntos: régimen de libertad, conciencia de la común herencia histórica, centralismo del individuo.

Desarrollando este último punto, surge por fuerza una nueva concepción del partido político.

Un partido político tiene que estar abierto a la sociedad, sin pretender representarla por completo. No sólo un organismo ideológico, sino organismo de síntesis de las elaboraciones culturales e iniciativas sociales de que la comunidad es capaz.

En cuanto a la Democracia Cristiana italiana, se quiere hacer de ella un partido estilo anglosajón, como el democrático americano. Con su iniciativa del hotel Hilton de meses atrás. Umberto Agnelli quiso hacer una reforma interna técnico-cultural del partido y no ha logrado más que provocar el pánico entre los camorristas de los carnets. El nuevo «soplo democrático», teorizado, ayer en Florencia, trata de renovar el partido desde fuera.

La realidad es que no hay que confundir «las tentaciones del poder» a las que han sucumbido años pasados muchos hombres de Gobierno de la Democracia Cristiana con los problemas internos de organización de un partido de masas.

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El secretario de la Democracia Cristiana, Benigno Zaccagnini, se refirió a este problenía en una entrevísta que ayer publicaba en primera página Corriere della Sera.

De los «vicios particulares» de la Democracia Cristiana se hablaba desde hace tiempo. La acusación de corrupción, casi contemporánea al escándalo Watergate americano, fue aprovechada en términos de campaña electoral. Y todas las fuerzas políticas, prescindiendo de las necesarias tácticas de alianza de Gobierno, se cebaron en atacar concéntricamente al partido que todavía es el eje del sistema político italiano y, como tal se mantiene. Se dijo que los afiliados realmente a la Democracia Cristiana eran la mitad. La otra mitad eran carnets concedidos a personas existentes sólo en un listín de teléfono o incluso muertas.

Zaccagnin en su entrevista dice naturalmente que se exagera, pero reconoce que el partido conserva todavía una estructura cerrada a los nuevos afiliados, porque los líderes al vértice se preocupan sobre todo de que no se rompan los equilibrios de las diversas corrientes que configuran el partido y dan estabilidad política al país. Los senadores democristianos Orlando y Sarti, que siguen la táctica renovadora del partido que sueña Agnelli, es decir, organizar el partido con lo una empresa industrial moderna, acusan a su partido de viejos «vicios particulares» que en castellano, pueden identificarse con el viejo caciquismo.

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