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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Carta a Areilza

El discurso que has pronunciado en la presentación del libro de Gil Robles, y que ha reproducido íntegramente EL PAIS, me ha parecido sobrecogedor de parcialidad y de olvido de la Historia. He tenido la tentación de escribirte, en este periódico abierto.Haces una calificación global de José María Gil Robles como luchador: Y estoy de acuerdo. Fue un luchador admirable durante la República: fue un luchador después de la guerra civil en el propósito de reconducir la victoria nacional de 1939 a sus personales soluciones políticas, y ahora mismo es un luchador cuando va no es de recibo tener al frente de los cuadros políticos a personajes de esa larga navegación.

Pero simultáneamente a este reconocimiento objetivo y honesto, alguien tiene que decir que José María Gil Robles no es otra cosa que un admirable luchador desafortunado. Su gran operación política en la República consistió en añadir a aquel Estado a muchos de aquellos que no contribuyeron a instaurarlo, y que, incluso, estaban enfrente. Las derechas españolas de entonces no trajeron la República, sino que fueron las izquierdas. Entonces José María Gil Robles hizo el esfuerzo de llevar las derechas a la República, salvo algún grupo minoritario monárquico que se mantuvo en su sitio ¿Y qué súcedió? Pues que cuando el país dio el triunfo en las urnas a José María Gil Robles en 1933 las izquierdas no lo aceptaron, e hicieron la llamada «revolución de octubre». La acusación era que la República no podía ser gobernada por otros que no fueran los republicanos. Y no credencializaban a Gil Robles, a sus numerosos diputados, y a media España. Pero Gil Robles siguió fiel a aquel Estado, Y hasta hizo el sacrificio de prescindir de un hombre de su compañía, de José María Valiente, porque un día fue a ver a don Alfonso XIII a Fontainebleau. No tuvo otro remedio que apoyarse para gobernar en los republicanos descalificados de Lerroux ¿Tranquilizaba al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, ya que era un republicano de derechas?. Tampoco. El presidente fue un conspirador permanente contra el Gobierno de los católicos y de los radicales. Le inventaría un día el «centrismo» de Portela, para desalojarle del Congreso y de las urnas. y contener a las izquierdas.

Cuando otra vez se invitó al pueblo español a manifestarse en las urnas, en 1936 -para que aclarara estos antagonismos insalvables de la segunda República- José María Gil Robles, con soberbia famosa, no aglutinó a todas aquellas derechas, mientras que lo realizaban eficazmente las izquierdas. El resultado fue que perdieron las elecciones las derechas y empezó la gran cacería nacional. Aquél desastre, y su clima subsiguiente, tenían un nombre: José María Gil Robles. Cuando elementos armados de la izquierda fueron a asesinar a Calvo Sotelo, buscaron también en sus domicilios a José María Gil Robles y a Goicoechea. Pero no estaban, y así la «España Nacional» en lugar de tener un «protomártir», hubiera tenido tres, y en estos instantes en el santoral del franquismo figuraría el Glorioso nombre de José María Gil Robles. Todo esto está contado, con abundante riqueza de testimonio, por el propio Gil Robles en su libro «No fue posible la paz». El primer gran fracaso de Gil Robles, querido José María de Areilza, fue ese de la República. Naturalmente se propuso acertar, y puso grandes dosis de sacrificio, de talento y de honestidad en este cometido; pero el fracaso fue una solución terrible: la guerra civil. Cualquier día algún historiador de la viveza, la desenvoltura y del valor de Ricardo de la Cierva, va a decirnos a los españoles la galería de los grandes responsables de la guerra civil, cualquiera que sean sus significaciones políticas, tanto de la derecha como de la izquierda. Está terminándose de hablar, exclusivamente de sus protagonistas.

El segundo gran fracaso de ese monumental luchador que es José María Gil Robles, es aquel que se extiende desde el final de la guerra civil hasta ahora mismo, donde ya comienzan a verse los indicios de lo que va a ser su tercer y último revés. Una vocación política y de poder tan evidente y legítima como la de José María Gil Robles, tenía que buscar un camino para manifestarse, puesto que Franco no daba lugar a nuevas experiencias que tuvieran el sello del pasado. Los políticos, muchas veces, suelen tener más voluntad de poder y de supervivencia que de grandeza. Entonces el único camino de José María Gil Robles era don Juan de Borbón. Su viejo partido se había volatizado en la gran decepción. Pero el caso es que a lo largo de los tres años de la guerra civil, y en la zona nacional, no se había producido a gran escala un clamor de restauración monárquica como solución política de la victoria. Las gentes estaban en otra onda. Los últimos períodos políticos, monárquicos y republicanos, aparecían desacreditados. Nos habían llevado a esa guerra. Los monárquicos relevantes en la zona nacional eran más conspiradores que combatientes; y los militares de gran responsabilidad tenían un gran temor a entregar el país a un príncipe joven y sin experiencia, educado en el extranjero, tras el enorme caudal de sacrificios de la guerra, las montañas de muertos y el torrente de odios. La segunda guerra mundial, por otra parte, estaba encima, y aconsejaba un Estado y un Gobierno fuertes. Y una última cosa, que era la vocación de mandar del general Franco, y para un largo período. Franco no era un militar de transición, sino de soluciones. Entonces José María Gil Robles empezó una larga conspiración de cuarenta años. Una larga conspiración, decía Talleyrand- nunca es un éxito político, sino una ejemplar y admirable obstinación. José María Gil Robles no solamente no devolvió el trono a don Juan de Borbón, sino que la restauración la hizo Franco en la persona de don Juan Carlos I. Este fue su segundo y tremendo fracaso.

