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El cierre del Pompidou permite disfrutar en España de la alegría de vivir de Matisse y su huella en el arte del siglo XX 

Caixaforum inaugura ‘Chez Matisse. El legado de una nueva pintura’ con un centenar de obras prestadas por el museo francés clausurado por reforma

Henri Matisse (Le Cateau-Cambrésis, 1869 - Niza, 1954) se autorretrató en cuatro ocasiones. En 1900, con 31 años, se pintó sobre un fondo oscuro en el que los colores se imponían casi con violencia. Su pelo es de color violeta, los hombros van coronados de verde, para el mentón y su chaqueta eligió el rojo teja. Entre los contornos del rostro, marcados en marrón, sobresale una luz fantasmal que parte de unos ojos cubiertos con gafas de miope. La espectacular tela sirve de arranque del recorrido por Chez Matisse. El legado de una nueva pintura, la singular exposición que desde hoy martes se puede ver en Caixaforum Madrid, hasta el 22 de febrero y desde el 26 de marzo hasta el 16 de agosto en Barcelona. Alrededor de un centenar de obras (46 de Matisse y 49 de otros artistas) dan cuenta del genio que, junto a Picasso, fue el artista más grande de su época.

La reforma del Pompidou, que empezó en verano y durará cinco años, ha hecho posible el viaje de las obras desde París a Madrid, como parte del acuerdo de colaboración suscrito entre la Fundación la Caixa y el Centro parisino. El museo es el mayor propietario de obra del artista francés (posee unas 250 obras). La exposición está comisariada por Aurélie Verdier, conservadora jefa de las Colecciones modernas del Pompidou. Verdier ha explicado que Chez Matisse, como casa de los artistas, se centra en la esencia más personal de la obra del pintor. Están su vida, sus pasiones, su ambiente y el trabajo de todos aquellos que como él pusieron al arte en el centro de sus vidas. Sobre paredes de color salmón y un espectacular escenario desfilan las obras que explican por qué figura Matisse en el panteón de la historia del arte moderno y por qué ha sido capaz de deslumbrar a artistas con los que convivió y a generaciones posteriores.

Verdier ha organizado un recorrido cronológico a partir de secuencias históricas en un juego de referencias cruzadas con las que se quiere ilustrar un siglo de creación y vanguardia. Con una notable representación de obras míticas del artista, cuelgan trabajos de algunos de sus contemporáneos del siglo XX que nunca han salido antes del museo de manera conjunta. Son Georges Braque, André Derain, Robert y Sonia Delaunay, Natalia Goncharova y Mijaíl Larionov, Picasso y Le Corbusier, Barnett Newman y Raymond Hains, Anna-Eva Bergman, Daniel Buren o Zoulikha Bouabdellah.

Nacido en una familia de tejedores en un pueblo del norte de Francia, Henri Matisse mostró muy pronto una gran devoción por el color y el lujo de los tejidos que se fabricaban en los talleres de la región. Después de estudiar Derecho para agradar a la familia, decidió dedicarse a la pintura. En 1900 sus cuadros empezaron a cambiar la pintura europea con una idea revolucionaria del color. Su gran éxito como artista se produjo en los salones de otoño de 1904 y 1905 con telas llenas de colorido brillante y exagerado. A partir de ahí, la leyenda es de sobra conocida y cuenta que la crítica le quiso ridiculizar y él y otros colegas fueron calificados de fauves (bestias salvajes).

El Pont Saint-Michel, (hacia 1900), en la primera parte del recorrido, es un golpe de color con el que el espectador se adentra en los comienzos del Fauvismo, el movimiento al que quedó vinculado para siempre pese a que solo duró entre 1904 y 1908. Fue una de las corrientes artísticas más breves de la historia y también más caóticas. Sin un manifiesto que recogiera sus intenciones y objetivos, los artistas entraban y salían del movimiento según sus apetencias. Con todo, consiguieron triunfar y apuntarse un tanto del que se adueñaron tendencias posteriores: liberaron al color de la mera descripción de la realidad. Con los fauvistas, por primera vez, la hierba dejaba de tener que ser verde o los cipreses podían ser azules.

