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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sexo y política

NO CABE aceptar las herencias históricas a beneficio de inventario. Quiérase o no, la cultura española contemporánea lleva los estigmas de su inmediato pasado. La obsesión de algunas publicaciones y espectáculos por alimentarse casi exclusivamente de lo que ayer estaba prohibido tiene su razón de ser en la larga cuaresma de la que apenas comenzamos a salir.Durante casi cuarenta años la censura ha cercenado, a veces hasta extremos increíbles y grotescos, la libertad de expresión. Ya va siendo hora de que se historien los desmanes de esos presuntos salvadores de nuestras almas y se escriba con todo detalle la sórdida crónica de las prohibiciones, mutilaciones y parafraseos con que se ha amargado la vida a los escritores, artistas e investigadores españoles a lo largo de cuatro décadas. Durante ese período los medios de comunicación al servicio del Estado, especialmente la televisión, completaron la negativa tarea de las tijeras y el lápiz rojo con el positivo esfuerzo de colorear la vida del país de ramplonería, mojigatería e ignorancia.

Ciertamente, el principal objetivo de los censores y propagandistas fue el silenciamiento de la crítica política y la deformación de la historia contemporánea. Pero también la moral y las buenas costumbres ocuparon parte de su tiempo y de nuestro dinero. Mientras los guardas jurados se apresuraban a disolver a los novios cariñosos en la Casa de Campo, los ángeles, custodios de los españoles alargaban las faldas de las actrices y acortaban sus escotes, hacían castos a los amantes y bienhablados a los arrieros, y creaban la agobiante sensación de que los niños realmente venían de París.

¿A quién puede extrañar que el debilitamiento de la censura haya desatado una oleada de literatura, cine y teatro especializados en los antiguos tabúes? ¿Y quién puede mostrar desagrado ante ese fenómeno sin denunciar, a la vez, sus verdaderas causas? No parece justo acusar de gula a quienes salen de un prolongado período de abstinencia forzosa. Ni merecen respeto los nostálgicos de la inquisición, a la que pretenden emular con el apedreamiento de librerías y el asalto a las salas de espectáculos.

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Tras dejar bien claro que los Iodos de hogaño son la consecuencia de los polvos de antaño -espejo inagotable de represiones sin cura-, y que el remedio para el dolor de cabeza no puede ser nunca la guillotina, es también necesario elevar una voz contra el desaforado negocio que explota en forma de mercancía la curiosidad y el deseo de lo prohibido. La bazofia que se disfraza de información científica sobre el sexo, la utilización represiva del destape en el infracine y el infrateatro, la artificial creación del expectativas luego incumplidas para colmar los vacíos de la cultura política, la valoración publicitaria de una obra por el exclusivo mérito de haber sido anteriormente prohibida son otros tantos ejemplos de la inevitable resaca a que han dado lugar, tantos años de celo inquisitorial. Porque odiamos el puritanismo, aborrecemos también el mal gusto. Y hay que decir, de una vez, que el mero hecho de sacar un desnudo en un escenario, esgrimir una palabra gruesa o acusar al capitalismo fascista, no hacen buena la labor creativa de un mal intelectual. La elevación del nivel cultural del país y la necesidad de una adecuada información para el ejercicio de las libertades en todos los terrenos exigen que, desde la sociedad civil, se rechacen esas formas invertidas de un pasado que logra de alguna forma pervivir a través de ellas; y que también se advierta del peligro de empobrecimiento de la sensibilidad y el conocimien to que se puede derivar de una unilateral obsesión por lo que durante cuarenta años estuvo prohibido y reprimido.

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