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Maravall y la cultura del barroco

Entre los periodos de la historia nacional menos investigados y mal conocidos pero más susceptibles de aportar noticias significativas v esclarecedoras para la comprensión de nuestro pasado, figuran los sucesos que alberga la centuria sexcentista. En este nuevo libro el historiador Maravall contribuye a esa tarea con un original análisis de la época histórica que bajo el concepto de barroco abarcaría a los tres primeros cuartos de siglo aunque centrado en los años de 1605 a 1650. Pero La cultura del barroco, además de contener un análisis y unas conclusiones originales sobre una sociedad que engendró, a la vez, desastres y logros en las armas y las letras, comporta un singular testimonio de la historiografía española, algunas de cuyas coordenadas quisiera apuntar en este breve comentario.

La cultura del barroco,

Melilla, 3; (León 2 y Leandro), Talavera, 2; (Espinosa y Angelín)G , Melilla: Martinez; Cruza, Ituiño (Salvi), Pedro, Navarro; Escaño (José Luis), Loto, León, Toto, Sancho y Leandro. Talavera: Del Moral; Casquero, Carlos, Lage, Ferre, Lelio (César), Espinosa, Delio, Garrido, Angelin y Gelo (Merino). Arbitro: Pérez Sánchez. Bien, amonestó a Lage y a Pedro.

De José Antonio Maravall, Barcelona,

Editorial Ariel, 1975

Madrid, 1976.

536 páginas

Madrid. 1976

La miseria de la vida española en nuestra centuria precedente (dato que conviene tener siempre a la vista para comprender a la España contemporánea) y la rápida recuperación alcanzada en nuestro siglo se acusa destacadamente en todos los campos, y especialmente en la literatura. Y aunque tomada en su conjunto la labor historiográfica merezca figurar entre los índices más estimables del XIX, los renovadores maestros; hoy ya desaparecidos que preside el nombre de ¡Menéndez Pidal, introdujeron un nivel de rigor científico antes desconocido. Pero posteriores generaciones de estudiosos -discípulos suyos- han diversificado y considerablemente enriquecido el taller de la investigación histórica.

Con paciencia y concentrada continuidad, con sensible evolución progresiva en sus temas y en sus métodos, José Antonio Maravall viene desde hace años rematando nutridos volúmenes con el propósito de configurar, según su última fórmula, una «historia social de las mentalidades». La ejecución del proyecto se lleva a cabo en este nuevo libro -es su subtítulo- en forma de «Análisis de una estructura histórica», es decir, «Construcciones mentales que monta el historiador, en las que hallan su sentido las múltiples é interdependientes relaciones que ligan unos datos con otros». Maravall reitera en el prólogo las precisiones fundamentales que tenía expuestas en otro libro anterior -Teoría del saber histórico-: «Conocer una realidad histórica, captar su sentido, es hacerse inteligible la relación entre las partes y el todo, en esos conjuntos que constituyen el objeto de las historias», Esos datos de que se parte, los hechos con significación histórica, «no son cosas, su realidad ante la historia como ciencia es su posición en un proceso de relaciones». Esta rigurosa actitud científica, esta subordinación a unos principios teóricos delata la Filiación orteguiana en la formación de Maravall, y con ella su adscripción a un humanismo radical, tan alejado del idealismo racionalista -que fue la bête noire de Ortega- como de los residuos de un realismo positivista que, a través de un marxismo beato, aún renace en algunos aprendices de historiador.

La pretensión de conocimiento que mueve a esta nueva historiografía que investiga la historia social es tan superlativamente más ambiciosa que la tradicional que, por fuerza, trae consigo cierta vuelta a empezar, no exenta de los tanteos sólo preparatorios de toda iniciación, Lo nuevo en ella, todavía en buena parte, no es el resultado sino lo que puede originarlo, es decir, la interrogación misma, aquello por que se pregunta. En este aspecto primario, el estudio de Maravall lleva a cabo una perspicaz invalidación de los tópicos habituales acerca del tiempo histórico estudiado, pero lo más importante es que ello obliga a repensarlos y facilita un desplazamiento de los problemas, a través del cual la nueva pregunta puede hallarla ocasión para emerger y ser formulada,

Pero no sólo con ese alcance esencial La cultura del barroco me parece un ejemplar estudio. Las hipótesis de Maravall, su definición de los caracteres sociales de la era barroca bajo los rasgos de cultura «dirigida, masiva; urbana y conservadora» y sus precisiones sobre la «cosmovisión» y los factores psicológicos más utilizados en la, misma, significan orientaciones muy valiosas que condicionarán las ulteriores investigaciones, Y sospecho que en años venideros el siglo XVII va a ser insistentemente analizado aparte de por la obvia razón de que hasta ahora lo ha sido escasamente

En esta vertiente tan compleja, me parece que cabe una observación. La historia -y no menos las llamadas ciencias exactas- se rehace continuamente desde cada nuevo nivel histórico, porque inexorablemente ese nivel reobra sobre la visión del pasado. Pero en el análisis de Maravall las luces del presente, que sirven ciertamente para iluminar el reinado de Felipe IV, quizá lo aproximan con exceso. En particular, respecto a la racionalidad de la actuación dirigente del Estado sobre la sociedad. El momento contemporáneo señala una cota máxima (virtud cuyo envés significa hoy el grave riesgo de producir la asfixia personal). Y sospecho que Maravall atribuye a la cultura barroca una capacidad organizativa de la mentalidad social todavía entonces irrealizable. Y no sólo por obvia insuficiencia instrumental sino porque las presiones irracionales de la religiosidad, enérgicamente imperantes, hacían imposible el cumplimiento de tales proyectos; en rigor incluso su concepción, pues las cabezas dirigentes participaban en ellas, Por ejemplo, la visionaria monja de Agreda orientaba a Felipe IV en sus resoluciones más decisivas, como se comprueba en la extensa correspondencia entre ambos cruzada, documento capital para penetrar, ó mejor dicho, para experimentar lo que tienen para nosotros de casi impenetrable, de muy difícilmente asimilables, las creencias dominantes en aquella España. La cultura del barroco se caracteriza, en efecto, y esta es la tesis de Maravall (pág. 153), por contener una programación racional a escala social, pero es sólo el inicio de lo que llegará a ser la intensa manipulación que sufre de modo creciente el mundo contemporáneo. La diferente capacidad de presión social del jesuitismo que Maravall recuerda, y el actual opusdeísmo, son ejemplos ele esa distancia histórica.

Pero esta observación que me atrevo a insinuar es, ciertamente, discutible. Son en cambio, patentes los incuestionables logros de un libro esclarecedor sobre una época todavía en penumbra. Maravall nos facilita en sus páginas el acceso a una visión personal pero fundada en una erudición y reflexión excepcionales. Para el historiador, el decírselo es ocioso; para el lector aficionado, al que aquí me dirijo este aviso le advierte de la ocasión de hacer un viaje en profundidad al siglo XVII, de aprender historia y... conocerse mejor. Porque no sólo se trata de mero saber. Maravall remata una conclusión significativa con estas palabras: «En fin de cuentas, lo más propio de la historia es garantizar que pueda cambiarse, de verdad, la marcha de un pueblo, que se le faciliten esos saltos en su órbita, esto es, que, en último término, se le abra vía libre a la plena responsabilidad de gobernarse y hacerse a sí mismo»,

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