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Problemas comerciales para los cortometrajes

Ángel S. Harguindey

El cortometraje cinematográfico, mal que les pese a sus realizadores, continúa por la árida senda de la incomprensión, tanto a nivel de distribuidores y exhibidores, como de críticos, que con constancia continúan despreciando, su exhibición o análisis, respectivamente.Recientemente se han producido dos casos sintomáticos: el corto Capricho en colores, del canadiense Norman McLaren, cuya proyección pública se vio bruscamente interrumpida el día de su estreno, por expreso deseo del propietario del local, para ser reemplazado por un NO-DO. El segundo caso es el de Cosmic Zoom, cotometraje de Eva Szasz, producción canadiense también, y que en la actualidad se exhibe en una de las dos salas inicialmente previstas para ello. La razón que explica el que no se proyecte en los dos locales es que el empresario de uno de ellos lo consideró «muy malo y muy feo».

Si se piensa que la televisión no puede ser definida, al menos en este país, como «una escuela de realizadores» y que el cortometraje ha sufrido durante decenios la competencia, cuando no la obligatoriedad, del NO-DO, lo que habría que analizar son las causas por las que surgen, de vez en vez, realizadores jóvenes con talento. Con tal panorama industrial por delante parece milagroso.

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