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Giscar, el "último atlante"

El señor Giscard d'Estaing, sin duda el jefe de estado que más culto a la elegancia política -y hasta personal- ha tratado de rendir en Europa, se está mostrando completamente heterodoxo en materia de visitas: primero se reunió -tímidamente- con algunos barrenderos de París, a los que tuvo la precaución de invitar a su casa; luego, ya más animado, compartió una cena con un matrimonio de funcionarios de provincias, y al final, pasando por alto al señor Marcháis -y lo que es más grave, al señor Mitterrand-, hizo las maletas y se fue a Londres para desayunar con el señor Callaghan y comer con la reina Isabel. Ahora le acaba de tocar el turno al señor Schmidt, que aunque es el Schmidt más conocido de Alemania, también es, seguramente, el menos amado de Francia. Y todo eso sin contar su «breakfast» con el señor Ford. Al señor Brandt, famoso por sus frases insidiosas, se le atribuyen estas palabras: «Giscard es el último atlante que nos queda.»El Parlamento europeo

Según el señor Mitterrand, Giscard d'Estaing fue a Hambourg-Langenhon (donde el canciller alemán tiene su residencia privada) «en busca del Parlamento europeo». Al parecer, este asunto del parlamentarismo de los «nueve» es una de las grandes obsesiones del presidente francés. «Giscard -dijo en junio el señor Kanappa, secretario para Asuntos Internacionales del Partido Comunista francés- está dispuesto a escucharle cualquier cosa a Schmidt, con la condición de que el canciller le deje hablar del Parlamento europeo». Kanappa se refería, evidentemente, a la dura filípica que el presidente tuvo que aceptar de boca de Schmidt, durante la última conferencia de jefes de Estado de la CEE en Luxemburgo, en abril pasado. O quizás el desprecio con el que el canciller se refirió en mayo al principal aliado de Giscard, el gaullismo, que obligó al Quai d'Orsay a llamar por unos días a su embajador en Bonn.

En esta ocasión, Schmidt recibió a Giscard con la misma escasa indumentaria -shorts y camisa cubana- con que le dio la bienvenida, a principios de mayo, al señor Gierek, jefe del Partido Comunista polaco. Ambos hablaron durante ocho horas, y según un portavoz del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), los temas tratados fueron los siguientes: 1) El proyecto de directorio europeo, lanzado por París en los últimos días de junio, precisamente después de la entrevista Giscard-Callaghan. 2) El cambio de gobierno en España, que coloca a Giscard, y también a Schmidt, en una situación ambigua. 3) Las conversaciones entre Brandt y Mitterrand, que afectan la «Imagen» de Giscard de cara a las elecciones municipales y legislativas de 1977 y 1978. 4) El tratado nuclear franco-soviético del 20 de junio, observado con reticencias por la cancillería alemana, que en este tema comparte las aprensiones del eurocomunismo. 5) La política comunitaria frente al tercer mundo. 6) La posición norteamericana respecto de la OTAN y del «relanzamiento» económico europeo. 7) La política restrictiva sobre la CEE, elaborada por Schmidt para el próximo consejo europeo del 1, 2 y 13 de julio. 8) La homologación del ejército francés con el alemán.

Según nuestros informadores socialdemócratas, el «desacuerdo» entre Giscard y Schmidt en torno de estos puntos «ha sido total», a pesar del «tono extraordinariamente amistoso de las conversaciones». Sólo en lo que concierne al Parlamento europeo -dijeron-, Schmidt se mostró comprensivo. Pero de todas formas exigió que la cuestión sea tratada en una conferencia cumbre de la comunidad, que debería realizarse antes de fin de año. Como se sabe, el Benelux e Irlanda -lo que también quiere decir Inglaterra- se oponen al plan presentado en Luxemburgo por Giscard, según el cual los escaños del futuro Parlamento deberían repartirse entre los «nueve», también en proporción a la población de cada país, no únicamente en relación directa con la «presencia» electoral de cada partido nacional. Ahora Giscard ha rectificado, pero sólo en parte. Aparentemente, Schmidt se ve muy urgido, en este problema, por sus aliados holandeses, con los que acaba de establecer un sistema de complementación militar respecto de la OTAN, por el que ha conseguido la unificación para la venta de equipos militares. Así, pues, Schmidt apoyaría las propuestas de Giscard sobre el Parlamento, en la medida en que París se muestre dispuesto a «escuchar» a los «pequeños» de la CEE. En el fondo, nada.

