El cine reta a la muerte en el arranque del festival de Venecia
La película ‘White Noise’, de Noah Baumbach, acogida con un relativo consenso favorable, adapta una novela de Don DeLillo para reflexionar sobre catástrofes, medicina, miedos y desinformación
Todos los seres humanos comparten una certeza: morirán, tarde o temprano. No saben, eso sí, ni cuándo ni cómo. Jack espera, por lo menos, irse antes de su adorada esposa, Babette. Aunque ella le quiere tanto que desea justo lo contrario. Amor verdadero, del bueno. Parece que la despedida final sea la única, remota, preocupación de su aburguesada familia, extraña pero feliz. Hasta que en el horizonte de los protagonistas de White Noise se levanta un temor más inmediato: una mancha tóxica en el cielo. Aparecen, pues, mascarillas en la pantalla, como en las butacas. Porque cambia la catástrofe, pero la sensación resulta conocida para cualquier espectador. Igual que los temas que atraviesan la película de Noah Baumbach, que ha inaugurado hoy miércoles el concurso del 79º festival del cine de Venecia: la desinformación, los movimientos de masas, el capitalismo, la medicina alternativa o la salud mental. Ha sido recibida con un relativo consenso favorable. Por sus méritos, por sus defectos. Y, quizás, porque los asistentes a la Mostra son cinéfilos, pero sobre todo personas vivas y frágiles. Como cualquiera.
Y más después de los últimos dos años. Un diluvio bañó anoche el Lido de Venecia. Esta mañana los nubarrones seguían, pero finalmente se abrió paso el sol. Algo parecido a lo que intenta en esta edición el propio festival: indicar un camino hacia la normalidad, entre la niebla del coronavirus. El cubrebocas en sala ha pasado de obligatorio a “fuertemente recomendado”. La prensa local da fe de que las fiestas han vuelto a su esplendor. Y el certamen ya no exige certificados covid, ni distanciamiento interpersonal. Al revés, ha retirado las barreras que separaban a los fans de la alfombra roja —donde, entre otros, hoy desfiló la ex secretaria de Estado de EE UU Hillary Clinton—. Se trata de llenar las almas, los cines y mostrar que el séptimo arte ha sobrevivido a demasiadas desgracias como para caer ante una pandemia global. La Mostra (que también acogió en su gala inaugural un mensaje en vídeo del presidente ucranio Volodimir Zelenski pidiendo que no se le dé la espalda a su país) lo sabe mejor que cualquier otro evento: paró durante la Segunda Guerra Mundial, tembló durante el 68 pero aquí está. Y celebra su 90 cumpleaños, el festival de cine más antiguo del mundo.
Cuando empezó, en agosto de 1932, a Adolf Hitler le quedaban meses para llegar al poder. Y a esa época también alude el filme de inauguración de este año (que Netflix pasará por unos pocos cines antes de lanzarlo online a finales de diciembre): el profesor Jack, al que interpreta Adam Driver, ha dedicado su entera existencia al estudio del dictador alemán. Él mismo define su curso universitario como “nazismo avanzado”. De ello habla una y otra vez con sus alumnos, y sus compañeros de profesión, un grupo de sabios entregados a llamarse “brillante” el uno al otro. A la vez que se ríe del mundo académico, el arranque de la película dibuja el retrato de una familia tan absurda como enternecedora. Jack, Babette (Greta Gerwig) y sus cuatro hijos. Un hogar con inquietudes, emociones, pero también con taras. Como dice una de las hijas en el filme: “La familia es la cuna de la desinformación”. He aquí el sello Baumbach.
Y, en realidad, de Don DeLillo. Porque por primera vez, en lugar de inventar, el cineasta adapta la obra de otro: la novela Ruido de fondo, ganadora del National Book Award, que el maestro estadounidense publicó en 1985. Y, de paso, Baumbach se atreve a alejarse un poco de la zona de confort de sus anteriores filmes, centrados en las dinámicas muy cotidianas de un círculo íntimo y normalmente inspirados en sus propios recuerdos. “El lenguaje de la novela me resultaba familiar. Cuando la leí, coincidió con el comienzo de la pandemia y no me podía creer lo pertinente que era para ese momento histórico y para nuestras vidas”, aseguró el director en la rueda de prensa del filme. “La película trata de cómo creamos rituales y estrategias que nos permiten aplazar el peligro de la muerte”, agregó.
Quien ha leído el libro jura que la versión fílmica resulta extraordinariamente fiel. Y pocos discutirán el talento del autor de Frances Ha o Historia de un matrimonio para construir personajes y mundos creíbles. White Noise es la enésima prueba de que Baumbach sabe de cámara, de ritmo narrativo y, sobre todo, de humanidad. Un ejemplo: fin de la crisis del nubarrón tóxico. Corte. Supermercado lleno. Basta una elipsis para decir que la vida sigue, el sistema consumista olvida y enseguida se pone en marcha la caja.
No por nada hace años que el director recibe aplausos y reconocimientos. Algunos le compararon con Woody Allen, aunque está claro a estas alturas que su carrera tiene identidad propia y distinta. Él mismo debe de ser consciente, porque ciertos diálogos y secuencias parecen gustarse y querer mostrar cuánto es capaz de elevar el nivel. Si el texto sale de DeLillo, la acumulación rápida de intercambios rebuscados es decisión del director.
Pese a esos lastres, el cineasta nunca pierde el rumbo de su obra. Y eso que se abarcan muchos tonos, géneros y temas. Como resumía un espectador a su amiga al terminar la proyección: “No me entero de nada. Me pierdo. Y luego lo entiendo”. Al director le preguntaron precisamente por esta mezcla que bebe de varias décadas cinematográficas. “A Brian de Palma le dijeron: ‘Estás usando técnicas de Hitchcock’. Y él contestó: ‘No, Hitchcock las ha puesto disponibles para todos nosotros”, respondió.
Seguramente Lars von Trier también se inspire a veces en alguna obra del pasado. Pero está igual de claro que el cineasta danés —que presenta en Venecia Exodus, la tercera temporada, más de 20 años después, de su serie Riget— tiene su propio estilo. El visionado de tan solo uno de los cinco capítulos este miércoles sugiere evitar juicios apresurados. Conviene, eso sí, conocer la trama de hace dos décadas para orientarse: un ultramoderno hospital se ha visto invadido por fuerzas y acontecimientos sobrenaturales. Es probable que vuelvan sangre, extrañezas, alguna provocación e ironía, con autoparodia incluida. Tanto que el primer aplauso llegó después de apenas 20 segundos, cuando un personaje insulta a la creación original. Incluso en eso el danés resulta peculiar: sus seguidores no necesitan esperar al final. Le celebran ya desde el comienzo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.