Miki Esparbé, actor: “Vamos al psicólogo porque no fueron nuestros padres”
El intérprete catalán, uno de los nombres más solicitados en el cine, las series y el teatro, interpreta a Juan Carlos I en ‘Anatomía de un instante’ y estrena ‘Frontera’, sobre los judíos que buscaron refugio en España en 1942


Miki Esparbé (Manresa, 42 años) vive una racha imparable. Tras el éxito de Wolfgang, el actor interpreta a Juan Carlos I en la serie Anatomía de un instante, acaba de ser un judío sefardí en la obra teatral Los nuestros, de Lucía Carballal, en el Teatre Nacional de Catalunya, y este viernes estrena en cines Frontera, donde encarna a uno de los hombres que ayudaron a los 80.000 refugiados que cruzaron los Pirineos durante la Segunda Guerra Mundial huyendo del nazismo. En 2026 tampoco va a parar. Natural, cercano y alérgico a la pretensión, se sentó a hablar en un bar de su barrio, Gràcia, en Barcelona.
Pregunta. ¿Es el actor que más trabaja en el cine español?
Respuesta. Sería hipócrita decir que no soy consciente de ese privilegio. Estoy muy agradecido, porque sé que esto va como va y que muchos compañeros no tienen esta suerte. Ahora estoy en un momento dorado y lo quiero aprovechar.
P. ¿Qué le ven los directores para llamarle tanto?
R. No sé si debo decirlo yo, pero tal vez un espectro de posibilidades. Ese es mi objetivo: enseñar todos los colores del Pantone. Me interesan los actores que se la juegan con cada papel, aunque alguno te pueda salir mal. Prefiero eso a repetir siempre la fórmula que te funciona.
P. ¿Por qué no salió corriendo cuando le ofrecieron interpretar al rey Juan Carlos?
R. Me impuso, porque es un personaje peliagudo y muy cuestionado. Si no hubiera estado Alberto Rodríguez detrás, igual ni me lo planteo. Me leí el libro de Javier Cercas y me convenció su ambigüedad: no es un retrato salvador ni maniqueo. Más que salvador de la democracia, lo que salvó fue la Corona. Si eligió la democracia fue porque era el sistema que mejor protegía la monarquía.
P. ¿Qué opinión tenía del rey emérito?
R. No me despertaba especial simpatía y no he cambiado de opinión al interpretarlo. Inevitablemente, la monarquía es algo que heredamos del franquismo; fue Franco quien decidió que el rey estuviera ahí. Y luego está la paradoja: el jefe del Estado, la persona que firma las leyes, es el único al que no puedes votar. En una democracia moderna me parece bastante absurdo que haya un rey, pero es lo que hay.
P. ¿Por dónde empezó a construirlo?
R. Me agarré a su lado seductor, a su ambición. Me fijé en cómo ocupaba el espacio, porque la gente con poder se instala en él de forma distinta. Si te fijas, el rey anda con el pecho. El torso va primero y eso denota cuál es su lugar. Y habla lento, sin prisa, como si supiera que nadie se cansa de escucharlo...
“Juan Carlos I no me despertaba especial simpatía y no he cambiado de opinión al interpretarlo. En una democracia moderna me parece absurdo que haya un rey”
P. ¿Por qué cree que le cayó a usted el encargo, o el marrón?
R. Lo he pensado mucho. Hacía falta un actor de la edad del rey en ese momento —42 años, que son los que tengo ahora—, que se acercara al metro noventa y que fuera bien de nariz. Si lo piensas, no somos tantos... [risas].
P. ¿Cómo logra parecer siempre un tipo normal, incluso cuando interpreta a un monarca?
R. Trato de defenderlo todo con la mayor verdad posible. No conecto con la actuación histriónica o muy dibujada, porque aleja al espectador. Incluso en comedia necesito que el trabajo toque suelo.
P. Tiene fama de autoexigente.
R. No te voy a engañar: lo soy. Si me dan estas oportunidades, tengo la obligación de estar a la altura. Para mí, lo importante es dejarte la piel en todo: en teatro, en cada función; en cine o tele, en cada toma. Pero intento no fustigarme cuando no sale bien. Ha pasado, a veces, pero no diré en qué proyectos.
P. El éxito le llegó más tarde que a otros. ¿Es mejor así?
R. No fui un niño prodigio, empecé a los 24 años, y es verdad que el reconocimiento llegó más tarde, pero está bien así. Al principio tienes muchas ganas y caes en la trampa de vivir solo para trabajar. La vocación puede ser tu perdición. Ahora tengo la profesión más colocada, y también la necesidad de tener tiempo para mí. Si no vives, no tienes nada que contar. Y también he cuidado mi salud mental…
P. ¿Va a terapia?
R. Llegué tarde, como muchos hombres de mi edad, pero me cambió la vida. Venimos de la cultura del “este va al loquero”, cuando es tan normal como ir al fisioterapeuta si te duele una pierna. Somos hijos de la generación del “hasta que el cuerpo aguante”. Nuestros padres nos dicen: “Tanto terapeuta, tanto terapeuta…”. Pues igual vamos al psicólogo porque vosotros no fuisteis, amigos…

P. Trataron de convertirlo en estrella cómica. ¿Se resistió?
R. Le estoy muy agradecido a ese género, al que me pienso seguir dedicando, pero no quería rodar cinco comedias seguidas y que luego nadie me viera haciendo un drama. Al principio dices que sí a todo, por miedo a que se acabe. Somos una generación marcada por la crisis de 2008: teníamos mucha hambre, muchas ganas de trabajar. Nadie nos enseñó a decir que no. Con el tiempo aprendes a hacerlo.
