Cook fue cocinado pero no comido
Un extraordinario nuevo libro sobre el navegante, ‘El ancho ancho mar’, de Hampton Sides, resigue la gran aventura del tercer viaje del capitán y su fatídico final


Llevo unos intensos días sumergido en la aventura postrera del capitán James Cook, el gran navegante y explorador británico (1728-1779). He visitado en CaixaForum Barcelona la exposición Voces del Pacífico donde se le menciona varias veces —generalmente para mal: una obra de una artista polinesia lo satiriza y otra pone a su primer barco, el HMS Endeavour, cabeza para abajo—, y sobre todo me he leído un extraordinario libro sobre su tercer y fatídico último viaje, El ancho ancho mar, de Hampton Sides (Capitán Swing, 2025), lleno de nuevas investigaciones. Vaya como aperitivo —y valga la palabra— que Sides sostiene que Cook fue cocinado pero no comido por los hawaianos tras matarlo en la playa de la bahía de Kealakekua.
Cook, del que Michel Le Bris en su Dictionnaire amoreaux des explorateurs (Plon, 2010) señala cómo inauguró una larga fascinación que pese a los Bougainville y La Pérouse (o Magallanes y Álvaro de Saavedra) hizo de los Mares del Sur un espacio del imaginario anglosajón (Stevenson, Jack London, La taberna del irlandés), revive sensacionalmente en las páginas de Sides, que desmenuza su leyenda y resigue de manera magistral los pasos del tercer viaje, muchos de cuyos lugares ha visitado. Explica el autor estadounidense que Cook, ya enormemente famoso tras las dos anteriores expediciones, en las que había circunnavegado el mundo y llegado más al sur que nadie (con la conclusión equivocada de que no existía la Antártida, nadie es perfecto), aceptó tomar el mando del HMS Resolution y el HMS Discovery con la misión esta vez de encontrar el paso de Noroeste, ese grial ártico que obsesionaba a los británicos. En el camino, la expedición, que accedería al extremo norte del continente americano desde el Pacífico, por Alaska, y visitaría parajes helados y no solo los arrebatadores Mares del Sur (y Tenerife), debía devolver a su casa a un joven polinesio que se había llevado Cook en el viaje anterior.
En el curso del tercer viaje, el más dramático y largo, su canto del cisne, Cook fue a dar con Hawái, y fue allí donde los nativos se cargaron al capitán en un desafortunado incidente. Yo creía erróneamente que tras matarlo se lo habían comido, al menos en parte, dado que los hawaianos devolvieron un trozo de la pierna chamuscado, de unos tres kilos, lo que ya me dirán si no es para sospechar. En una segunda entrega llegaron más trozos de las piernas (sin pies), parte del cráneo, fragmentos de cuero cabelludo y las manos, a las que les habían echado sal. Sides recuerda que, a diferencia de otros polinesios, especialmente los maoríes (que se comieron a diez marineros de Cook en su segundo viaje), los nativos de Hawái no eran tradicionalmente caníbales. “Mi opinión es que no creo que fuera comido, pero ciertamente fue cocinado”, me explicó el jueves en una interesante (iba a decir suculenta) conversación telefónica desde su casa de Nuevo México. A Cook —uno piensa qué gran pareja hacía con Lord Sandwich— lo asaron aunque no por razones culinarias sino en el marco de una ceremonia para desprender la carne adherida a los huesos, que era donde creían los locales que residía la fuerza espiritual del difunto. De hecho, apunta Sides, lo que hicieron los hawaianos es tratar a Cook como a un fallecido relevante de su propia cultura y convertir sus restos (la parte no devuelta) en reliquias: las propias de un hombre considerado de alto rango y muy poderoso.
Sides recuerda que hasta hoy los ancianos de Hawái, pese a las muchas historias morbosas y grotescas que han circulado, siempre han insistido con vehemencia en que nadie comió ninguna parte del cuerpo de Cook y que a los restos del capitán se les dio un trato tan digno y respetuoso como el que se dispensaba a los grandes jefes. Eso sí, los huesos circularon mucho por la isla.

