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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ahorrar en España

EL MINISTRO de Hacienda no se cansa de exhortar al ahorro a los españoles. Si el país quiere crecer y crear puestos de trabajo -nos dice-, tendrá que forzar sus exportaciones y su tasa de inversión, y eso sólo será posible si moderamos nuestro consumo y ahorramos más. El argumento es impecable. Sólo que una cosa son los argumentos teóricos, y otra, la realidad. Y la dura realidad es que todo parece organizado para que el español no ahorre; o, al menos, para que no lo haga la gran masa de ahorradores potenciales, medios y modestos. Porque, para ese ahorrador típico, la colocación normal de su ahorro son los depósitos en las instituciones financieras -especialmente si la Bolsa tiene las características de la española-.Y mal se entiende una política de fomento del ahorro que mantiene los tipos de interés que los Bancos y las Cajas de Ahorro ofrecen -al menos, al común de los mortales- sobre depósitos y libretas. Si uno va, hoy, a un Banco y coloca su ahorro, por ejemplo, en un depósito al plazo de un año, recibe un tipo de interés (deducidos impuestos) del 5,10 por 100. Como nuestra tasa actual de inflación es, digamos (para no molestar), del 16 por 100 anual, no hace falta ser un experto en cálculo financiero para comprender que, al cabo de un año, el poder de compra de ese ahorro se habrá reducido casi en un 11 por 100. He aquí el hermoso negocio que se le ofrece al ahorrador. Al ahorrador español, porque en Estados Unidos o Alemania, tan ejemplares en asuntos económicos, según parece, eso no pasa.

Si uno pregunta cuál es la razón de que el ahorrador normal sea maltratado en un país que tanto necesita del ahorro, la respuesta que recibe es ésta: los bajos tipos de interés que usted recibe permiten conceder financiación relativamente barata a los prestatarios de la Banca, las Cajas de Ahorro y el crédito oficial, es decir, principalmente a las empresas; sobre todo, a las empresas que tienen la suerte de recibir crédito oficial o de conseguir que sus emisiones de obligaciones sean oficialmente calificadas como aptas jara ser adquiridas por las Cajas de Ahorro.Claro que tal respuesta no hace más que suscitar nuevas preguntas: ¿en nombre de qué principio ético, social o económico se obliga al ahorrador a que subvencione a los inversores? ¿Por qué, si nos dicen que el ahorro escasea, ha de abaratarse artificialmente su precio con el riesgo de que se ahorre menos y de que las inversiones utilicen capital en exceso? .¿Por qué hqmos de creer, después de lo que hemos visto y podemos recordar, que las decisiones oficiales distribuyen el ahorro subvencionado mejor que lo haría un mercado sin subvenciones? Y, puestos a subvencionar, ¿por qué no hacer las subvenciones explícitas y controlables, en lugar de implícitas, difusas y oscuras, que no hay forma de saber lo que nos cuestan?El ahorrador hará esas preguntas sin grandes ilusiones, y llegará a la conclusión de que, tal y como están las cosas, lo bueno no es ahorrar, sino endeudarse y, si le es posible, participar en el gran deporte nacional de la especulación con las tierras que nos sostienen y los ladrillos que nos cobijan -o que sostienen y cobijan al prójimo- Porque eso es lo que de verdad fomentan nuestras regulaciones financieras, junto con nuestro sistema fiscal, la falta de ordenación urbanística y del territorio y otras muchas lacras que padecemos. El ahorrador normal leerá con asombro los precios del mercado del arte entre nosotros, escuchará con interés los problemas de una agricultura que no es rentable a los actuales precios de las tierras y se enterará con, envidia de que el nuevo alcalde de Madrid ha realizado el sueño de todos los habitantes de esta ciudad arruinada por la especulación: huir de su caos en helicóptero. Y comprenderá que las sutiles conexiones entre tan variados aspectos de la realidad no son resultado de una maldición divina, sino obra de los hombres y de la política de los gobiernos durante mucho tiempo; y que una de esas conexiones, dictáda por los hechos, y al margen de las palabras oficiales, se concreta en esta consigna: No ahorres, endéudate, si puedes, y, si te es posible, especula.

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