‘El cautivo’: desconcertado, aunque indiferente, ante el cautiverio de Cervantes
Alguien certificará que la nueva película de Alejandro Amenábar está muy bien rodada. ¿Y para qué serviría eso? Para despertar emociones. Por mi parte, ninguna

Nunca ha sido previsible la carrera de Alejandro Amenábar ni tampoco ha alardeado jamás de esa cosa tan pretenciosa y enfática denominada “mi mundo”. Creo que siempre ha rodado lo que le da la gana, moviéndose en géneros variados, con absoluta libertad creativa, avalada por cierto público fijo, algunos transparentes éxitos de taquilla, consecuente atención de los medios y respeto o admiración por la mayoría de los opinadores.
A mí me asaltaron notables escalofríos con Tesis, su espléndida ópera prima, y me conmovió Mar adentro. Siempre me acerco a su cine con expectativas y respeto, aunque a veces me decepcione o me deje frío. Y no me gustó casi nada la serie La Fortuna, la única que ha dirigido, sintiendo especial alergia hacia el personaje femenino que aparecía.
Moviéndose siempre en el terreno dramático o cercano al terror, Amenábar también ha recurrido al pasado histórico y a un personaje tan trascendente como Miguel de Unamuno en la meritoria Mientras dure la guerra y al Egipto romano para hablarnos de la matemática Hipatia en la irregular Ágora. Y en El cautivo, Amenábar viaja al siglo XVI para narrarnos el cautiverio en Argel durante cinco años de un individuo llamado Miguel de Cervantes, señor que después escribiría un libro, un tratado de humor, sabiduría, lucidez y alucinación llamado El Quijote, una joya que dudo tenga algún reconocimiento público en el exclusivo universo de las redes sociales, aunque siempre otorga cierto barniz cultural el citarlo. No creo que actualmente lo haya leído ni dios, y antes tampoco demasiado.

Y es legítimo que Amenábar intente describir los sufrimientos y las turbulentas vivencias del manco de Lepanto en su cautiverio. Asegura que poseía el maravilloso don de contar historias permanentemente y su fascinado entorno se lo agradecía con privilegios. También le sirvió para fortificar su supervivencia en una prisión regida por la crueldad. Amenábar, además, se adentra en su relación sexual con el enamorado y creo que también sadomasoquista bajá, jefe supremo de la prisión, un veneciano convertido al Islam.
Ocurren variadas historias en esa cárcel, al igual que en las imaginativas narraciones que se inventa Cervantes, protagonizadas por la traición, la venganza, el sálvese quien pueda, las alianzas pragmáticas, la delación... Pero yo no logro encontrarle el interés a ninguna de ellas. Me siento desconcertado ante las pretensiones de Amenábar y ligeramente aburrido en el exótico mundo que ha pretendido crear. Solo me despierto cuando aparece el notable y creíble Miguel Rellán dando vida, cercanía y humanidad a un personaje que puede conmover. El resto de lo que ocurre en esta película inclasificable se ha borrado de mi fatigada memoria. Me ocurre con gran parte del cine que veo en los últimos tiempos, unido al temible interrogante de “pero esto, ¿qué es?“.
Me resbalan las intrigas que montan y malviven los apresados, el uso y abuso que hacen de ellos sus captores, el carisma y el instinto para conseguir la libertad del hombre que inventó a Alonso Quijano y a Sancho. En cuanto a su relación sexual con el carcelero (y también aparecen imágenes certificando que era algo habitual en aquel lugar y en aquella época) me resulta indiferente. Si quiero emocionarme y creerme una compleja y finalmente triste historia de amor y de deseo entre dos tíos, veo la extraordinaria Brokeback Mountain. Aquí casi todo me resulta artificioso e inútil. Alguien certificará que está muy bien rodada. ¿Y para qué serviría eso? Para estar atento a lo que ves y escuchas, para despertarte emociones. Por mi parte, ninguna.
El cautivo
Dirección: Alejandro Amenábar.
Intérpretes: Julio Peña, Alessandro Borghi, José Manuel Poga, Miguel Rellán, Roberto Álamo, Fernando Tejero, Luis Callejo.
Género: drama histórico. España, 2025.
Duración: 134 minutos.
Estreno: 12 de septiembre.
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