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Un drama que rebasa las fronteras de Alemania Federal

La muerte de la anarquista alemana Uhike Meinhof, que se suicidó el domingo en una cárcel de Suttgart, ha provocado violentas reacciones por parte de la extrema izquierda alemana, que afirman se trata de una «muerte preparada». Seiscientos manifestantes se enfrentaron a la policía en Fracfort y un agente, alcanzado por un cóctel molotov se encuentra en gravísimo estado. Por otra parte, 55 detenidos en la misma cárcel donde se ahorcó Ulrike Meinhof amotinaron ayer en la prisión, negándose a volver a sus celdas.

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Ulrike Meinhof, una de las principales encartadas en el proceso de Stuttgart contra el «núcleo duro» de la banda Baader—Meinhof, se suicidó el pasado domingo, en el penal. Un trágico desenlace que plantea serios problemas en lo que concierne al régimen penitenciario en la República Federal y a la situación psicológica de aquellos presos no convictos ni confesos de delitos comunes.

Ulrike Meinhof, periodista de considerables vuelos, enemigo irreconciliable de una sociedad de consumo y «delincuente común» por los medios utilizados para combatir esta sociedad, ha sacado sus consecuencias de una situación insoluble. Ha demostrado, sin embargo, casi al mismo tiempo, lo contrario de lo que quería denunciar. El hecho de que un preso alemán pueda poner fin a su vida, sin más, demuestra la lenidad de los vigilantes, pero también el respeto a la intimidad que observan los carceleros.

La pregunta que a todos parece impulsar son los posibles móviles que puedan haber inducido a Ulrike Meinhof a poner fin a su vida. Muchos parecen opinar que tomó su decisión por razones particulares: otros, porque había llegado a la conclusión de que sus fines políticos habían fracasado, porque tenía conciencia de que sus debates ideológicos con otros miembros de su grupo habían alcanzado un grado insuperable ya de esterilidad. Sin olvidar que sus acciones y declaraciones sólo habían tenido una consecuencia: la de acelerar el giro hacia posiciones derechistas del establishment en la República Federal.

Para la mal llamada izquierda alemana, Ulrike Meinhof y sus adictos no han constituido más que una rémora en la persecución de sus fines. Su crítica de la sociedad germana actual, en muchos aspectos, bien concebida y legítima, ha resultado contraria en sus consecuencias. Ulrike Meinhof y su compañero de fatigas, Andreas Baader, se han convertido en el principal argumento de los reaccionarios germanos, necesitados durante años de justificantes eficientes: Lo que antecede no es más que la vertiente política de una fenomenología «terrorista», que se iniciaría en Alemania con el suicidio pasivo de Holger Meins. El aspecto humano no se ha analizado aún. Por lo menos con la suficiente extensión y profundidad. Tanto UIrike Meinhof, como Holger Meins, considerados por la sociedad, como simples outsider no han sido más que sus víctimas. Su aberración, por criminal que sea de hecho, y en derecho, no reproduce sino las aberraciones de un sistema. De un sistema democrático cuyos principios pueden ser defendibles, aunque sus resultados no lo sean. De ahí que el drama de Ulrike Meinhof rebase las dimensiones y la importancia de un solo país.

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