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El deporte, una voz de esperanza

Dos deportistas refugiados, premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía, relatan su experiencia en Siria y Etiopía

Carlos Arribas
Kinde, a la izquierda, y Al Hussein, el miércoles en Madrid.
Kinde, a la izquierda, y Al Hussein, el miércoles en Madrid.Álvaro García

El deporte es la actividad más natural e instintiva. Se corre para que no te alcancen, para alcanzar al que va delante. Se corre contra el tiempo y luego para batir récords y ganar medallas y hacerse de oro y emocionar a los aficionados. Esa es la ley normal para la mayoría de los deportistas. Para unos pocos, para un puñado de entre ellos, para Ibrahim Al Hussein, por ejemplo, o para Yonas Kinde, el deporte es algo más, el deporte es un arma de esperanza.

“Y una voz. Gracias al deporte, tengo una voz, yo que ya ni tengo ni fuerzas para hablar desbordado por la catástrofe de mi país”, dice Ibrahim, un nadador sirio refugiado en Atenas. “Quiero llevar mi voz a través del deporte a todo el mundo, mi voz y la de todos los refugiados. Y que nos llegue el apoyo moral de todos. Intentemos con el deporte crear un futuro mejor para todos”.

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Una tarde de noviembre de 2011 Ibrahim estaba con tres amigos en su casa, en Deir Ez Zur, no muy lejos de la frontera iraquí, cuando oyó un disparo y varios gritos desde la calle, ¡Ibrahim! ¡Ibrahim! Un francotirador había disparado en el pecho a otro amigo. Con los otros tres, salió a ayudarlo y mientras intentaban levantarlo, una bomba explotó a su lado. Un amigo perdió el brazo derecho, otro, el izquierdo; el tercero, la pierna izquierda; él, la derecha. Se desmayó al llegar al hospital y cree que hasta le amputaron la pierna por debajo de la rodilla sin anestesia siquiera. “Viví luego en una silla de ruedas. Dos meses y medio sin comida y sin medicamentos”, recuerda Ibrahim, quien perdió en la guerra a uno de sus 13 hermanos y a dos sobrinos. Habla árabe solo. Una intérprete lo traduce. “No aguantaba más y logré irme a Turquía. Allí no mejoró mi situación. Solo cuando llegué a Grecia como refugiado pude volver a vivir de nuevo”. En Atenas, ahora, Ibrahim trabaja de camarero en una cafetería y todos los días se entrena. Es nadador y muy bueno. Tan bueno que participó en los recientes Juegos Paralímpicos de Río en un equipo independiente. “Soy un privilegiado. Gracias al deporte llevo una vida normal”, dice Ibrahim, que se convirtió en un símbolo olímpico al portar la antorcha recién encendida por el sol en Olimpia a través del campo de refugiados de Eleonas. “Fue una sensación que no se puede explicar, pero ahora, viendo lo que puede ocurrir en Alepo, solo siento dolor. Yo he tenido suerte, pero los niños de Alepo, ¿qué futuro tienen? Cuando crezcan, juzgarán al mundo, ¿qué habéis hecho por nosotros? Mi sueño es que alguien ayude a los niños, que algún país saque a los niños de Alepo, de la catástrofe...”

Como Ibrahim, Yonas Kinde está en Madrid para recibir el premio a los Derechos Humanos que les ha otorgado el Consejo General de la Abogacía. Como Ibrahim, Yonas, etíope, es un refugiado al que el deporte ha dado una voz y una esperanza. Yonas, maratoniano refugiado en Luxemburgo, participó en Río formando parte del equipo de refugiados. “Y solo ahí me sentí humano, la única vez desde que huí de Etiopía. El equipo éramos una familia, todos nos respetaban, nos sentíamos en igualdad con todos los demás atletas del mundo”, dice Yonas, quien acabó en Luxemburgo a su pesar. “Cogí un tren en Amsterdam para ir a Alemania y me bajé en Luxemburgo pensando que era una ciudad alemana”.

A Yonas le sorprende que le digan que no entienden cómo un etíope puede ser refugiado si en su país no hay guerra y aparentemente se vive en democracia. “Hay cientos de miles de refugiados etíopes en todo el mundo”, dice, en francés, Yonas, quien no quiere abundar en las críticas por miedo a que el Gobierno tome represalias contra su mujer e hijos, que aún viven en Etiopía. Habla con más libertad de los problemas de vivir en Luxemburgo. “Tengo un trabajo de masajista de 40 horas a la semana que apenas me deja tiempo para entrenarme”, dice, “y como no soy luxemburgués la federación de atletismo no me ayuda. Así que no puedo ser atleta hasta que no sea luxemburgués... Solo cuando deje de ser refugiado seré capaz de sentirme humano”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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