Tres "dioses" marxistas
El 26 de enero de 1924, tres días después de que una arteroesclerosis pusiera fin a la vida de Vladimir lllich (Lenin), el II Congreso Pansindical de los Soviets decidió elevar a la categoría de «dios» al líder e inspirador de la revolución bolchevique, contra la propia voluntad de Lenin y de su mujer Kruskaia, quienes habían comentado, antes de que la parálisis iniciara la agonía del fundador de la URSS, que más importante que individualizar la revolución era privarla de la presencia de José Stalin.
Con el tirano rojo, el culto a la personalidad superó cotas inimaginables y su embalsamamiento era lógico. El cuerpo del «padre» Stalin reposó junto a Lenin, en el mausoleo de la plaza Roja escoltado por las torres del Salvador y San Nicolás, hasta que uno de sus herederos, Nikita Serguevich Kruschev, consiguió llevar a la práctica en 1961 (XXII Congreso del PCUS) una idea que tenía desde que presentó su «Informe sobre el culto a la personalidad» al XX Congreso en 1956: despojar a Stalin de todos sus atributos míticos de manera pública, trasladando su cuerpo desde el mausoleo al muro donde reposan simples héroes de la URSS.
Ahora es Mao, que tantas veces fue divinizado en vida, el que quedará como símbolo tangible de una obra. Pero en China, tan diferente, también se repite la constante de los grandes líderes marxistas: la ambigüedad sobre los herederos políticos elegidos, lo que siempre ha generado una lucha por el poder.
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