Los ajustes de cuentas de Blanco Aguinaga
Es difícil caracterizar este libro. ¿De qué se trata? ¿De crítica literaria? En un principio, existen textos famosos sobre la relación entre mito y novela, como los trabajos de Dumezil. Pero no, una cita firmada con iniciales -K(arl) M(arx)- nos advierte que los dados están cargados: «Toda mitología doma, domina, trabaja las fuerzas de la naturaleza en la imaginación y por la imaginación. Desaparece en el momento en que esas fuerzas están realmente dominadas». ¿De verdad? De todas formas, Blanco Aguinaga ha tomado partido contra el mito. El mito perturba, como perturban los análisis históricos, racionales y políticos.Pero no hay aquí estudio de ningún mito. ¿Y los novelistas? Octavio Paz no lo es; Carlos Fuentes sí, pero de él se estudia un ensayo. Juan Goytisolo se defiende como puede, incrustado entre cuatro latinoamericanos. Solo García Márquez (por Cien años de soledad) y Alejo Carpentier (por El reino de este mundo) son novelistas y Blanco Aguinaga los estudia como tales. Total cinco ensayos reunidos en un libro, no muy voluminoso además. Cinco ensayos, no sobre cinco autores, sino sobre cinco libros. Este libro no trata del mito, no trata de la novela, no trata de la literatura latinoamerícana. O al menos, en cualquiera de estos aspectos es insuficiente. Peligros de recopilar ensayos sueltos.
De mitólogos y novelistas
De Carlos Blanco Aguinaga Madrid. Ediciones Turner. 1976
Cuatro suspensos y un aprobado
1.-El primer lanzazo contra Octavio Paz, mejor dicho, contra uno de sus libros, el ensayo sobre México titulado El laberinto de la soledad.A Blanco Aguinaga le molesta profundamente esta afirmación de Paz: «La realidad de América es material, mental, visual y sobre todo verbal... Más que una realidad que descubrimos o hacemos, América es una realidad que decimos». O que asevere que «el mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás».
2.- Cuando en Cien años de soledad, García Márquez afirma que en cierta ocasión llovió sobre Macondo «cuatro años, once meses y dos días» lo primero que se le ocurre es decir que «en Colombia llueve mucho», y que «en las zonas de alta pluviosidad no prospera la civilización, es decir la historia». Para nuestro profesor, la obra de García Márquez se divide en dos partes. Una, la segunda, Cien años de soledad, y otra, la primera, todas las obras anteriores. En la primera época, «la lluvia es el correlato objetivo de una opresión histórica», y se apunta «a la posibilidad de que los personajes empiecen a sacudirse la opresión». Luego, reduce la historia de Cien años... «a la fabulosa aventura de la fundación de Macondo, de la llegada a Macondo de la "civilización", y paso a paso, al hacerse y deshacerse de una lamentable historia familiar, local y nacional». «Los Buendía viven con voluntad de aislarse de la historia y creen en la circularidad del tiempo». «Macondo acaba por desaparecer de la historia, se cierra el tiempo como si fuese un círculo». Está claro: mientras en La mala hora García Márquez lanzaba al pueblo a la guerrilla, en Cien años de soledad muestra la «inutilidad de toda actividad histórica».
La contradicción, para Blanco Aguinaga, reside en que el narrador colombiano «revela tener consciencia del desarrollo dialéctico de la historia, así como de la relación dialéctica entre realidad y ficción, en tanto que por otro (lado) parece hacemos creer que tales relaciones no existen ». Entre La mala hora y Cien años... hay «una pérdida de esperanza».