Finalizado el movimiento como tal, algunos de los artistas que estuvieron en su “nómina” retomaron el color según su estado de ánimo. El gusto y el dominio que Matisse mostró por el color desde los primeros años de su carrera está en La argelina (primavera de 1909) y Marguerite con gato negro (inicios de 1910). En ambos cuadros, el artista se da una zambullida de color que había alcanzado su climax con La alegría de vivir (Le bonheur de vivre) (1906). El óleo, de grandes dimensiones (176 x 240 cm) representa el mito de la Arcadia, el país imaginario donde reina la felicidad. Sobre la tela, los protagonistas están desnudos y forman parte de la naturaleza. Bailan, charlan, tocan música y se enamoran. La serenidad luminosa de la composición es una invitación al disfrute con el que el artista trató de vivir cada uno de sus días.

La alegría de vivir (una de las joyas de La Barnes Foundation de Filadelfia) no está en la exposición, pero su filosofía sobrevuela todo el recorrido. A diferencia de otros artistas contemporáneos, como su amigo Picasso, Matisse no intentó nunca llevar a su obra los tiempos turbulentos que le tocó vivir (I Guerra Mundial, con sus dos hijos Jean y Pierre en el frente), ni las enfermedades que perturbaron su salud durante muchos años.

Pintor, escultor, artista gráfico, diseñador, escenógrafo, Matisse no reprimió su curiosidad por la experimentación en todos los soportes posibles. Se le atribuyen más de 1.000 pinturas dentro de un conjunto que sobrepasa las 13.000 obras. La exposición recoge varios de sus trabajos más conocidos, como las esculturas Desnudo tumbado I, (1907-1908), Dos negras (1907-1952) y dos versiones de Jeannette (verano, 1930).

La sensualidad del Sur

Las pinturas más sensuales y suntuosas se imponen en su paleta a partir de 1917, año en el que se instala en la Riviera francesa, entre Niza y Vence. Son años de bodegones de flores, frutas tropicales y odaliscas (pintó más de un centenar). Con la luz del sur y colores brillantes cuelga Joven española (1921) frente a la versión que del mismo tema hace Natalia Goncharova: Española (1920-1930).

En este capítulo sobresalen telas como Desnudo sentado sobre fondo rojo (primavera de 1925), Figura decorativa sobre fondo ornamental, (invierno de 1925), El sueño (mayo de 1935) y Desnudo rosa sentado (abril de 1935-1936).

La mayor parte de estas obras son producto de sus viajes por el norte de África, sur de Francia y España. A la península viajó en el invierno de 1910 para conocer la Alhambra. Aprovechó para visitar después Madrid, Barcelona, Sevilla, Córdoba, Granada y Toledo. En España solo pintó tres obras: dos bodegones y un retrato. Pero más importante fue la huella que quedó en su memoria y que afloraría en sus siguientes composiciones en las que recoge cómo la luz se filtra por las celosías de los palacios o recrea el edén que crece entre las fuentes o los árboles (chopos, castaños, olmos, palmeras y cipreses) que dan sombra a las mansiones nazaríes.

En 1940, con 71 años, los médicos le detectaron un tumor en el colon potencialmente canceroso. Fue operado con pocas posibilidades de éxito. Sobrevivió 13 años más, aunque con una movilidad muy reducida. Lejos de acobardarse, entendió que no podía seguir pintando o esculpiendo y decidió dedicarse al collage. Sus colaboradores le ayudaron a construir una nueva etapa radicalmente distinta a lo hecho hasta entonces. Con pequeños y grandes formatos realizó sus famosos “guaches recortados”, un trabajo que consideró como la culminación de su obra artística.

En esta parte final, la exposición se despliega sobre paredes blanquecinas. Las creaciones de este último periodo de su vida, con papeles pintados y recortados, son obras clásicas del arte del siglo XX, recuerda la comisaria: “Su influencia se extiende más allá del mundo del arte: son obras icónicas objeto de innumerables imitaciones y usos comerciales. Matisse construyó, a partir de la privación y el dolor, un mundo luminoso”.

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