‘Drácula’: Luc Besson igual se cree que no hemos visto la versión de Coppola
El cineasta francés saquea la versión de hace 33 años de la novela de Bram Stoker, imitando maquillaje, interpretaciones y aciertos narrativos

Después de al menos una treintena de adaptaciones cinematográficas de Drácula, la inmortal novela de Bram Stoker, y apenas 11 meses después de Nosferatu, la aportación al universo vampírico de Robert Eggers —apoyada en la más artística de todas ellas, la homónima de F. W. Murnau—, aún hay cineastas con cosas que imaginar, visualizar y decir acerca de una de las grandes figuras de la cultura popular.
A Luc Besson se le han ocurrido las siguientes. Establecer no ya un paralelismo sino una concreción entre el rol de ficción de Drácula y el personaje real de Vlad el Empalador, príncipe de Valaquia del siglo XV, e inspirador para el libro de Stoker, aunque en la novela apenas haya una breve referencia en el capítulo XVIII: el profesor Van Helsing se refiere al conde como un “voivoda” valaco “que ganó su nombre luchando contra los turcos”. Desarrollar un largo prólogo de casi media hora en el que el amor de Vlad Dracul por su esposa Elisabeta, y la modulación romántica y no terrorífica, lucen como dominantes tonales y narrativos. Relatar su lucha contra los otomanos, así como la muerte de su adorada mujer y el posterior reniego de Dios en un espacio sagrado y ante un representante de la Iglesia. Quedar maldito con la inmortalidad, vivir el transcurrir de los siglos esperando encontrarla de nuevo, e introducir la frase “he cruzado océanos” para describir la sensación. Presentar la idea de que Mina, esposa de Jonathan, el hombre que acude a la mansión de Drácula, es la reencarnación de Elisabeta.
El problema es que todas estas aportaciones llegan 33 años tarde. Los años transcurridos desde el estreno de Drácula de Bram Stoker, la versión de Francis Ford Coppola de la novela, en la que ya aparecían todas ellas, entonces verdaderamente novedosas, y vilmente saqueadas ahora por Besson, que además no se ha conformado con lo anterior.

El trabajo de maquillaje y peluquería en esta parte del relato para el personaje principal —interpretado por Caleb Landry Jones con un tono exacerbado y dolorido, semejante al de Gary Oldman en aquella—, y hasta algunos pasajes de la banda sonora de Danny Elfman, son tan miserablemente deudores de los creados para la película de Coppola por su propio equipo artístico (y no entresacados de la letra de la novela de Stoker), y por el músico Woyciech Kilar, que la operación del cineasta francés roza el límite de la desfachatez.
Por supuesto que Besson, que tampoco es ningún don nadie, compone imágenes con cierta potencia visual a lo largo de su relato. Que la batalla contra los turcos está rodada y montada espectacularmente, según los enunciados de puesta en escena y montaje de Orson Welles para Campanadas a medianoche. Y que hay algunas aportaciones verdaderas, aunque poco relevantes, como fundir los personajes del demente Renfield y de Lucy (aquí, María), la amiga de la esposa de Harker, y cambiar la ambientación de Coppola en el Londres victoriano por otra en el París de la belle époque.
Sin embargo, el veterano director de las estupendas Kamikaze 1999 (El último combate), su debut en 1983, El gran azul (1988), El profesional (Leon) (1994), y la reciente Dogman (2023), tras un primer tercio de asaltos y robos a Coppola, y un segundo segmento algo más auténtico, sucumbe con un trecho final disparatado. Así, su extraño sentido del humor (los suicidios, el efecto de su perfume en las mujeres…) se completa con una conclusiva lucha contra el Van Helsing de Christoph Waltz y sus secuaces, en la que su ejército de gárgolas vivientes compuestas con CGI (imágenes creadas por ordenador), y la nefasta escenificación de la batalla, a lo único que remiten es a una mala película de superhéroes de Marvel.
Drácula
Dirección: Luc Besson.
Intérpretes: Caleb Landry Jones, Zoë Bleu Sidel, Christoph Waltz, Matilda De Angelis.
Género: terror. EE UU, 2025.
Duración: 129 minutos.
Estreno: 21 de noviembre.
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