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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Glenda Jackson, en el "Old Vic", de Londres

El pasado día 12, a las siete de la tarde, los aficionados al teatro de Londres -es decir, la totalidad de la población londinense- respiraron con satisfacción ante la reapertura del teatro Old Vic. Afectado por los bombardeos alemanes, vuelto a abrir diez años después con un fantástico proyecto que permitió la representación continuada, en cinco años, de las 36 obras que figuran en el primer folio de Shakespeare, el Old Vic ha permanecido cerrado durante unos meses, como consecuencia del traslado al centro de la Compañía Nacional. Ahora vuelve a la etapa de las creaciones propias, con un nuevo montaje de la comedia de John Webster The while devil, en actualizadora versión de Edward Bond.Dieciséis años mayor que Shakespeare, John Webster sostiene su reputación con dos apasionadas tragedias de amor, intriga política y horrores variados, extraídas, según la moda, de sendas novelle italianas: The Duchess of Malfi y The White Devil. Este método general de lenguaje dramático impecable y crudos temas sanguinarios, es el que marca el tono del orbe trágico durante tres siglos: exactamente hasta que Ibsen impone su nórdica garra continental (y Bernard Shaw, dígase de pasada, envía a Webster al museo de los horrores). La historia contada dramatiza unos hechos reales: el escándalo protagonizado por Vittoria Accoranboni, empobrecida muchacha de la Umbria, y el poderoso duque de Bracciano. Enamorados, liquidan o hacen liquidar cada uno a su respectivo cónyuge, y en una larga peripecia, se casan y descansan, se separan, son condenados a la prisión por dos papas sucesivos y mueren, finalmente, víctimas de la venganza familiar. Aunque, según la malas lenguas de los historiadores el duque reventó de gordo junto al lago de Garda, la muerte de Vittoria, a manos de los familiares vengativos, está fuera de discusión. Este es el tema, mezcla de belleza decorativa, desorden mora formidable fuerza pasional y energía satánica. Pathos, fortaleza y pasión, subyugaron, pues, a los espectadores durante algo más de trescientos cincuenta años. No se explicaría muy bien el alto lugar de estimación de esta tragedia si no tuviese, como tiene, un poderoso y hermosísimo lenguaje dramático.

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Respuesta emocional

Yo pienso que lo que ha hecho Edward Bond es casi un delito Bond es un adaptador muy brillante -su Lear es una maravilla, y su Bingo, un admirable intento de clarificar al propio Shakespeare-, pero aquí ha cometido un serio error. Su actualización comienza en la primera palabra del texto -¡Desterrados!-, que Jonathan Price, encarnando a Ludovico, grita en un hotel de hoy manejando un equipaje de avión, instantes antes de pasar la puerta giratoria del hotel para iniciar su exilio. La idea no es mala ni buena, pero inicia un tratamiento acobardado del tema: nadie quiere asumir, en el Old Vic, el hecho de que los seres humanos acumulan un enorme potencial de barbarie. La representación, entonces, se despega antisépticamente de los brutales protagonistas y olvida, de paso, la rica belleza del original: su lenguaje. El lenguaje dramático de Webster es variado, rico, sutil y, por supuesto, ajustado a cada personaje. Al ignorar sus diferentes ritmos, las gentes del Old Vic pierden su mejor resorte para obtener de los espectadores una justa respuesta emocional. Lo que esto tiene de positivo es la perfecta clarificación de la intriga. Desgraciadamente, esto es lo que menos importa. Edward Bond se equivoca y arrastra en su error a todo el Old Vic. En esas condiciones no hay comunicación entre los actores. No puede haberla. No podemos entender a aquella sociedad porque no nos es presentada.Al fallar el esfuerzo grupal se salva sólo quien puede salvarse: Glenda Jackson. Actriz de amplísimo registro -por ejemplo Marat-Sade, Women in love, Isabel I, o A touch of class-, la Jackson acaba de regresar a Londres despues de recorrer medio mundo interpretando Hedda Gabler. Lo que hace ahora en el Old Vic es un ejercicio de espléndido contraste entre las diferentes luces que forman el complejo carácter de su personaje. Fríamente aprecié la estupenda panoplia profesional de Jackson, tan suave en las escenas de amor, tan fuerte ante el tribunal que la condenaba, tan cobarde en las escenas finales. Perdí la frialdad en la escena en que su amante la rechaza en la casa de las arrepentidas, cuando la pasión sublimó cada gesto y cada acción corporal de la mujer humillada. Admirable Jackson.

Admirable Jackson, insufrible Webster. (La reposición anterior tampoco fue muy afortunada: Franz Dunlop, hace unos años, convirtió la tragedia en un infame desfile de modas a la italiana.) No sé si hay obras y autores clásicos injustamente olvidados. John Webster está archivado con toda justicia. En cualquier caso, estas notas se refieren, naturalmente, a enfoques ingleses. Nosotros les hemos olvidado a todos y eso nos evita estos incómodos problemas discriminatorios.

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