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Las ferias del campo: de acontecimiento nacional y laboratorio de arquitectura al riesgo de desaparición

El ICO pone en valor el patrimonio de los 115 pabellones construidos entre 1950 y 1975

Fue Diego Aparicio López, delegado en la Obra Sindical de Colonización, quien a principios de 1948, en plena dictadura franquista, tuvo la idea de celebrar las ferias del campo español en el mismo recinto utilizado por los ganaderos desde principios de los años veinte hasta la caída de la monarquía en el año 1931. Los terrenos ubicados junto al río Manzanares y el lago de la Casa de Campo serían un escenario perfecto para que las distintas regiones de España hicieran una exhibición de su agricultura y ganadería. Los mandos del régimen querían proyectar una imagen en la que no se notara el desabastecimiento y racionamiento que se sufría desde el final de la Guerra Civil. La arquitectura tenía que jugar la carta de presentación de la economía rural que se quería exponer y para ello recurrieron a arquitectos que poco tenían que ver con el casticismo y provincialismo imperante. Jaime Ruiz y Francisco de Asís Cabrero fueron los principales arquitectos. A ellos se sumaron nombres tan relevantes como Miguel Fisac, Alejandro de la Sota, José Antonio Corrales o Ramón Vázquez Molezún, entre otros. Todo ello se cuenta en la exposición Las ferias del campo. Paisajes y arquitecturas modernas en la Casa de Campo, que hasta el 11 de enero se puede ver en el museo ICO, en Madrid.

José de Coca Leicher (Madrid, 60 años), arquitecto, profesor y autor de numerosos libros, entre los que se encuentra su tesis doctoral, dedicada a las ferias del campo, es el comisario de la exposición. Está convencido de que los españoles de más edad recuerdan el impacto que tenía cada edición de aquellas ferias, pero está seguro de que una inmensa mayoría desconoce lo que ocurrió entre las ruinas y pabellones medio abandonados que hoy sobreviven en la Casa de Campo madrileña.

En un detallado recorrido con el comisario, el experto explica que el concepto expositivo consiste en recuperar para la memoria colectiva el hecho arquitectónico ocurrido en Madrid durante 25 años: desde 1950 hasta 1975, año en el que muere Franco. Las ferias se celebraban cada dos o tres años y eran un acontecimiento nacional. Quienes no podían asistir las seguían por radio, prensa y por los noticiarios del No-Do, un documento sonoro que acompaña al visitante durante todo el recorrido de la exposición.

La narración es cronológica y recorre tres ámbitos. En el primer capítulo se cuentan los orígenes y se habla de las ferias de ganaderos promovidas por Alfonso XIII y Primo de Rivera. Comenzaron en 1922 en una Casa de Campo que por entonces todavía pertenecía a la Corona y se prolongaron hasta 1931, cuando la República abrió el parque a todos los madrileños.

El segundo gran espacio está dedicado propiamente a las ferias, a su paisaje y arquitectura. Con las más de 300 piezas que sustentan la exposición (planos, maquetas, dibujos, fotografías, libros, instrumentos técnicos), el comisario ha completado un puzzle en el que desvela el conjunto de los 115 pabellones rescatados del olvido y una selección de los más relevantes por su valor arquitectónico y modernidad. “De los 127 existentes en el año 1977, hasta nosotros ha llegado el trazado paisajístico y 61 pabellones y elementos originales en diferente estado de conservación”, explica De Coca.

El comisario es también el responsable de un montaje que hace que la visita discurra bajo el cielo azul, entre el verde de los pinos y el rojo del ladrillo, el material más utilizado en unos tiempos en los que no entraban en España materiales costosos (acero, hormigón).

La parte central de este ámbito está dedicada a lo que el comisario considera que fue la joya de la feria: la plaza circular. Para De Coca, es importante por su originalidad y por ser la de mayor ambición arquitectónica y artística. Las formas son el resultado de la carencia de materiales y la adopción de un sistema constructivo que el arquitecto Luis Moya había recuperado de la tradición española y de los edificios romanos. Las dos paredes interiores y los siete vanos del atrio se decoraron con murales de los artistas Antonio Lago, Carlos Pascual de Lara y Antonio Rodríguez Valdivieso. Ante la recreación de lo que fueron aquellas pinturas desaparecidas, el comisario afirma que es una obra que nos enseña el camino hacia la abstracción del arte de posguerra. “Los paisajes, inspirados en las pinturas de Matisse y las representaciones biomórficas de Jean Arp, se combinaban con libertad. Las formas redondeadas simbolizaban nubes mediante superposiciones y veladuras de tonos azules y blancos, y la vegetación con colores terrosos y verdes se animaba mediante trazos y caligrafías”.

¿Hubo choques entre los arquitectos y los jerarcas del régimen que mandaban en las ferias? José de Coca opina que las cámaras sindicales, pagadoras de los pabellones provinciales, no debieron de plantear grandes problemas, siempre que el coste fuera discreto. Y mostrar una cierta modernidad parecía ser la consigna del régimen.

Cuando a partir de 1953 empezaron a participar pabellones extranjeros, esa modernidad dejó de ser cuestionada por completo. De las aportaciones internacionales a la feria se destaca el pabellón USA, realizado en el año 1959 por los arquitectos Harnden y Bombelli para el Departamento de Agricultura. Un pabellón desmontable, cubierto con una red espacial de tetraedros de barras de acero, apoyado en ocho columnas de hormigón y con espacios generados por los propios contenedores para transportarlo. En 1965, Alemania realizó un pabellón con estructura y forjados de madera laminada y uniones metálicas, un sistema casi desconocido en España, proyectado por Herbert Becke. El último pabellón extranjero fue el de Argentina, en 1968, obra del arquitecto y artista Clorindo Testa.

El futuro

De Coca ha estado directamente implicado en la rehabilitación de varios de los edificios del recinto, y también en la elaboración del plan especial que establece su protección. “Todos los edificios están catalogados y protegidos. Y ese trabajo también nos permite plantear qué hacer, el presente y el futuro del recinto”, sostiene. Ahora mismo, solo algunas de sus construcciones están en uso, como es el caso del pabellón de la Pipa, destinado a la Policía Municipal. Las hay que se encuentran en obras, y otras están todavía a la espera. La propiedad es del Ayuntamiento de Madrid y no se conoce ningún plan del equipo del alcalde, José Luis Martínez -Almeida, para este importante conjunto. Su antecesora, Manuela Carmena, tenía un proyecto para desarrollar actividades culturales, pero se quedó en los cajones.

José de Coca Leicher lo tiene claro. Destinaría el recinto para la celebración de bienales de arte y arquitectura. En el pabellón de Cristal, que aún se conserva en pie, se celebraron algunas de las primeras ediciones de Arco (la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid). Aquí se podría seguir el ejemplo de los Giardini venecianos, donde se alternan las ferias de arte y arquitectura.

Al final del recorrido, al visitante le espera la proyección de un trabajo audiovisual del arquitecto Luis Asín. La cámara muestra los residuos de lo que fueron las ferias del campo, un paisaje abandonado en el que acacias, álamos y cipreses se mantienen en pie en medio de las ruinas.

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