A veinte de julio
Iba yo a comprar el pan y me encontré a los de El Alcázar, que -polvo, sudor y hierro- todavía cabalgan.-Que se le ha pasado a usted glosar el 18 de julio en esas pijadas que escribe para la prensa librecambista y masónica.
Anda, pues también es verdad. Qué estaría yo pensando en tan significativa y feriada fecha. He mirado a ver el calendario azteca que nos dejó hecho don Julio Rodríguez y que sirve para toda la vida, como el Zaragozano de don Mariano Castillo y Ocsiero. Resulta que el 18 cayó en domingo. Claro, por eso la fiesta nos pasó inadvertida. La cronología conspira contra las esencias. Además, como a mí no me dan paga del dieciocho, pues la fecha no ha quedado debidamente reseñada. No hay nada que levante en el espíritu las altas efemérides nacionales como una paga extraordinaria.
-Y cómo le van a dar paga del 18 de julio en esos periódicos librecambistas y masónicos -me dice el teletipo de El Alcázar, que se ha venido a tomar un carajillo con los redactores, como uno más (es lo que se llama la camaradería vertical).
Y dale con el librecambismo y la masonería. Estoy por pasarme a un periódico donde den paga del dieciocho, porque como demócratas ya vamos a ser todos, a partir de la declaración programática, qué más da un sitio que otro. El teletipo de El Alcázar, mientras se toma el carajillo, me asegura que la fiesta se celebró sin excesivas solemnidades. O sea, que se celebró.
Recuerdo cuando Nuria Espert quería estrenar una obra de Arrabal, y Robles Piquer, entonces director general de la cosa, dijo que no porque la obra era una alusión a la guerra civil, Dicen que Fernando Arrabal, al conocer esto, comentó:
-También el desfile de la Victoria es una alusión a la guerra civil.
Yo creo que se pasó, las cosas como son.
Pero sí que me hubiera gustado, hombre, escribir algo del 18 de julio, que uno es un cronista del tiempo que pasa, y vive uno de la efemérides. Si no les vendes efemérides a los lectores, a ver qué les vas a vender.
-Podía usted vender ideas y dejarse de coñas.
-Para ideas, la declaración programática. Está plagadita.Lo cierto es que la noche del sábado, que siempre es una noche benaventina y bruja, yo me fui a los Polacos a tomar una copa, que dicen que La Polaca va a ser la Niña de Fuego del nuevo régimen, así como Lola Flores fue la Niña de Fuego del franquismo. Porque aquí es que no podemos pasarnos sin una niña de fuego. Luego, a las niñas las ponen de largo y les apagan el fuego con el Lazo de Isabel la Católica. Estuve cenando en doña María, que, por cierto, me encontré a la Mónica Randall muy guapa... Y después, al «pub» Dickens, siempre lleno de rojos a ver si con el pintor Onésimo Anciones me aclaraba yo de lo de la Biennale de Arte de Venecia, que dicen que la democracia cristiana quiere exhibir a Ruiz Giménez haciéndole pasar por un Greco.
Luego caímos por Bocaccio a saludar a Damián y Teresa Rabal. En ninguno de estos sitios nadie me dijo nada de que estuviéramos ya viviendo el 18 de julio (dado que eran muy pasadas las doce de la noche). Ni rastro de la efemérides. Se ha dicho muchas veces que la historia tiene mala memoria histórica. (Bueno, en realidad lo digo yo ahora por primera vez). Los pueblos nunca se acuerdan de lo que hicieron el miércoles pasado. O el 18 de julio de 1936 por la tarde. Parecía que eran cosas para toda la vida y mire usted por dónde. Pero yo he vivido muchos dieciochos de julio, incluso el de 1936, de modo que el domingo notaba como si me faltase un algo, no sé. Claro, era el primer 18 de julio de mi vida sin 18 de julio. Como cuando febrero viene sólo con veintiocho días. Desde ahora, julio ya tendrá siempre un día de menos.
-¿Pero es que ya nunca más se va a celebrar el 18 de julio? -me increpa el teletipo de El Azcázar, que ya se ha tomado el carajillo.
-No faltaba más. Se celebrará siempre que caiga en año bisiesto.
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