Cecilia Bartoli: “No es ningún sacrilegio programar musicales en teatros de ópera”
La gran estrella de la lírica visita Barcelona, Madrid y Sevilla acompañada por Les Musiciens du Prince-Monaco para ofrecer una versión semiescenificada de la ópera ‘Orfeo y Eurídice’ de Gluck

Lleva Cecilia Bartoli (Roma, 59 años) cuatro décadas rebuscando en los cajones del repertorio, de donde rescata partituras olvidadas o vuelve sobre obras conocidas para proponer una nueva forma de escucha. Su último proyecto, la ópera Orfeo y Eurídice, de Christoph Willibald Gluck, que la trae estos días de gira por España, se sitúa a medio camino entre el descubrimiento y la reivindicación. “Hay algo revolucionario en esta música que rompe los esquemas de la tradición y conmueve hasta las lágrimas”, se sincera la mezzo italiana, una de las grandes estrellas mundiales de la lírica actual. “Gluck no busca el adorno ni el artificio, sino la pureza expresiva”, dice. “Y esa es la razón por la que no ha perdido un ápice de modernidad”.
Una explicación a la reforma operística que trajo consigo el estreno vienés de Orfeo ed Euridice en 1762 la encontramos en los “orígenes y destinos dispersos” de su autor: “Nacido en Baviera, formado en la antigua Bohemia, italianizado en Milán, activo en Viena y consagrado en París, no era del todo austríaco ni alemán”, explica la cantante. “Esa independencia respecto a todas estas influencias, que conoce perfectamente, le llevó a eliminar toda ornamentación innecesaria: prescindió del recitativo seco y adoptó una línea vocal más limpia en la que conviven la fuerza y la fragilidad de lo humano”. El resultado, asegura, es un “lenguaje nuevo que llega al corazón sin intermediarios”.
Fue algo que aprendió, hace 25 años, durante la grabación de Gluck: Italian Arias (Decca), un disco en el que indagaba en la relación que mantuvo el compositor con el escritor y poeta Pietro Metastasio. “Las piezas del álbum, muchas de ellas inéditas, me permitieron descubrir la pureza desarmante de Gluck”. A ese primer hallazgo le siguieron otras investigaciones en clave arqueológica (Farinelli, Malibran, Pasta, Vivaldi…) marcadas por una misma obsesión: “Volver a las fuentes, trabajar con instrumentos originales y rescatar un sonido perdido. Sin esa primera aventura gluckiana no habría podido llegar a la esencia de este Orfeo tan exigente”.

Cansado de los caprichos de los divos, las exigencias del público y los excesos de la ópera barroca, Gluck se propuso, y así lo dejó escrito, “desterrar todos los abusos introducidos por los virtuosos del canto y por la vana complacencia de los compositores”. Y aun así tuvo tiempo de adecuar su Orfeo al gusto vocal italiano con una segunda versión, siempre al servicio de la transparencia y la sencillez, que preparó con esmero antes de su estreno en Parma. “En 1769 revisó la ópera para adaptarla a la voz de Giuseppe Millico, un castrato de tesitura más sopranil, lo que le llevó a introducir otra serie de cambios en la partitura, que ganó en color y luminosidad”.
Será precisamente la versión de Parma la que interpretará a su paso por el Palau de la Música de Barcelona (este miércoles), el Auditorio Nacional de Madrid (27 de noviembre) y el Teatro de la Maestranza de Sevilla (29). Será un concierto semiescenificado en el que Bartoli se travestirá de Orfeo acompañada por los músicos especialistas de Les Musiciens du Prince-Monaco, dirigidos por el maestro Gianluca Capuano, el coro Il Canto di Orfeo y la soprano Mélissa Petit (Eurídice). “No me ha dado tiempo a comprobarlo, pero es posible que sea la primera vez que se escucha esta versión en España”, dice sobre la producción, que viajará después a Austria, Hungría y Mónaco.

En 2023, Bartoli se convirtió en la primera mujer en asumir la dirección artística del Teatro de Montecarlo. “Fue uno de los grandes desafíos de mi carrera, y creo que no habría aceptado el cargo de no ser por mis años de experiencia al frente del Festival de Pentecostés de Salzburgo”, que bajo su mandato se ha abierto a propuestas más arriesgadas en el campo de la recuperación histórica. “En Montecarlo la programación aspira al equilibrio entre el gran repertorio, sobre todo italiano, y óperas que se escribieron para este teatro. Mucha gente no sabe que en nuestra Salle Garnier se estrenaron La rondine de Puccini y Don Quichotte de Massenet. ¿Cómo se queda?”.
En febrero interpretará allí a la Despina de Così fan tutte, de Mozart, con la que debutó en su primera aparición en el Met de Nueva York. “Es un rol divertido, pero que encierra una gran complejidad técnica, un absoluto capolavoro, un verdadero milagro”. Y ahora, en diciembre, la Ópera de Montecarlo dedicará varias funciones al musical Cats, de Andrew Lloyd Webber. ¿Un sacrilegio? “En absoluto, más bien al contrario. Es un título perfecto para la Navidad. Hace dos años trajimos El fantasma de la ópera y agotamos todas las entradas. Cats es una obra llena de magia y poesía, con un trasfondo filosófico que no siempre aflora a la superficie, pero que está ahí y hay que saber valorar”.
Lo que nadie pone en duda es su más que acreditada sintonía con Händel, un territorio que no ha terminado de explorar: “Me gustaría debutar con Agrippina, la madre de Nerón, que llevo en mi sangre romana... Y también, por qué no, la reina Rodelinda. Todo se andará”, reconoce. Además de gestionar una fundación a su nombre con la que impulsa la carrera de las jóvenes promesas de la ópera, Bartoli se desempeña también como presidenta de Europa Nostra, la mayor red cívica dedicada a la defensa del patrimonio cultural del continente. “Vivimos un momento muy delicado políticamente”, reflexiona. “La música nos recuerda quiénes somos, pero, sobre todo, nos obliga a escuchar”.
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