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Las nuevas voces del cine español de autor: “¿Por qué no postularse como película de estas Navidades?"

Ion de Sosa (‘Balearic’) y Lois Patiño (‘Ariel’), vanguardia de una generación rompedora, coinciden en cartelera con sus filmes más ambiciosos para desafiar la atonía de las salas en estas fechas

Quienes busquen nuevas sensaciones en la cartelera navideña pueden cambiar la fantasía previsible de Avatar: fuego y ceniza por dos buenas voladas de cabeza: Balearic, de Ion de Sosa (San Sebastián, 44 años), y Ariel, de Lois Patiño (Vigo, 42 años). Amigos y colaboradores, el donostiarra y el gallego defienden una voz propia en el renovado cine español de autor. Una etiqueta que ambos estrenos vienen a ensanchar. “¿Por qué no postularse como película de estas Navidades? Once euros me parece muy barato para lo que te vas a llevar cuando salgas de ver las nuestras”, se arranca De Sosa con su humor habitual, consciente de su batalla contra Goliat. “Y también tienen algo de fantasioso, despiertan un universo imaginario paralelo”, le secunda Patiño.

Nadie mejor que ellos mismos para venderlas. Por orden de estreno: Balearic, ya en salas, viene precedida por el aplauso en el festival Márgenes, donde se hizo con el premio del público y una mención especial del jurado. Como tantas obras que importan, ha polarizado a la crítica: irrita a unos y fascina a otros. De Sosa presenta un dos por uno, empieza como un survival horror juvenil para incrustar otra película dentro, donde ilustra la amenaza de ese mundo adulto aburguesado y entregado a una anestesia moral al estilo de El ángel exterminador. El desastre inminente, aletargado bajo un cegador paisaje veraniego, mana del oscuro influjo de las piscinas, portal simbólico que conecta ambas tragedias. “Hay una lectura intergeneracional: qué dejaste morir para ser la persona que eres ahora. En mis encuentros con productores, decía que va de que cuando tienes 18 años, quieres cambiar el mundo y cuando tienes 40, quieres una piscina”, dice su autor, que apuesta por los diálogos desnaturalizados y un sarcasmo seco para generar aún mayor extrañeza. “Me he dado cuenta de que me da pudor mostrar sentimientos. En mis pelis nadie llora y si se ríen, lo hacen de una manera grotesca. Intentamos hacer diálogos que encierren un misterio en sí mismos, casi autoconclusivos”.

Un momento de 'Balearic', de Ion de Sosa.

En ese plural se refiere a sus compañeros de guion: Chema García Ibarra (director de Espíritu sagrado), Juan González (del dúo Burnin’ Percebes) y Julián Génisson y Lorena Iglesias (de Canódromo Abandonado). Renovadores del lenguaje cinematográfico a los que se unen un grupo de intérpretes al margen del canon actoral como la cantante Christina Rosenvinge, la artista posporno María Llopis o Héctor Arnau, exvocalista de Las Víctimas Civiles.

Las dos películas comparten más de lo pensable a priori. Para empezar, el ojo de Ion de Sosa, que también firma la magnética fotografía de Ariel, de Lois Patiño (su estreno en salas, el 24 de diciembre). En esta, el limbo en el que habitan los personajes es una isla portuguesa donde todos amanecen, que no es poco, para recitar las obras de Shakespeare. Todo responde a ese gran teatro del mundo que es La tempestad, la obra más barroca del bardo inglés, punto de partida de esta comedia existencialista y sensorial protagonizada por Agustina Muñoz e Irene Escolar. Patiño iba a rodar junto al argentino Matías Piñeiro, pero su colaboración no pudo ser por fechas. Con la financiación ya en verde, se vio en la disyuntiva de dejarlo caer o abordarlo por su cuenta, a pesar del vuelco a su habitual estilo espiritual y contemplativo.

Desde Costa da Morte (2013) hasta Samsara (2023), en sus filmaciones “hay rastros de almas en el paisaje”, como esbozaba el poeta portugués Teixeira de Pascoaes. “Me arriesgaba a poner la coherencia de mi trayectoria en vilo, pero yo siempre he preferido arriesgarme y aprender, que no hacer. He saltado de Samsara, que era un documental antropológico, a la ficción teatral, que es casi lo contrario. Voy a la ficción, pero sin creérmela del todo. Meto una distancia conceptual, metanarrativa. Para mí, el espacio ambiguo entre lo real y lo espectral, o en este caso lo real y la ficción, es el más fértil”, reflexiona.