Para el resto de las ideas giscardianas, la sordera alemana habría sido aún mucho más dura. Estas son, según los círculos dirigentes del SPD, algunas de las respuestas de Schmidt: «Después del avance del Partido Comunista Italiano, se han diluído las posibilidades de la mayoría en Francia (liberales, gaullistas, giscardianos y radicales independientes). Por lo tanto, el SPD debe convenir, cuanto antes, un modus vivendi con el señor Mitterrand, si el PSF se decide, finalmente, a tomar distancia del señor Marchais.»

«Nunca la Comunidad Europea ha estado en condiciones de influir decisivamente en el proceso político español. España puede convertirse, en poco tiempo, en el centro neurálgico del Mediterráneo. Una cosa son las relaciones de partido a partido, como las del SPD con el socialismo peninsular, y otra, muy diferente, las de Bruselas con Madrid, se trate de la OTAN o de la CEE. La Comunidad no puede abrir más líneas de empréstitos, y Washington debe asegurar. a toda costa, la respuesta positiva de Madrid a las necesidades estratégicas de la Alianza. En consecuencia, la CEE no puede enfriar sus tratativas con el Gobierno español, aunque los europeístas españoles hayan tenido que alejarse del poder.»

«No hay posibilidad de directorio europeo hasta tanto no se aclaren las posibilidades electorales de la socialdemocracia alemana y de la mayoría francesa. Por otra parte, un directorio sólo sería factible mediante la liberalización de la Europa Verde y la firma de un convenio sobre política energética» (que hasta ahora Francia ha rechazado).

«La conferencia sobre energía y materias primas con el tercer mundo, responde a una iniciativa francesa. Por lo tanto, París es el que gana, no la CEE. Pero esas ventajas son únicamente políticas, no económicas y en ese sentido es Europa la que se perjudica. Es imprescindible que la Comunidad prepare una política de precios sobre materias primas» (los aumentos de costos para Europa oscilan entre el 20 y el 40 por 100, desde hace siete meses y en especial luego de la guerra de Angola).

«El presupuesto francés debe reducirse en, por lo menos, el 8 por 100. El de Gran Bretaña, en el 12 por 100, y el de Italia, en el 15 por 100, y eso en forma inmediata.»

«La Comunidad no puede dar curso hasta 1977 a los préstamos que se ha comprometido a entregar este año a diversos países u organizaciones del tercer mundo, por un total de casi 1.000 millones de dólares.»

Parece imposible, ante estas «respuestas» del señor Schmidt, calificar de «exitoso», como lo ha hecho el propio Giscard d'Estaing, la gestión francesa en Bonn. Resta sólo, como positivo, el entendimiento sobre el terrorismo, pero hay que reconocer que en ese terreno la actitud de Bonn ha sido siempre más firme que la de París. El ministro alemán de Relaciones Exteriores, Genscher (liberal) habría dicho: «Esta vez París se ha puesto de acuerdo con lo que nosotros estuvimos de acuerdo, sin el acuerdo francés durante mucho tiempo.»

Es probable, no obstante, que el señor Giscard d'Estaing haya conseguido otro punto de convergencia con el señor Schmidt: no hacer tan público el lunes que viene, como ocurrió en la «cumbre» de Luxemburgo, lo que sigue separando a Alemania de Francia. Un «acuerdo» parecido al que habría logrado, días atrás, con el «premier» Callaghan. Lo menos que ha de hacer Europa ahora -sería el argumento de Giscard- es salvar las formas». En resumen: el «último atlante» está dispuesto a aceptar la caída, si se le ofrece la oportunidad de caer con elegancia.

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