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Tribuna:Tribuna Libre
Tribuna
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Un luchador

José María de Areilza leyó ayer unas cuartillas para presentar el «Diario» de José María Gil-Robles. Traemos hoy este texto, lleno de valoraciones históricas, a nuestra Tribuna Libre. Es el homenaje de un hombre público incansable a un viejo luchador, lúcido y activo ahora como cuando redactaba aquel «Diario». Son dos políticos químicamente puros: dos ejemplos dé la hoy tan necesaria derecha civilizada.

Siempre resulta difícil definir la personalidad de un hombre con un sólo vocablo. Si el personaje es además señero, extraordinario, polifacético y ha sido protagonista importante en la historia de su país, la dificultad sube de punto. Tal es el caso de José María Gil-Robles, cuyo último libro, La Monarquía por la que yo luché, tengo el honor y la satisfacción de presentar esta noche ante vosotros. ¿Cómo calificaría yo la. figura del autor si hubiera de buscar una clave de su carácter? Diría que se trata de un luchador. Por encima del hombre de leyes, del jurisconsulto eminente, del profesor de Derecho Público, del político en activo, del gobernante espectacular, del orador del hombre de Estado, José María Gil-Robles es un luchador. ¿Qué es un luchador en política? Un hombre que sacrifica a la causa que defiende, a los principios en que se alimenta su fe, su comodidad, su bienestar, sus ventajas personales, sus pequeñas y legítimas ambiciones, a las veces, su seguridad personal y el riesgo de su propia vicia. Gil-Robles es un luchador visceral, nato, idiosincrásico. Yo le conocí una tarde, hace ya muchos años, en 1932, desde las tribunas del entonces Congreso de los Diputados, y le escuché discutir con una dialéctica contundente, casi a traflazos, en un salón de sesiones mayoritariam ente hostil y en crespado. Esa imagen lejana me quedó siempre en las entretelas de la memoria como -un -símbolo de su personalidad. Leyendo ahora el libro que nos ocupa he vuelto a encontrar al luchador de los años de la República en el «diario-» suyo, que abraza los años 1941 a 1954,'en que Gil-Ro bles residió en Portugal corno exiliado. El exilio, parece ser una situación obligada de los hom bres públicos españoles, desde 18 14 por lo menos, al comenzar la gran ruptura. nacional,que no -ha -terminado todavía. -Liberales y apostólicos, moderados y progre sistas, carlistas y republicanos- iniciaron el gran desfile hacia el -exterior y en muchos. casos el ri -godón de vuelta. Casi no hubo jefe político o militar durante el ochocientos que no cumpliera período de exilio. La Restaura-. ción canovista, tan criticada, ate nuó considerablemente esta la mentable costumbre hasta hacer la desaparecer. Luego, con la Dictadura de Primo de Rivera, volvieron a producirse exilios y exiliados. La República reanudó los rnalos hábitos y al términ.o de nuestra guerra el exi lio fue -y es- una parte impor tante de nuestras malas costum bres polític:as. En Gran Bretaña, en Francia, en Alemania Federal, en el Benelux, en Italia, en Esta dos Unidos, en Escandinavia o enAustria o Suiza no hay prácticamente eÑiliados políticos. Los hay, en cambio, en todas las naciones del telón de acero, en los pueblos africanos, en los del Ter~ cer Mundo. Donde hay democracia liberal, en rodaje, no hay exiliados políticos. Donde hay dictadura, despotismo, sistema totalitario del signo que sea, el exilio' florece como la mala yerba entre las ruinas o en los campos abandonados. El autor vivió trece años de exilio en Portugal y'durante ese tiempo llevó y compuso un diario minucioso de su quehacer político. Una parte de esa rica docu-' mentación se perdió en unainundación fortuita del lugar donde se hallaba depositada. Lo que sobrevivió se publica aquí, en este volumen, y tiene entidad suficiente para servir con el rigor de los datos y de los hechos para escribir en su día con objetividad y sin pasión la historia política de los últimos cuarenta alios de nuestro país. ¿Qué nos cuentan estas cuatrocientas apretadas páginas? El relato puntual, recortado y desnudo de las impresiones cotidianas del autor sobre lo.que veía, escuchaba y hablaba en, torno a un primordial y decísivo problema, planteado ya entonces con aparente urgencia,., en el que se ventilaría nada menos que el futuro sistema político español. Es decir, si la salida de la guerra civil iba a ser la restauración de la Monarquía o, por- el contrario si. el franquismo iba a sucederse a sí mis.