Irene Escolar y Agustina Muñoz, en 'Ariel', de Lois Patiño.

Donde todo era silencio, distancia y voces reflexivas en el cine de Lois Patiño, ahora hay diálogos, planos cortos y hasta la ruptura de la cuarta pared. Mucho de eso, confiesa, se lo ha contagiado trabajar con Ion de Sosa. “A mí siempre me ha dado pudor acercar tanto la cámara a los personajes. Lo bonito es que ahora sé incorporarlo a mi vocabulario”. Su colega le da una respuesta pragmática: “Es que como siempre he tenido presupuestos tan bajos, ruedo sobre lo que controlo, los rostros. Yo a Lois le debo un aprendizaje sobre lo intangible, esas cosas que en principio uno no percibe y demora más tiempo contemplar. Porque yo soy más de ‘Así, ¡pum!”.

Coinciden en que estos son sus proyectos más ambiciosos, comercialmente hablando. Se conocieron en el festival de Locarno, en 2013. De Sosa acudía como coproductor y director de fotografía de El futuro, de Luis López Carrasco. Patiño, con Costa da Morte, su ópera prima, que le valió el premio a Mejor Director Emergente y lo situó como estandarte del Novo Cinema Galego junto a su amigo Oliver Laxe. “Llevamos más de una década en el circuito de festivales, por suerte, con una buena progresión. Nuestros esfuerzos han estado en explorar el lenguaje cinematográfico para reventarlo y descubrir nuevas cosas, pero queremos alcanzar otras ventanas, llegar a más públicos”, razonan casi al unísono. Durante la charla llega la noticia de la nominación de Sirât a los Globos de Oro. “Oliver ha logrado saltar justo esa barrera. Ha hecho un viaje maravilloso sin renunciar a su identidad y ha encontrado al público. Es un hermoso espejo en el que mirarse”, apuntan.

De Sosa se ha convertido en uno de los directores de fotografía más interesantes de nuestro país. Eso se ve en Aro Berria, la estimulante ópera prima de Irati Gorostidi. Y en Filmin están el remake ultralow cost de Blade Runner en Benidorm, titulado Sueñan los androides (2014) y Mamántula (2023), un delirio maravilloso protagonizado por una tarántula asesina del espacio exterior travestida de humano. Su febril actividad y reconocimiento entre sus compañeros de profesión contrastan con sus dificultades para vivir del cine. Con 27 años, se mudó a Berlín. “Busqué cuál era la capital más barata de Europa en ese momento. Pagaba 340 euros por un apartamento. Trabajé durísimo durante 10 años en una pizzería. Con lo que ahorré, pagué mis tres primeras pelis”. En la primera, el documental de autoficción True love, invirtió 20.000 euros.

Es lo mismo que le costó a Patiño Costa da Morte. “Yo tenía el referente de mis padres, pintores abstractos [los creadores del movimiento Atlántica Antón Patiño y Menchu Lamas]. De ellos me viene el temperamento hazlo tú mismo. Lo hacía casi todo: la fotografía, el montaje… Y buscaba becas de creación artística y subvenciones cinematográficas. Según me dieran lo uno o lo otro, decía que era un videoarte o cine experimental. Y siempre con una filosofía que luego le escuché a Godard: si solo tienes cinco dólares, haz películas que cuesten cinco dólares”.

Viaje a lo comercial

En su meditado viraje a lo comercial, ya les esperan sus próximos proyectos. Patiño está trabajando con la productora María Zamora, premio nacional de cine, en su rodaje de mayor envergadura, que lo llevará a Filipinas. “En ella regreso al universo animista, pero dentro de una ficción grande. Es algo a lo que no me hubiera atrevido de no ser por el salto al vacío que ha supuesto Ariel: la puesta en escena, la dirección de actores, la construcción psicológica de los personajes…”.

De Sosa está coescribiendo una vez más con Chema García Ibarra algo que han titulado, provisionalmente, Regiones devastadas. “Es un drama de instituto donde una alumna oculta algo oscuro. Y cuando digo drama, lo digo con toda la conciencia, porque esta vez voy a por una película lineal. Uno de los grandes escollos con los que nos hemos topado con Balearic es encontrar distribución, porque no juega un código concreto, reconocible y, por lo tanto, comercializable de primeras. Me he prometido dar una vuelta de tuerca más hacia lo accesible”.

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