Sides no ha sabido darme información de la supuesta flecha confeccionada con un trozo de tibia de Cook que menciona Tony Horwitz en su espléndido Latitudes azules (RBA, 2004) y que este rastreó hasta un museo australiano (aprovechando para reflexionar sobre la eventualidad de clonar al capitán). Sides, por cierto, conoció a Horwitz y me comunicó la triste noticia de que el escritor, ganador de un Pulitzer, falleció en 2019 de un infarto.
Sobre qué pasó en la playa de Hawái aquel aciago día de la muerte de Cook, Sides dice que el capitán perdió la compostura y “no actuó con la diplomacia con que solía”. Los hawaianos, que tenían un concepto de la propiedad privada distinto del europeo, habían robado una lancha de la expedición y Cook pareció enloquecer: fue a buscar al rey Kalaniopu’u y lo tomó como rehén para obligar a que devolvieran lo sustraído. “No fue razonable y no leyó bien la situación, hubo una escalada violenta y los guerreros que protegían al monarca atacaron al capitán y sus hombres mientras estos trataban de regresar a los barcos”. A Cook, que disparó su pistola matando a un guerrero, otro le arreó con una maza en la cabeza (hay algunas muy elocuentes en la exposición de CaixaForum) y, al caer, un tercero le clavó en el cuello una pahoa, una daga tradicional que a menudo llevaba dientes de tiburón o pico de pez espada, y siguió apuñalándolo con saña. Luego le partieron el cráneo con una piedra. Es curioso que Cook acabara de manera parecida a Magallanes.
Sides cree que el experimentado Cook había desarrollado un exceso de confianza y consideraba que podía lidiar bien con cualquier situación. “Cometió un pecado de hybris como dirían los griegos”. Es posible que Cook sufriera también alguna enfermedad o un desorden mental, añade. Parece que ya no era el mismo de sus otros viajes y hay testimonios de que se había vuelto más estricto y hasta cruel, haciendo emplear el látigo, castigo poco habitual en él, con una frecuencia digna del capitán Bligh de Rebelión a bordo (por cierto, Bligh, que años después mandaría la HMS Bounty, formaba parte de la tercera expedición de Cook, como también otra futura estrella, George Vancouver). “No sabremos nunca qué le sucedía a Cook, se ha especulado con que le pasaran factura los estragos físicos de tanto viaje, parecía agotado”. Hampton Sides no puede evitar la broma de que Cook, que había estado en latitudes extremas del norte y el sur, cruzando ambos círculos polares, el antártico y el ártico, era obviamente bipolar.
Señala que en la actualidad, Cook está bastante mal visto en Hawái y otros lugares de los Mares del Sur, donde se le ataca como un símbolo del colonialismo y un personaje cuya llegada marcó el “impacto fatal”, el inicio de la destrucción de las culturas tradicionales: un “Cristobal Colón del Pacífico”. El juicio de Sides es distinto: “Puedes vilipendiarlo, pero es sin duda uno de los grandes capitanes y navegantes de todos los tiempos. Se le culpabiliza en realidad por lo que vino después. Cook, hombre hecho a sí mismo, austero, justo, sincero, era sobre todo un explorador, su interés era conocer mundo y trazar mapas, en lo que era un verdadero genio. Su objetivo era prioritariamente científico. Yo lo admiro por sus habilidades. Le interesaban mucho las otras culturas y mostraba un insólito respeto por ellas, hasta el punto de que puede decirse que su mirada es de protoantropólogo. No mostraba prejuicios, no moralizaba y nunca trato de convertir a los nativos”. Incluso asistió a un sacrificio humano. Es cierto que a la víctima ya la habían matado cuando Cook llegó a la animada ceremonia, pero vio como un cacique se comía el ojo izquierdo del sacrificado.
Es curioso que no haya una película memorable sobre Cook. “Sí, es raro, porque sus aventuras son muy cinematográficas”. A Sides le gustó mucho Master and Commander, la adaptación de las novelas de Patrick O’Brian cuyos protagonistas, Aubrey y Maturin reproducen de alguna manera la relación entre Cook y el naturalista de su primer viaje, Joseph Banks, del que Sides, por cierto, no tiene muy buena opinión.

En El ancho ancho mar hay bastante sexo, que hace pensar en La isla de las tres sirenas, de Irwing Wallace. “En muchos lugares del Pacífico como Tahití, los marinos europeos podían tener relaciones sexuales de manera abierta con las desacomplejadas mujeres locales”, señala el autor. A ellos les parecía el paraíso; más aún por el dominio del cuerpo que tenían las locales, de las que se alababa la habilidad para mover las caderas imprimiéndoles un movimiento rotatorio. En cambio a las polinesias los besos les parecían repugnantes. “Se ha debatido mucho qué las empujaba a ellas a esas uniones. En parte la curiosidad, saltarse los tabús, y un genuino deseo por hombres diferentes que en su mayoría eran muy jóvenes. Quizá hubiera un impulso natural por escapar de la endogamia de las islas, y jugarían un papel también los regalos. Parece haber habido sinceras relaciones románticas. El lado oscuro fue la masiva propagación de enfermedades venéreas por parte de los europeos”.
¿Nos hubiera caído bien Cook? Probablemente no demasiado. Hampton Sides recalca que era “una máquina de navegar” (aunque curiosamente no sabía nadar), circunspecto y nada romántico. Valoraba la precisión y no poseía habilidades sociales. Había empezado en la Marina Real desde abajo, de marinero raso, y como capitán se preocupaba de sus hombres. Era capaz de comer cualquier cosa y se sentía en el Pacífico como en casa. Su gran pesadilla era que le robaran el sextante. Parece haber practicado una estricta castidad pese al ambiente erótico en la Polinesia. Quizá eso tuviera algo que ver con el mal carácter de sus últimos días.
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