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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El marxismo en un medio subdesarrollado

El título de este artículo se ajusta mejor al contenido del libro que aquí examinamos que el del propio libro. Porque, si bien es cierto que la cuestión básica que Sotelo trata de resolver es la de explicar en términos marxistas o, quizá mejor, neo-marxistas, el fenómeno del estalinismo como aberración del sistema social concebido por Marx, también es cierto que el libro es en gran parte una historia intelectual y que para Sotelo el estalinismo como sistema de pensamiento es ínfimo («El refinamiento intelectual no ha sido, ciertamente, el fuerte de Stalin», pág. 23). Como buen catador que es de brebajes intelectuales, el autor centra su atención preferentemente en la cuestión de cómo del marxismo, filosofía de las sociedades industriales avanzadas, pudo surgir el leninismo, adaptación de esta filosofía a un programa de acción revolucionaria en un medio agrario subdesarrollado. Sólo los dos últimos capítulos (el último tercio del libro) están destinados a analizar cómo de la doctrina y la praxis revolucionaria de Lenin pudo pasarse a la congelación burocrática del Estado estalinista.Organización revolucionaria

Del leninismo al estalinismo

Modificaciones del marxismo en un medio desarrollado, de Ignacio Sotelo. Editorial Tecnos, 1976.

Resumiendo implacablemente, el argumento del libro es como sigue: para un revolucionario ruso a fin de siglo el marxismo ofrecía un indudable atractivo por su seriedad científica, por su visión cosmológica y, sobre todo, por su demostración casi matemática de la inevitabilidad de la revolución. Pero planteaba un problema difícil: la revolución para Marx era la consecuencia inevitable del desarrollo capitalista, pero este proceso no estaba en Rusia sino en sus comienzos. El país no estaba, por tanto, maduro para la revolución. Para que llegara ésta había que esperar a que el país creciera más, se industrializara. De ahí las tesis de tantos populistas y socialdemócratas rusos de que la tarea de los revolucionarios, en la situación de subdesarrollo del país, era la de colaborar con la burguesía en el derrumbamiento del feudalismo y la autocracia, pero no la de precipitar una revolución socialista que, por prematura, estaría abocada al fracaso. Para la corriente dominante de los marxistas rusos, él proletariado, protagonista señalado de la revolución, estaba aún en estado embrionario. El deber de la intelligentsia revolucionaria era contribuir a formarlo, encuadrarlo en organizaciones sindicales combativas, prepararlo para el momento de la madurez revolucionaria.

Para Lenin y su fracción, sin embargo, esto no era actitud revolucionaria, sino reformista. En palabras del gran leninista latinoamericano, Fidel Castro, «la misión de todo revolucionario es hacer la revolución». Lo cual implica que las famosas «condiciones objetivas» deben ser al revolucionario lo que el terreno es al militar: el elemento en que se mueve y maniobra, que debe conocer bien para utilizar en beneficio propio, pero que jamás puede servir de pretexto para la inacción. De ahí la desconfianza de Lenin hacia las tesis espontaneistas: no puede dejarse la revolución a la acción espontánea de las masas. En sus propias palabras, «los obreros no pueden tener en absoluto una conciencia social demócrata. Esta sólo les puede llegar desde fuera (...) La clase obrera, por propia fuerza, únicamente puede crear una conciencia trade-unionista La doctrina del socialismo ha surgido de teorías (...) que han desarrollado miembros cultivados de la clase poseedora, los intelectuales. También (...) Marx y Engels pertenecieron (...) a la intelectualidad burguesa». (Citado por Sotelo, pág. 74.) De ahí la necesidad de un partido que sea una organización de revolucionarios, que encauce las aspiraciones de la masa proletaria y la aparte del sindicalismo miope, del oportunismo, del reformismo. Este partido revolucionario necesitará a su vez un comité central, algo así como un Estado Mayor en un ejército, volviendo al símil estratégico. «La lucha sin cuartel entre el absolutismo y el movimiento obrero exige el que este último adopte el mismo tipo de "organización militar" que constituye la fuerza de sus enemigos.» (Sotelo, págs. 79-80.) Ahora bien, este partido guía de las masas va a tener una clara propensión a verse a sí mismo como la encarnación de esas masas una vez conquistado el poder. El peligro ya fue señalado por revolucionarios de talla, como Rosa Luxemburgo o Trotski. Sotelo cita un texto de éste, fechado en 1904, particularmente profético: «Los métodos de Lenin llevan a los siguientes resultados: primero, se impone él aparato del partido sobre la totalidad del partido; después, el comité central sobre el aparato y, finalmente, un dictador único sustituye al comité central.» Y concluye Sotelo: «Esta serie de sustituciones es parte integrante y principal de una historia del estalinismo.» (Pág. 86).

En efecto, y no podía ser de otra manera por la lógica de las cosas. Si el partido hace la revolución en nombre del proletariado pero antes de que éste sea una clase social verdaderamente poderosa, ¿a quién representará y en quién se apoyará el partido, que ahora se encuentra en el poder? La cuestión reside en que las masas rusas de 1917 no son en su mayoría obreros, sino campesinos sin tierra, cuya aspiración no es la socialización de los medios de producción, sino el reparto de tierras. «El acceso de los bolcheviques al poder, al llevar el proceso revolucionar¡o a su cénit, patentiza su contradicción fundamental (...) la puesta en práctica de una política netamente socialista (...) hubiera significado una ruptura con las masas campesinas, base fundamental del poder bolchevique.» El partido termina así por convertirse en una organización aislada, una. maquinaria estatal nominalmente representante del proletariado, pero de hecho tutor tiránico de un menor que nunca tiene ocasión de desarrollarse plenamente. Como dice el texto de la contracubierta, esta contradicción la «resuelve Stalin al identificar la sociedad burocrática posible con el socialismo buscado, eso sí, al precio de congelar dogmáticamente el marxismo, erigir un régimen de terror y suprimir cualquier perspectiva auténticamente socialista».

Pero este resumen dista mucho de hacer justicia al libro, que además de estar escrito en un estilo ágil y riguroso, está lleno de ideas sugerentes sobre temas de ciencia social. Quizá la más desarrollada de éstas sea la del paralelismo entre la Rusia prerrevolucionaria y la América Latina de nuestros días. (Por ejemplo, en la pág. 47: «Los rasgos de la intelligentsia rusa del siglo XIX -transplante de las ideas básicas, imposibilidad de integrarse socialmente, radicalización política y social- se reproducen ,hoy en la intelligentsia latinoamericana. Qué bien se comprende a una figura como la del Che desde el populismo revolucionario ruso».)

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