Ilusiones de tendencia
Pintura 1 en la Fundación Miró de Barcelona
«Se nos aparece la pintura en el esplendor hiriente del significante», decía Xavier Grau colocado ante el trance de escribir una presentación de catálogo para sí mismo y sus tres compañeros de tarea. El rigor que debe exigirse a toda muestra (y hago extensiva la consideración a otras prácticas acaso desdeñadas en el propósito de Grau), con mayor razón habríamos de pedírsela a la recién inaugurada exposición Pintura 1 de la Fundación Miró de Barcelona. Organizada por el Ambit de Recerça, podría haber sido una buena ocasión para hacer un balance, ver la pintura á I'oeuvre, como dicen los franceses, la pintura en el silencio de su presencia única y en la articulación de sus presencias particulares.Mas no ha sido así. Al igual que la muestra Objecte fue un cajón de sastre para todo lo que de cerca o lejos se pareciera al ambiguo concepto de experimentalismo, Pintura 1 es ahora el cajón de sastre para la pintura, pintura y todo lo que en apariencia se le parezca. En Teixidor, en Eva Lootz, en Broto, en Tena, nos hiere el esplendor; también nos retiene su eco, aunque de manera menos intensa, en Rubio, Grau, Carlos León y Gerardo Delgado. A excepción de Eva Lootz, todos ellos exponen en la planta alta. Abajo en cambio, reina una amalgama en que los restos de serie minimal conviven con los saldos de la pintura catalana post-informal, post-Tápies. Borrel, Chancho, Juan Suárez, Franquesa, Armando Pedrosa, Carles Pujol son, en mayor o menor grado, los responsables de las obras. La nómina completa (planta alta más planta baja) supera por lo incoherente la en su momento tan criticada lista de diez abstractos que en junio de 1975 estuvo expuesta en la madrileña Galería Buades.
Sobre la planta alta no hace falta insistir mucho. Ya han salido en estas páginas análisis parciales sobre los pintores incluidos. El grupo cuyo órgano teórico es le revista Trama aparece aquí sin su habitual contexto auto-analítico. Es la presencia más coherente en la muestra; han ganado en consistencia, incluso desde sus últimas exposiciones de Barcelona y Madrid. Las tres pinturas sobre papel directamente sobre la pared, de Gonzalo Tena, con su gestualidad casi escatológica, constituyen un idóneo contrapunto a los dos grandes lienzos blancos (blanco ocultando -no del todo- el rojo) de Broto. Al lado de estas dos obras, lo mostrado por Javier Rubio y por Xavier Grau tiene algo de más trabajoso; en el primero, estructura y color juegan en teoría, aunque en la práctica haya algo como excesivamente recargado; lo expuesto por el segundo, por el contrario, tiene algo de ejercicio bien planteado (como el principio de lo que sería un Morris Louis) pero en el que no ha sido puesta en juego si quiera mínimamente la carga liberadora de la pintura.
Completan esta planta: Carlos León, muy cercano a Trama, aunque más esquemáticamente seguidor de Tel Quel y Peinture, y Gerardo Delgado, de vuelta de sus exiperiencias con IBM y quizás por ello mismo con cierta excesiva fascinación por una manera más tradicionalmente lírica. Mas, quien domina, junto con Tena y Broto, es, indudablemente, Jorge Teixidor. Ya se sabe el apoyo que éste ha encontrado en Trama, para quienes ha sido como un introductor menos teoricista a una determinada concepción de la pintura. Aquí sus tres cuadros casi en el blanco total y en la no-pintura, le acercan a un clasicismo y una serenidad gozosa que pocas veces asoma en el aburrido panorama de nuestro arte.
Leer las salas de abajo, no ya a-la luz de la teoría (desconocida, estoy seguro, por la casi totalidad de estos otros expositores), sino tan sólo a la luz de Teixidor, es empezar a desbrozar el maremágnum y quedamos tan sólo con la obra totalmente marginal de Eva Lootz, mal representada aquí aunque para quien viera su muestra de Buades no es difícil hacerse una idea de que su hacer entra dentro del esplendor hiriente a que antes hicimos referencia. Por lo demás, esta planta baja hierve de contradicciones. Si en Borrell aparecen signos de los Tápies e incluso cosidos (cuando en los años sesenta como miembro de Gallots, de Sabadell, es de suponer hacía una pintura menos agarrotada), el «experimental» Carles Pujol utiliza sus eternas cintas de celo, esta vez en negativo porque se trata de pintar; junto a estos dos casos extremos de mediocridad, justificados al parecer por su presencia como organizadores en el Ambit de Recerca, lo demás apunta a direcciones varias y todas ellas trilladas: series sígnicas de Chancho, minimalismo obsoleto de Franquesa, minimalismo decorativo de Pedrosa, esteticismo y composición tradicional de Juan Suárez.
Optar por un recuento o recorrido como el que propone este texto es, evidentemente, ejercer algo parecido a la «crítica» tradicional. No se vea en ello otra cosa que un recurso, y no un afán de operar como sancionador ni otorgador de prebendas, ni justiciero que fuera a poner las cosas en su sitio. Mas ante la evidencia de un cajón de sastre como es Pintura 1, que «casi» es nueva abstracción (¿casi pintura?), nadie con un mínimo sentido crítico puede contribuir a arropar lo expuesto bajo disgresiones de carácter general sobre el placer de la pintura.
El placer de la pintura, su espléndido silencio, su producirse mismo, esperamos otra exposición que nos los de a ver. Trama, que se ha comprometido en exceso con Pintura 1, esperamos que en momentos menos dispersos que los actuales por ejemplo (cuando, como decía Federico Jiménez en una charla, se vuelva a pasar la moda y se rehaga algo el silencio), contribuya a alguna exposición verdaderamente rigurosa. Por ahora, sólo nos cabe anhelar el fin de estos tinglados, la crítica de estas ilusiones de tendencia. Y contribuir en la medida de lo posible a que cese la moda, a que todo lo que rodea este asunto sea sometido a la crítica de los hechos.
Babelia
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