Muchas ausencias en la discografía clásica española
La discografía española, en aumento continuo, presenta unas características especiales que la sitúan en condiciones de inferioridad respecto a la de otros países europeos.Las grandes marcas mundiales, a través de sus representaciones españolas, o mejor, presionadas por aquéllas, publican, más o menos arbitrariamente, lo que quieren de su extenso catálogo, en muchos casos con retraso considerable sobre los lanzamientos europeos, no digamos americanos.
¿Cuándo llegará, por ejemplo, a España, El rapto en el serrallo, de Mozart?
Nuestras casas grabadoras descatalogan a su antojo, por razones de venta no siempre claras, discos de interés evidente, interés que les viene dado bien por tratarse de grabaciones únicas de una determinada obra o por ser registros de excepcional calidad.
No disponemos de una verdadera colección de grabaciones históricas. Por citar un caso, ahora mismo no puede comprarse un solo disco donde intervenga el violoncellista español Gaspar Cassadó.
Falta coordinación entre las diversas marcas que dominan el mercado del disco clásico. Existen innumerables versiones de una misma obra y no hay modo de conseguir una sola versión de otras. Y así, resulta agobiante el número de lecturas grabadas de la Sinfonía Fantástica, de Berlioz, mientras es imposible hacerse con su Harold en Italia. O este otro ejemplo: no había en España, hace pocos meses, versión alguna de la ópera de Weber Der Freischutz, y de pronto han lanzado al mercado esta obra dos sellos discográficos diferentes.
En los últimos tiempos, la publicación de numerosas integrales ha multiplicado el raro fenómeno de que no podamos adquirir una sonata de Beethoven si no compramos el álbum que contiene las 32 sonatas.
En la música española, tanto en lo que se refiere a autores como en lo que atañe a intérpretes, nuestra discografía es exigua. Los mismos nombres repiten una y otra vez las mismas obras. Mientras en la música pop cualquier joven «con buen oído» puede grabar su LP, en la otra música, todo un catedrático del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, con brillantes triunfos internacionales, no ha conseguido interesar todavía a alguna casa discográfica.
¿Es posible que, a estas alturas, no dispongamos ni de una pequeña muestra grabada de la cantata español a barroca?
Escribir de lo demás sería no acabar nunca. Pensemos que la mejor versión con clave del Concerto, de Falla, una de las obras maestras de la música de nuestro siglo, ha sido retirada de catálogo: ¡en el año de su centenario!
Las colecciones de música española antigua, oficiales y privadas, siguen funcionando con regularidad, aunque con lentitud. Es lo mejor que tenemos, pero ¿se debe ampliar el criterio de lo antiguo hasta el siglo XIX? Creo que sería conveniente.
La música de cámara está, enormemente descuidada en la discografía española, así como la música contemporánea.
En cuanto a la ópera y el género lírico en general, el déficit es alarmante. El que, por ejemplo, Amaya o M¡rentxu, de Guridi, no estén grabadas es un caso de lamentable abandono.
No son éstas sino unas breves consideraciones en torno al mundo del disco clásico, que no me gusta llamar negocio. Sé que la culpa de los fallos, de las lagunas, de las omisiones, no puede imputarse solamente a los que dirigen esta parcela de la cultura y el comercio que, en o jasiones, tiene mucho de altruista.
Arrastramos mucha incuria, dejadez. Somos ignorantes y, claro, esto tiene que repercutir en nuestras adquisiciones de índole espiritual. Esperemos que también llegue a cambiar el panorama en este sentido.
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