Doblaje y silencio
Las imágenes constituyen la indiscutible base expresiva de varios medios comunicativos en los que aparecen también otros lenguajes verbales en su dimensión escrita o hablada, pero esto no quiere decir que su importancia borre los valores estéticos derivados de esa interrelación lingüística. Es ya vieja la polémica de algunos expertos empeñados en enfrentar al cine con la televisión -por ejemplo-, o a ésta con la radio, el libro o el cartel. como si la asociación de diversos estímulos sensoriales -imágenes fijas y móviles, rótulos y fotografías; dibujos y fotos; palabras y música con fotogramas...- constituyera algo deshonroso -y espúreo, que exija terminantemente una aclaración, la búsqueda inmediata de una especificidad que no puede ser demorada.Cada medio de comunicación se apoya en una trayectoria histórica anterior, en un cúmulo complejo de experiencias incorporadas y trucos variados que se abre difícilmente al cambio y sólo lo acepta cuando no queda más remedio. Un análisis desapasionado de las principales convulsiones que han teñido lugar en el cine -por ejemplo- demostraría que las aportaciones expresivas más enriquecedoras, como el sonido y el color, sólo se impusieron bajo la coacción económica de amplios sectores de la industria, temerosos de entrar en bancarrota si no se recurría urgentemente a estos remedios mágicos.
El paso del mudo -o del cine silencioso, como sería más apropiado denominarlo- al sonoro se hizo con grandes traumas, y no pudo ser instantáneo, sino que exigió un largo plazo de adaptación hasta que los auténticos creadores supieron aprovechar sus posibilidades. Volver atrás, sin embargo, es escasamente viable, como lo demuestra Ja inoperancia de unas pocas películas «silenciosas» -la última ha sido realizada por Mel Brooks con este mismo título, Silent Movie- y el último y «maravilloso» intento de sonorizar parcialmente algunas obras mudas del ciclo dedicado al actor Lon Chaney, en el espacio Cine Club, de la Segunda Cadena de Televisión Española.
La experiencia es, en sí misma, bastante curiosa, pero carece del menor sentido estético y no añade ninguna contribución informativa a los viejos títulos. La palabra, los ruidos y la música fueron impuestos a la fuerza por los productores y aceptados a regañadientes por la mayoría de los profesionales, pero acabaron por hacerse tan imprescindibles que no se puede volver atrás. Los responsables de este curioso doblaje han intentado «mejorar» la comprensión del lote, pero lo que han conseguido es un producto híbrido, auténticamente extraño e insoportable, que causaría la estupefacción de cualquier auténtico aficionado, incapaz de creerse este «invento» de encajar a medias algunas frases sobre las escenas mudas originales y los rótulos explicativos intermedios.
El doblaje es, siempre, un mal necesario y su estabilidad en nuestro país, y en algunos otros, sólo demuestra lo que puede conseguirse con una costumbre impuesta a la fuerza, sin contemplaciones. Sólo la exhibición alternativa de las películas en su versión original y en la doblada conseguiría hacer pasable esta bárbara práctica, que en nuestros días se ha visto suavizada con el subtitulado y, en RTVE, con las locuciones añadidas a la banda sonora original o a los carteles escritos. Estos doblajes vergonzantes, en cambio, sólo producen una confusión innecesaria en el espectador y trastocan totalmente la función histórica y estética, de los filmes afectados.
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