Los Oscar, desde dentro: una gala “normalita” y una fiesta posterior con mucho “yes, jabugo”
La ceremonia de 2024 únicamente será relevante para quienes allí estuvieron. La interpretación de ‘I’m Just Ken’ de Ryan Gosling y el Cinco Jotas que se repartió en el Baile del Gobernador, lo más recordado de la noche
Juan Antonio Bayona tenía hambre. El cineasta, que se vuelve a España sin galardón, lo confesaba en el Baile del Gobernador, la fiesta posterior a la gala de los Oscar a la que acuden nominados y, cómo no, premiados, puesto que allí les graban su nombre en una plaquita que lleva el galardón. La dorada estatuilla viene limpia de fábrica, y una vez recibida hay que subir un par de tramos de escaleras automáticas en el Teatro Dolby de Hollywood para conseguir que la graben con nombre, apellidos y motivo del premio. Es lo que hace que esa fiesta esté tan llena de famosos (a primera hora, porque desaparecen según les ponen la chapa), con permiso del tequila y del Cinco Jotas. Pero cuando se entra en la gala a eso del mediodía, se acaba sobre las 21.00 y apenas se ha comido, a esas horas hay hambre, ganas, agotamiento y emoción. Todo junto. Y el director nominado a mejor película internacional confesaba que, después de anunciarse que ganaba La zona de interés, se le había abierto el apetito. Seguido de Enzo Vogrincic (actor protagonista de La sociedad de la nieve, emocionado confeso en sus primeros Oscar), ambos buscaron algo de comer antes de marcharse de camino a las múltiples fiestas donde les reclamaban, desde la de Netflix o la revista Vanity Fair a la organizada por Egeda con parte de sus equipos.
Ver la gala desde dentro es otra cosa. Mientras que en pantalla puede ser aburrida, cansina, con chistes demasiado americanizados y pesados, estar dentro del Dolby es otro rollo, es vivirlo de una manera diferente. Cada dos o tres premios hay cortes de entre tres y cuatro minutos que permiten salir a las barras de las distintas plantas (para regresar al poco o pasar allí unos cuantos premios), comer unos frutos secos, pedir un vinito y charlar con premiados, nominados y académicos. Entre ellos, el director de cine Álex de la Iglesia que, junto a la actriz Carolina Bang, confesaba que le gusta venir cada año siempre que puede. El pin en la solapa de Robot Dreams dejaba claro con quién iba el cineasta, aunque acabara ganando la japonesa El chico y la garza, cuando todos apostaban por Spider-Man. El animador mexicano Jorge Gutiérrez, autor de El libro de la vida, pasaba por la alfombra con su madre, emocionada de estar en los Oscar. “Va a ganar El hombre araña”, afirmaba él. Pero no. La sorpresa fue tal, que incluso parte del equipo de la película japonesa confesaba en los descansos que no esperaban ganar.
Estar en el Dolby, aunque sea en la penúltima fila y tan lejos que ni con prismáticos se veía a los actores en el escenario, permite aprender de idearios y sensibilidades. Los Oscar habían invitado a medios como el pequeño Indian Country Today para que las minorías estuvieran presentes. Una de sus reporteras, Paris Wise, una joven periodista veinteañera de Nuevo México, originaria de los pueblos Zia y Laguna, se quedó casi de piedra cuando Emma Stone y su vestido roto de Louis Vuitton (que hablen de ti aunque sea mal) se alzaban como ganadores ante la impecable Lily Gladstone. Charlar minutos más tarde con algunos integrantes del pueblo Osage ayudaba a pasar las penas.
Pero como las penas con pan son menos, en el Baile del Gobernador todo era más sencillo. Beber, comer algo (de baos de pato a raviolis de chocolate blanco; de macarrones con queso a paella con, lo sentimos, chorizo), charlar con casi cualquiera. Allí era sencillo encontrarse con Annette Bening de cháchara, entre amigos, en un sofá; o con Willem Dafoe (de los últimos en irse). También con los nominados a mejor maquillaje y peluquería por La sociedad de la nieve Montse Ribé y David Martí, sorprendidos de que ganara Pobres criaturas frente a Maestro; las hermanas Ana y Belén López-Puigcerver, sentadas juntas con sus hijos frente a la zona donde grababan los Oscar, muy observadoras. A Thor era fácil verlo: los 190 centímetros de Chris Hemsworth destacaban entre la multitud. La actriz Elsa Pataky, su pareja, increíble con un vestido hecho a medida por Ze García, recordaba entre vinos que hacía 10 años que no venía a los Oscar. La última vez fue hace exactamente una década, a punto de dar a luz a sus gemelos. Ahora, asentada en Australia, se mostraba contenta, emocionada de pasearse entre amigos y compañeros sin nervios de premios.
La representación española y latina quedó presente. La cineasta chilena Maite Alberdi, con un hermoso vestido de tafetán fucsia comprado el día anterior en un centro comercial, no se lo llevó con uno de los proyectos más conmovedores del año, La memoria infinita, igual que tampoco por El agente topo hace cuatro años. A la tercera irá la vencida, le decían los amigos, mientras ella sonreía, y contaba que está terminando de editar su próximo e inminente proyecto. Pablo Berger y su esposa y socia, Yuko Harami, llegaron tranquilos a la gala y tranquilos se marcharon. La actriz Manuela Vellés, vestida también de la firma española Pronovias, se sentía algo nerviosa en sus primeros premios junto a su pareja, el productor de Robot Dreams Ibón Cormenzana. Era una de las primeras veces que dejaban a sus dos niños pequeños en casa y, claro, les resultaba complicado. Y entre los que hablaban en español, también buena parte de los que atendieron a los invitados, desde los camareros a los cocteleros o los cortadores de jamón. “¿Jabugo jamón?”, preguntaba Sean Lennon, hijo de John Lennon y Yoko Ono y flamante ganador del Oscar. “Yes, yes, jabugo”. “Oh, I love it”, Me encanta”, aseguraba el cineasta, poniéndose en la fila para agarrar un platito.
En lo que coincidían premiados y patio de butacas, es en que la gala había sido ligera, con pocas sorpresas, pero la comidilla de las fiestas posteriores era que lo más divertido, el momento para el recuerdo, había sido la interpretación de I’m Just Ken por parte de Ryan Gosling y de decenas de bailarines en el teatro Dolby. El patio de butacas se rio con ese puntito hortera, de espectáculo puramente estadounidense, del actor. Margot Robbie parecía avergonzada, Emma Stone afirmaba que se había roto el vestido en la actuación, los invitados se pusieron en pie. De una gala normalita, es el momento que se recordará de 2024. “Pero si ya no me acuerdo de lo que pasó en 2023…″, confesaban en una charla un par de veteranos de los premios. Sin bofetones, sin premios equivocados, los Oscar de 2024 únicamente serán relevantes para quienes allí estuvieron. Se declara abierta la convocatoria de 2025.
Babelia
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