El lejano Oriente, visto por Hollywood
Cuando el cine americano estaba completamente dominado por los géneros establecidos y la producción se diversificaba en cada una de las grandes casas productoras de acuerdo con una división estricta del trabajo, cuando las figuras estelares estaban adscritas de forma férrea a una forma de vestir e interpretar, florecieron auténticas series menores de filmes destinados a un consumo estrictamente popular, como estas Mil y una noches, rescatadas ahora del recuerdo. El Oriente lejano y misterioso ha ejercido siempre una innegable fascinación en el cine americano, como una oportunidad de acercarse a un tipo de obras oscilantes entre lo fantástico y el inagotable y protéico cine de aventuras. Gran parte del atractivo de Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino está asociado a este género, al que se han acercado -con mayor seriedad y rigor- autores como Joseph Von Stemberg en su Marruecos. La película que nos ocupa hoy, por desgracia, no se mueve en esas cimas estéticas, sino en un terreno mucho más bajo, muy representativo de un cine de consumo que tuvo su mejor época en los años cuarenta y que todavía se prolongará, de forma mucho más intermitente, en los cincuenta y sesenta (recuérdese uno de sus momentos más brillantes, hace unos diez años: Amazonas negras, de Don Weiss). Gran parte de los espectadores españoles que ahora tienen entre los treinta y los cincuenta recuerdan aquellas películas aureoladas por un gran magnífico technicolor -cuando el color era una auténtica excepción en nuestras pantallas y en las de todo el mundo- que resaltaba aún más los enigmáticos atractivos de María Montez, la reina inconstable del género, prematuramente desaparecida. La educación sentimental de miles de españoles -para bien o para mal, que eso es difícil decirlo-, está asociada a la actriz dominicana y a su rival, Ivonne de Carlo, únicos -o casi únicos- emblemas eróticos que permitía la feroz censura de la época, lo cual no era demasiado raro si se tienen en cuenta -vistos con ojos de hoy- los impenetrables velos y artilugios que no dejaban traslucir más que algunas porciones absolutamente púdicas de aquellas estrellas, suficientes sin embargo para el despertar de los sueños reprimidos de toda una generación. Al margen de estos sentimientos arqueológicos, poco interés -por no decir ninguno- presenta hoy la revisión de esta obra, de una torpeza expresiva, aliviada en muy escasas ocasiones por algún hallazgo inesperado, que se filtra entre el sistema de fabricación industrial.
Las mil y una noches
(One thousand and one nights)Dirección: John Rawlings. Intérpretes: María Montez, John Hall, Sabú, Turhán Bey. Reestreno en el cine Regio
Babelia
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