Los lugares que alumbraron ‘20.000 especies de abejas’, la favorita de los Goya
La cineasta Estibaliz Urresola suma 15 nominaciones con una película que retrata la infancia trans y que ha filmado en los alrededores de su ciudad natal, Llodio
Ante el árbol, primera parada oficial del viaje, Estibaliz Urresola Solaguren (Llodio, Álava, 39 años) se emociona un poco. Son las tres de la tarde de un viernes soleado de enero, y la cineasta lleva un buen tute en el cuerpo: tras acompañar a su película por festivales en el norte de Europa, ha aterrizado directamente en Bilbao para participar esta mañana en un congreso en el Guggenheim sobre gestión lingüística en la actividad económica. A ella le ha tocado contar su experiencia en 20.000 especies de abejas, una película en la que se habla indistintamente en castellano y en euskera, un diálogo necesario para la verosimilitud de su historia, el retrato de la infancia trans, y en concreto de su protagonista: Aitor en los papeles, Coco para su madre, Lucía en su interior. En su estreno en la Berlinale se llevó grandes aplausos, después su protagonista, Sofía Otero, logró el Oso de plata a la mejor interpretación en el certamen alemán, y así despegó su carrera, hasta convertirse, tras ganar el festival de Málaga y el premio Forqué a mejor largometraje, en la favorita a obtener el Goya a mejor película, apoyada en sus 15 nominaciones (Urresola es candidata en dirección novel y guion original).
Pero antes del árbol, en la comida en un restaurante en su Llodio natal, la cineasta ha recordado que la historia nació en febrero de 2018, cuando Ekai Lersundi se rindió a sus 16 años. Había solicitado un tratamiento hormonal que nunca obtuvo, batalló infructuosamente para que se reconociera su identidad de género, hasta que no pudo más: Lersundi se quitó la vida en su casa. “Fue desolador. Sin embargo, escribió una carta de despedida esperanzadora, luminosa, para que su drástica decisión tuviera sentido y se produjera un cambio en la sociedad. Puede que en aquel momento su realidad no formara parte del debate social ni de la agenda política, pero a mí me impulsó. Y hoy, desde luego, está muy presente”, rememora. Ahora bien, esa fue la inspiración, no los cimientos. “El guion es fruto de muchísimos retazos de las vidas de las familias a las que pude entrevistar”; una labor en la que contó con la ayuda de Naizen, la asociación de familias de menores trans de Euskadi y Navarra.
Con todo, hay mucho de Urresola, y de su infancia y adolescencia en la película. Antes de comer, desde el coche, ha señalado el edificio donde vive su madre, el colegio y el instituto al que fue, el local donde vio sus primeras películas... Aunque ahora viva en Hernani (Gipuzkoa), está claro que tiene Llodio metido dentro: las principales localizaciones de su película están en su ciudad natal. Como la primera parada, la del árbol y la cabaña de Lourdes. A un lado de la carretera, subiendo por la ladera del monte, está el árbol con su agujero en el tronco. Al otro, justo al acabar un grupo de caseríos, una verja metálica cierra un camino a una caseta y un campo: ahora en descanso invernal, es un huerto de vistas prodigiosas que en pantalla alberga las colmenas de Lourdes. A la directora la esperan Félix Hortigüela y María del Carmen Ussía, cuñados, cuidadores del terreno y apasionados de la película. “Es que de repente tu huerto aparece por todo el mundo”, cuentan felices. Y preguntan por las posibilidades en los Goya, algo en lo que prefiere no detenerse la directora, a la que llaman Esti. “Van a poner la ceremonia en una pantalla grande en el pueblo”, comenta azorada.
Vuelta al coche y subida al santuario de Nuestra Señora del Yermo, del siglo XVI, adonde iba de pequeña a misa la cineasta junto a su familia. Urresola recuerda aquellos momentos con su padre, los paseos por el bosque, y la figura de Santa Lucía, “fundamental para la película”. Porque la santa es la patrona de quienes sufren enfermedades oculares. “Y 20.000 especies de abejas reflexiona sobre cómo nos ve la gente y sobre cómo nos vemos”, explica la cineasta. De ahí que Lucía asuma ese nombre y pase las manos por los ojos de la figura del altar. Eso sí, hay truco, como en muchas otras cosas del cine: la estatua de la santa está en la ermita de abajo, pero por el fondo y el espacio necesario hubo que rodar en la iglesia de Santa María (lograron, eso sí, poder trasladar la estatua de la santa). “Y es curiosa la amistad entre santa Águeda y santa Lucía”, apunta. Lo mismo le pasó con otras localizaciones, como la piscina y las pozas: no son las de Llodio por necesidades del rodaje.
Urresola ha meditado y amasado profundamente su película. Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Pública del País Vasco, máster en Dirección de Cine y en Film Business por la Escac, la Escuela de Cine de Cataluña, la directora filmó dos cortos —Adri (2014) y Polvo somos (2020)— y un largo documental —Voces de papel (2016)—, antes de que en la pospandemia se le acumularan los trabajos. En el Cannes de 2022 presentó en la Semana de la Crítica el cortometraje Cuerdas, ganador del premio Forqué en su categoría y candidato al Goya. “Fue muy duro, intenso. Cuerdas se iba a rodar un año antes. Tras la covid lo saqué adelante y empezaron a solaparse los acontecimientos”, rememora. “Arrancaba el proceso de reparto del largo cuando rodé el corto. Se estrenó Cuerdas en Cannes a un mes del rodaje de 20.000 especies... Y acompañé la promoción del cortometraje mientras posproducía el largo. Ahora lo pienso y me agoto”.
En la bajada a Llodio, Urresola habla sobre la preciosa canción en euskera que se escucha en los títulos de crédito, Gaua, de Lourdes Iriondo, y de sus conversaciones con Asier López Iraola, pareja de la cineasta, compositor y estudioso que ha reflexionado sobre filosofía y música. El trayecto acaba en la casa principal de la película, una localización fundamental para el filme y para retratar a la familia. “Yo he paseado muchas veces por aquí”, recuerda la cineasta. “Pero no me había fijado en ella”. Es más, se habían fijado en otras edificaciones que asemejan a las celdillas de las colmenas. Sin embargo, al ser imposible rodar en ellas, el equipo buscó esta nueva opción, y a Urresola la atrajo su proximidad a la vía del tren, y las múltiples entradas y salidas, esa sensación de colmena y comunidad.
Dentro, también es recibida con cariño y felicidad. Incluso una de las paredes del salón se ha quedado con la decoración de la película. La cocina, la terraza... Ahí está el espíritu físico de 20.000 especies de abejas. Sus dueños reales hablan emocionados de la experiencia. Siempre será la casa de esa película. “Sé que he llegado a mucho público, que la repercusión de nuestra película ha sido impresionante”, explica Urresola. Y hace una pequeña confesión: “Anoche quedé con Patricia López Arnaiz [que encarna a la madre de la protagonista] y en un bar alguien la reconoció y le preguntó si era la de las abejas. Pues sí, somos”. Lo del posible éxito en los Goya se pospone hasta la mañana del próximo domingo.
Babelia
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