3.-La «Reivindicación del conde de don Julián», de Juan Goytisolo, aparece aquí emparedada entre este panorama latinoamericano. Y tampoco goza de las simpatías de Blanco Aguinaga. «Todo lo que en la novela ocurre es espejismo». «Se da forma revolucionaria al sueño. Los sueños del nuevo Julián se realizan sólo en cuanto ficción». Naturalmente que Goytisolo -rebelde siempre- tiene una intención de operar sobre lo real. Y en efecto, opone las dos versiones de España, la triunfalista y la pesimista; pero, según Blanco Aguinaga, Goytisolo ni siquiera triunfa en la ficción, y plantea un problema maniqueo -este detalle es el único válido de su crítica, a mi parecer- asumiendo la versión triunfalista de la historia de España, en bloque y simplificando en exceso.
4.-Carlos Fuentes es novelista, sobre todo; pero a Blanco Aguinaga sólo le interesa de él un ensayo La nueva novela hispanoamericana. Primero para acusarle de imperialista; aunque cite nombres excelsos para la progresía, como los de Ho Chi Minh, Lumumba y Fidel Castro. «Saca sus nombres casi mágicamente de la nada», por «falta de atención a la historia». Para Fuentes, «el intelectual queda situado entre una historia que rechaza y una historia que desea».
5.-Después de cuatro suspensos, el aprobado: Alejo Carpentier, novelista, diplomático y militante revolucionario. Pero Blanco Aguinaga no elije su obra maestra, El siglo de las luces: libro que describe las conflictivas relaciones entre la revolución y la historia, cuyo humanismo escéptico le lleva a confesar la inevitabilidad del terror. Nuestro profesor prefiere El reino de este mundo, cuyo tema -dice- es «una victoriosa rebelión de esclavos» en Haití. Lucha de clases, racismo, dictadura de negros sobre negros. Carpentier utiliza «lo real maravilloso», como por ejemplo los poderes mágicos de uno de los rebeldes de su novela; pero Blanco Aguinaga sigue paso a paso la novela, descubre su historicidad y su realismo. Y, desde luego, Carpentier respeta a la Historia, con mayúscula, y eso es ya un buen dato para nuestro profesor.
Metáforas
Hay quienes dicen que en el principio era el verbo. Para un literato es, al menos, una excelente metáfora. Sin verbo no había historia, desde luego. Mitología viene de mito (mythos = palabra). Un mito no es una falsedad, ni mucho menos. Un mito es un símbolo que opera como parte de lo real, como una realidad. Ya Levi-Strauss señaló que muchas aproximaciones al mito, desde Fraser a Jung, carecían del suficiente bagaje científico. El mito forma parte de la historia.Lo que sucede es que nuestra cataléptica sociedad de consumo pretende mitificarlo todo; en este sentido, es valiosa la obsesión progresista de desmitificarlo todo. Pero no exageremos. Un mito es precisamente aquello que no se puede desmitificar. En el terreno de la literatura, se crean mitos: Don Quijote, don Juan, la Celestina, Pantagruel, Robinson, Doryan Gray, Dr. Jeckill el castillo kafkiano, Barba Azul; o en el terreno del pensamiento: en Cien años de soledad encontramos la creación, el fin del mundo, el eterno retorno, la ascensión a los cielos. Naturalmente, estos mitos no casan con el realismo chato y mecanicista que preconiza el librito de Blanco Aguinaga. Este tipo de realismo no puede asumir el símbolo.
La literatura no es la salvación del mundo: es su conciencia. Muchas veces -las mejores- una conciencia desdichada. Su capacidad crítica le confiere un carácter dialéctico, sin el cual el conocimiento no puede avanzar. Lo, peor de la literatura son, sin duda, las teorías literarias, que intentan fijarla, controlarla, imponer sobre ella su sabiduría. ¿Sabiduría?. Ideología más bien. Hay que negarse a parcelar la literatura, a dividirla en buenos y malos, corno sucede en ese western maniqueo que es hoy la batalla ideológica. El primer criterio de lo literaria será la calidad. Por eso este libro del profesor Blanco Aguinaga, apriorístico y parcelario, en su apelación a la historia, es tendencioso. Pues la historia, como toda aparente ciencia de lo universal (ciencias humanas) es una ciencia de tendencia. Lo más grave es que este libro silencia lo fundamental: no habla para nada de literatura.
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