-mo,con distÍntos ropajes has-ta agotarse con la vida de su creador y fundador. Gil-Robles mantuvo con entereza admirable su, posición ideológica cerca del hijo, de Alfonso XIII, el Conde de Barcelona. Entendía el autor que la institución que representaba. don Juan de'Borbón sólo podría válidamente asentarse en España si representaba para el pueblo españo ' 1 una opción distinta, claramente diferenciada, del franquismo, que iba tomando fuerza y acumulando notas características que lo con,,-ertían inconfundiblémenfe en un régimen personal, autoritario, fascista y reaccionario. La Monarquía debía, en opinión de Gil-Robles y de. otros muchos, significar el paso a un régimen en el que tuviesen cabida la totalidad de las tendenciasy opiniones políticas de lo-s españoles, y que debía tener presenté la pluralidad inevitable de la sociedad nacional, es decir, la aceptación de la libertad y de la responsabilidad de los grupos y partidos políticos que era indispensable dejar que se organizase en nuestro país. 0 el Rey iba a ser el Rey de todos los españoles sin excepción, o la Monarquía se convertiría en una maniobra estratégica y táctica de Franco para ganar tiempo, calmar al see,tor monárquico militar y de la 'derecha, y aplacar el inmenso frente exterior, hostil y encrespado desde que la guerra mundial empezó a tomar su rumbo hacia el desenlace inevitable y hacia la derrota final del Eje y del imperialismo japonés. Es llamativo y de gran interés comprobar en este «diario» la constante presencia del factor internacional en el desarrollo del Droblema institucional español. ki-lo se debía, de una parte, a la ,grave implicación que en nuestra guerra civil tuvieron las potencias del Eje, de un lado, y las fuerzas de la izquierda internacional, del otro, implicacionesque de-sde 1940 empezaban a traer consecuencias de todo orden que la habilidad maniobrera del generalfránco trataba de sortear. constantemente. Resulta sorprend" asimismo la. ausencia de sensibilidad que, en gran parte de los sectores de la derecha. y de la izquierda españoles se aprecia para valorar en su justa medida y proyección esa prófunda vinculación de nuestro problema con el .exterior. Gil-Robles-esuna de lasraras excepcionesde ese daltonismo nacional púa apreciar los colores reales que ofrecía el contexto internacional hacia el problema de España. Su eeenjuicio chocaba de modo constante, ya con el criterio de los adversarios, sino con los propios correligionarios que en ocasiones no' veían más allá de sus pequeños intereses o ambiciones de ámbito local o regional, y Aconseja con oportunidad y realismo aljefe de la.Casa Real española, generalmente bien avisado y alerta en esa clase de cuestiones. Se ha dicho y repetido durantemuchos años hasta la saciedad -en la leyenda mítica del oficialismo preponderante- que gracias a la tenaz resistencia del franquismo'a la restauración monárquica, España pudo salir adelante, sin claudicación alguna, hasta llegar a la prosperidad de los años sesenta. Peto analizando ob etivamente la historia, y este libro es esencial para conocerla, se adivina la dura realidad tal como fue. La Restauración llevada a cabo al terminarse la guerra mundial, entre 1945.y 1955 -los años que abarca este «diario» precisamente-, hubiera permitido a España acogerse a los beneficios del Plan Marshall, primero, y a la puesta en marcha de los'organismos comunitarios europeos, después. Es duro decirlo, pero el