P. En las entrevistas televisivas se le ve ligero y ocurrente. En la pantalla, en cambio, intenso y sombrío. ¿Contiene multitudes?
R. Tiene que ver con hacerse mayor. La década de los 30 a los 40 ha sido importante para mí. Me conozco un poco más, puedo escarbar más en mí. Y eso me ayuda a transitar otros espacios al interpretar. Antes tenía una ingenuidad que ya no siento. La vida te pasa por encima, pero está bien que sea así.
P. En Frontera habla de los refugiados judíos que cruzaron los Pirineos de Francia hacia España en 1942. ¿Cualquier parecido con el presente es pura coincidencia?
R. La película es un espejo del presente, de la deshumanización. El Holocausto no se entiende sin décadas de antisemitismo. Y, salvando las distancias, creo que tampoco se entiende Gaza sin una islamofobia salvaje en la última década. Desde 1989 se han levantado 2.000 kilómetros de fronteras en Europa. Miles de personas huyen de guerras, hambre y miseria: en Siria, en África subsahariana, en los Balcanes, en la valla de Melilla… La paz que hemos vivido en Europa es, si lo piensas, un accidente histórico.
P. ¿Qué hemos hecho mal para que el 20% de los jóvenes crean que los años del franquismo fueron “buenos o muy buenos” para España, según una encuesta del CIS?
R. Esos años causaron tanto sufrimiento que luego hubo mucho silencio. No se ha explicado bien a las nuevas generaciones. Hay un fallo en el sistema y está teniendo consecuencias. Mi madre encontró hace poco un trabajo mío del instituto sobre la Guerra Civil. Tenía que entrevistar a mi abuelo y él me dijo una frase que se me quedó grabada: “Mikel, no lo olvides nunca: como decía tu bisabuelo, la sangre no se borra”. Mientras no haya reparación, habrá dolor enquistado. Que gane la extrema derecha me da miedo, porque ya conocemos los riesgos de una sociedad donde reina la brutalidad.
P. ¿Su familia sufrió?
R. Todas las familias sufrieron, aunque unas más que otras. Eran republicanos, salvo una parte. Vengo de una familia de clase media en la que siempre ha habido un plato caliente en la mesa y una ducha de agua caliente. Mi madre era profesora de primaria y mi padre, pintor figurativo y dibujante de cómic. Publicó mucho en El Papus, la revista anterior a El Jueves. Cuando le dije que me quería dedicar a esto, me dijo: “Las vas a pasar putas, pero vas a ser muy feliz”. Y tenía razón. Aunque antes me obligaron a estudiar una carrera... Escogí la única que me interesaba, Humanidades. Creí que acabaría trabajando en una editorial o en un museo. Hoy esa formación en arte, historia y filosofía me ayuda bastante en mi trabajo.
“Somos una generación marcada por la crisis de 2008: teníamos mucha hambre y nadie nos enseñó a decir que no. Con el tiempo aprendes a hacerlo"
P. Encarna una nueva masculinidad en el cine español. ¿Se reconoce en la etiqueta?
R. Sí, formo parte de una generación de actores que ha empezado a representar a otro tipo de hombre, gracias a muchas directoras que nos han mirado distinto. Menos macho alfa, con más vulnerabilidad. Ahí estamos muchos: Oriol Pla, Enric Auquer, David Verdaguer, Carlos Cuevas…
P. Todos catalanes, además. ¿Existe rivalidad entre ustedes?
R. Si te centras en eso, te hundes. El tiempo te demuestra que lo que hoy no te dan y le dan a un compañero, mañana puede invertirse. Tengo una relación bastante sana con todo eso. Somos todos amigos. En cuanto al catalán, me alegra que se ruede tanto en las dos lenguas, a veces dentro de una misma película. Pa negre cambió muchas cosas, y después llegaron directoras como Carla Simón, que abrieron muchas puertas.
P. Hay quien le ve como sex symbol.
R. ¿Eso es así? Me da mucho pudor... Me gusta estar en forma, pero no me interesa tener un cuerpo esculpido. Del mismo modo que nutro la cabeza, me gusta cuido el físico. A mis 42 palos, me llevo bien con mis canas y mis arrugas.
P. ¿Se gusta más que en otras épocas?
R. Supongo que sí, porque me entiendo más y me juzgo menos. Soy más compasivo. Envejecer, en el fondo, va de eso.
P. Parece una persona muy discreta. ¿La fama le molesta?
R. Vivo muy tranquilo. No he estado en una serie como La casa de papel, en un fenómeno mundial. Eso hace que pueda ir tranquilo a comprar el pan. No necesito irme a las Bahamas para que no me conozca nadie.
P. Pero estuvo en Smiley: si viaja a cualquiera de los 190 países donde está presente Netflix, siempre habrá un gay que lo reconozca.
R. Sí, a veces. Pero la gente que se me acerca es muy respetuosa. A veces alguien me para y me pregunta lo típico: “¿Tú eres actor? ¿De qué te conozco?”. No sé darles una única respuesta, porque he ido haciendo cosas muy distintas y no estoy asociado a un único gran éxito. Y así, la verdad, se vive bastante bien.
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