El terero se está cociendo ahora en dos direcciones. En las naciones post-fascistas, las derechas se aglomeraron en un bloque sólido y moderno, frente a la izquierda histórica, y gobiernan prácticamente desde entonces. José Marí.a Gil Robles hizo difícil, y lo hace ahora mismo, este fenómeno político para España. Las derechas vienen del franquismo y no del exilio. Esto lo sabe la izquierda muy bien. Gil Robles sostiene que la democracia española que estamos empezando a reconstruir no deben hacerla y habitarla otras gentes que aquellas que tienen credenciales democráticas antifranquistas, o ,que están limpios de colaboración con el franquismo. En, este caso, querido José María de Areilza, tampoco te salvas, pues has sido el más lucido y el más brillante embajador de Franco. Nada menos que cerca de Kennedy y de De Gaulle. Es lo mismo que hicieron con él los republicanos del 31. Un error que luego se pagó caro. Y el caso es que todos aquellos que están limpios de colaboración con el franquismo, o son republicanos -que es la mayor parte de la oposición- o tienen antecedentes republicanos como José María Gil Robles. El resultado sería pintoresco. Si ahora se aceptaran las sugerencias de José María Gil Robles, se devolvería otra vez el trono al exilio ¡Gran final! Tus deseos de una Monarquía como, la de los belgas -que no debe ser una utopía- tienen el grave inconveniente de que nuestra estructura política es más parecida a la italiana, o a la francesa, y son dos Repúblicas. Todo esto lo sabes mejor que yo y no se puede decir en voz baja. La cortesía en la presentación de un libro no obliga nunca a olvidar la Historia, ya no ver la realidad.

Te añades, finalmente, admirado y querido Areilza, a la tesis de Gil Robles de haber restaurado la Monarquía y de la -democracia -que se pretende ahora en la década 40-50. Aquella España lo hacía imposible. Me sorprende que puedas decir esto. Estaría dispuesto a compartir contigo la tesis de una restauración en vida de Franco, con las heridas un poco más secas. Un día se lo oí decir a su hermano Nicolás. En esa década estaban calientes los 600.000 muertos; se había hecho la represión, estaba en desarrollo la guerra mundial; había un triste y activo exilio de centenares de miles de españoles; la literatura política de entonces era atroz de triunfalismos y de revanchismos en los dos lados. Estaba el «maquis» en las montañas, y pasaron los Pirineos unidades militares españolas combatientes en Francia. Los monstruosos «paseos» de uno y otro lado eran el vivo rescoldo de la guerra civil en todas las familias. La renta era de 200 dólares, el éxodo del campo a las ciudades era pavoroso, inventándose el infame suburbio; y el hambre y las epidemias se instalaban en el país. Desde Potsdam, y desde cualquier cancillería, no se postulaba la «reconciliación», sino la victoria y el regreso de los derrotados mientras que el Ejército, con sus emociones, compromisos y servicios, estaba de pie. Todo eso era reincidir en la guerra civil, todavía más feroz, porque había más cuentas pendientes. Poner al conde de Barcelona en el trono, con los conspiradores monárquicos al lado, era toda una insensatez. Tu razón comienza, solamente, cuando en los últimos años se necrosa el Régimen, tapa su salida, y te vas a la oposición. Tu última razón admirable es no haber aceptado tomar parte en el Gabinete Suárez, que es como un gran baúl de los disfraces. Ahora el gran objetivo del Rey es borrar sus orígenes, porque el mundo internacional no admite sucesores de Franco y esta es una operación llena de sutileza. Cuando los comentaristas superficiales localizan el poder en Castellana, 3, uno se sonríe para dentro. En estos momentos la dirección política está en la Zarzuela, mediante una «Monarquía del camello». Cuando se pronuncie el pueblo en las mesas, la Monarquía tendrá que regresar al «ski». No estamos ante un Gobierno de transición, sino ante una Monarquía de transición. Ahora hay más Hassan que Balduino, y luego tendrá que ser al revés. Los «ministros boys» son una alegre caravana del desierto. Gil Robles no se había enterado que el conde de Barcelona era aquí imposible, y don Juan Carlos no era posible fuera. Sentiría mucho que te radicalizara la insatisfacción actual, la solución norteafricana de la Monarquía. Tu talento merece encontrar el sitio necesario y justo, contra tanto despilfarro de ingenios, tanto aprovechamiento de bobos, y tanta resurrección de esperpentos.

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