egoísmo de Franco retrasó en diez o veinte años la normalización económica del país y obligó a pasar al pueblo español- un largo período de ca-' rencias y de atrasos que repercuti ó en todos los órdenes de la vida española, en la falta del progreso cultural y técnico y, por supuesto, en la evolución política y social de la entera nación. «Yo no daré ninguna libertad al pueblo español en los próximos diez años », dice en un pasaje de este libro el entonces Jefe del Estado a un personaje que le visita. ¡Ni en los diez, ni en los veinte! El desarrollo se hubiera llevaeo a cabo con otro modelo,. no autoritario, sino democrático Y España-tendría, ya hoy, una, dei~ocracia política en rodaje activo y experimentado desdo-liaw muchos años~ con un -nivel de vida bastanwniás eleva.do que el,actual 7el puesto 29 entre- las naciones- der mundo _' sin necesidad de haber pasado por, las experíenrias traumati zantes que todos conocemos y de las que todavía, ni en el, orden político, ni en el ec * onómico, ni en el social, hemos salido del todo. En el ámbito internacional hu biésemos normalizado desde ha ce varias décadas -nuestra perso nalidad institucional, sin necesi dad de soportar vetos, dar expli caciones, entrar por la puerta fal sa, y en defifinitiva, recibir desaires por el mero hecho de haber per petuado una forma de Estado, anacrónica, que únicamente servía para justificarse como pla taforma a un sistema de autori dad personal.Gil-Robles,en su «diario », nos rev,pla una vez más'.el viejo problema de gran*parte de la derecha_ española deantaño. Tan cerril, tan egoísta, tan corta de alcances, tan soberbia como lo era buena parte de la izquierda. La derecha, triunfadora en la guerra, aceptó implicitamen te y en su mayoría el sesteo a la sombra de la dictadura de Franco, sin inquietudes ideológicas ni lealtades excesivas a la Corona, que en algunos aspectos representaba un estorbo para el egoísmo material, de la clase dirigente. Y lo que en 1950 no era más que un comienzo de actitud servil, fue, con los años, convirtiéndose en una riada, primero, y en un intento de justificación doctrinal, más tarde. Los .buenos negocios de la derecha reinventaron el integrismo franquista,dejando a un lado la lealtad dinástica y el sentido común. Más valía, por lo visto, una derecha repleta que una derecha civilizada. ¡Ahí es nada, haber propugnado entre 1940-50 una Monarquía cuya soberanía reside en el pueblo, con partidos políticos, libertades civiles, Parlamentó elegido por sufragio universal, derechos de la persona humana y libertadsindical! ¡Qué locura! Una Monarquía como las del resto del occidente europeo: como la de Gran Bretaña, las del Benelux, las de Escandinavia, en que el rey reina (que es lo de más) y no gobierna (que es lo de menos). Pero no una Monarquía a lo norteafricano ni a lo asiático. Esa Monarquía es la que Gil-Robles quería para España y por ella luchó. Y yo me a trevo a decirle en público esta noche, y para terminar: Querido Gil-Robles, la Monarquía por la que usted luchó tan tenaz y tan valientemente, cuyas formulaciones entonces escandalizaban a la derecha ycrispaban los, nervios del general Franca, es hoy, ep España,- la Monarquía por la que luchamos todos.. La del Rey serás sificieres' der~ e si non, non, que-decían en Castilla; la que inventó el Par-, lamento representativo antes. que, lo hicieran Gran Bretaña- y Fran-w cia; la del nos, que cada uno valemos tanto como vosy quejuntos valemos más que vos, que decían en Aragón; la que permitía que se llamaran naciones, sin escándalo, a los diversos pueblos de España unidos con el lazo de la Corona de todos. Usted en este libro se hac ' e pre cursor de ese camino. Fue su cla rividencia la que hace treinta años formuló la Monarquia tal y como debía ser. El tiempo no siempre es generoso con los anticipadores. La historia, sí. La historia le harájusticia.y dirá que su larga y dificil lucha no fue en vano.

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