El presidente Ford, de acuerdo con Schmidt
La afirmación del canciller Schmidt en Estados Unidos, en el sentido de que los «grandes» de Occidente negarían su ayuda a Italia si participasen comunistas en su Gobierno, continúa provocando reacciones.El presidente Ford declaró, por medio de un portavoz, que «no se muestra, en general, en desacuerdo con lo expresado por el canciller» y que «se sentiría muy preocupado si los comunistas participaran en el Gobierno italiano». La protesta, en Francia, abarca tanto a la derecha como a la izquierda. Una delegación socialista francesa acudió ayer a Bonn y el PCF organizó una manifestación. La izquierda francesa teme que las amenazas de hoy contra Italia, sean mañana contra ella misma.
El Partido Comunista francés convocó una manifestación, en esta capital, para protestar contra las declaraciones del canciller alemán, señor Schmidt, referentes al «castigo» económico de que sería objeto Italia si entraran ministros del PC en su Gobierno. «Todos somos italianos», exclamaba ayer un comentarista independiente que resumía el sentimiento general de la mayoría de los franceses frente a lo que se califica de una campaña de «la Europa de los americanos contra el eurocomunismo».Desde hace 48 horas, las reacciones se multiplican. Y las críticas son cada vez más acervas porque las dudas, leves, de un principio sobre lo ocurrido en Puerto Rico, en Francia, al menos se diluyeron: «De los participantes en la reunión "privada" de Puerto Rico, Alemania Federal, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, decidieron no ayudar a Italia si los comunistas entraban en el Poder». Esta afirmación, ayer, era una convicción general, en la derecha, como en la izquierda. Las reacciones oficiales de estos países, después de las declaraciones de Schmidt, manifestándose más o menos «asombrados», fueron resultado del «disgusto que les causó el que la opinión pública se enterara de su acuerdo secreto».
Los tres partidos de la Unión de la Izquierda se manifiestan verdaderamente «escandalizados», porque ya se «perfila la presión que se ejercerá, mañana, en la opinión francesa, para que la izquierda no llegue al Poder», declaró el líder de los radicales de izquierdas, señor Fabre. La prensa favorable al régimen giscardiano, que, en un primer momento, también se dijo sensible a la «independencia nacional», en 24 horas cambió de campo: «¿Cómo se iban a inquietar los responsables occidentales de la llegada al poder, en Italia, de los comunistas?», conviene el ultraconservador, L'Aurore, al mismo tiempo que explica: «la ayuda económica forma parte de un arsenal de medidas ya conocido y probado». En términos similares se expresaban otros órganos de la derecha, «que declara abiertamente -manifestó al país un portavoz del Partido Socialista-, la idea que se hace de la democracia, de la alternancia y de la libre expresión de todas las ideas».
El «acuerdo» de Puerto Rico, creen poder afirmar varios comentaristas, no es más que el eslabón económico (muy importante) de la cadena ingeniada por los países occidentales contra la corriente socialista que se perfila, de manera muy particular en los países del sur europeo.
Primero fueron las declaraciones del general Haig, jefe supremo de las fuerzas americanas en Europa, cuando amenazó con la «inseguridad» militar, si los comunistas participaban en los Gobiernos de la Alianza Atlántica. Después, las mismas tesis fueron desarrolladas por Kissinger y Ford. Y, ahora, se llegó al estadio económico. El señor Giscard d'Estaing es señalado por varios observadores como el «agente privilegiado» de Estados Unidos en Europa del Sur.
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