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El sueño de la ciencia dos siglos después

La Fundación Telefónica presenta un recorrido sobre cómo se ha capturado la realidad desde el Siglo de las Luces hasta la inteligencia artificial

Si Napoleón hubiera llevado una cámara en su expedición a Egipto, quizá le habría tomado la mitad del tiempo captar la realidad de un mundo desconocido. En su lugar, el emperador francés llevó, además de un ejército, cerca de 2.000 artistas que durante tres años retrataron las ruinas de aquel lugar en Oriente. De haber contado con al menos dos máquinas de Daguerre, lo habría hecho en mucho menos tiempo. Ese es el escenario que François Arago imaginó en la Academia de Ciencias de París en 1839, cuando la fotografía empezaba a buscar su utilidad en la ciencia. ¿Qué habría pasado si hubiese existido la inteligencia artificial? ¿En cuánto tiempo se habría culminado la monumental Descripción de Egipto (Description de l’Égypte)?

Con esa misma imaginación del científico francés, se presenta a partir de hoy viernes en Fundación Telefónica (Madrid) un recorrido por cómo se ha capturado el mundo en los últimos dos siglos. El proyecto contrapone las representaciones de la realidad del pasado con lo que hoy pueden llegar a ser gracias a las nuevas tecnologías. Se trata de El sueño de la razón. Del Siglo de las Luces a la inteligencia artificial.

Un diálogo con el pasado —que permanecerá abierto hasta el 5 de abril—. Así lo describen Valentín Vallhonrat e Ignacio Miguéliz, comisarios de la exposición. Un sueño que “comienza como todo en la ciencia”, cuenta Miguéliz: con el ser humano en el centro de todo. Con bocetos de anatomía en un ejemplar original de la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert (publicada entre 1751 y 1772), “el proyecto que pretendía documentar todo el conocimiento sobre el mundo”. A partir de esta recopilación se produjeron una serie de trabajos y viajes de exploración científica en el mundo con el fin de captar tres materias principales: flora, fauna y monumentos de arte y arquitectura.

Los álbumes de grabados de plantas y flores combinaban el rigor y la belleza. De pronto aparece el color en la segunda sala de la exposición. Y en el centro, una bromelia de hojas rígidas y alargadas que forman una roseta, cuya flor es de un naranja intenso. Es justo en ese momento en la historia que el dibujo artístico “entra en conflicto con la necesidad de una descripción exacta, precisa y objetiva”, menciona el fotógrafo madrileño Vallhonrat. Un conflicto que se extenderá hasta hoy: “La belleza. Entre la exactitud y la interpretación subjetiva”. Sobre todo cuando se trata de inteligencia artificial.

“Hay profecías negativas cuando escuchamos inteligencia artificial que provocan fascinación y rechazo”, explica Vallhonrat, “se cree que va a sustituir al ser humano y dejarle además sin trabajo y no es así”. Para defender esa postura, miles de tulipanes adornan un muro entero. La obra Myriad (Tulips) consiste en fotografías tomadas por la artista Anna Ridler durante tres meses en los Países Bajos, todas etiquetadas manualmente en función del color, forma y estado de la flor. Es una instalación que pone en evidencia “la responsabilidad de una artista en la construcción de datos que permitirá generar flores” y revela la dificultad de clasificar incluso algo tan simple como un tulipán. “Siempre habrá una persona detrás”.

Pero la tecnología no se queda únicamente en la generación de una pequeña flor. Es capaz de mostrar incluso lo que no se ha visto antes. En un cuarto oscuro se proyecta un recorrido inédito del Foro Romano, reconstruido en tres dimensiones con escaneo láser (LiDAR). Las ruinas arqueológicas son mostradas con tanto detalle que invitan a imaginar lo que el arqueólogo italiano Giovanni Battista Piranesi hubiese pensado al ver su ciudad trazada con tanta precisión, como él la retrató magistralmente en sus Vistas de Roma (1748–1774), una serie de estampas en blanco y negro con perspectivas dramáticas y contrastes de luz y sombra —expuestas en las paredes previas al recorrido inmersivo—.

Sobre esto se pronuncia Miguéliz, responsable de colección y exposiciones del Museo Universidad de Navarra de donde provienen las casi 300 piezas de la exhibición: “Las imágenes que vemos de Egipto y de la Roma Imperial son todas ruinas. La inteligencia artificial nos permitirá reconstruir virtualmente y ver cómo eran en su momento de esplendor”.

“La joya que sostiene la exposición”, como dice Miguéliz, es la Descripción de Egipto. Porque marcó, explica Vallhonrat, “la dirección que tomó la fotografía cuando surgió como el gran auxiliar de la ciencia, por aportar veracidad, objetividad y exactitud a las descripciones de lo real”. Ambos comisarios están de acuerdo en que si Napoleón hubiese tenido dos máquinas de Daguerre, hubiese recogido toda la información que recopiló, no solo en menos tiempo, sino en mayor cantidad de imágenes y con mayor precisión, veracidad y detalle. Algo que fue comprobado cuando la fotografía llegó a Egipto en manos de Du Camp y Reynard, quienes capturaron los jeroglíficos y se percataron de las imprecisiones que había en ellos en la obra magistral de Napoleón.

Fue así como la fotografía sucedió al grabado. Vallhonrat recuerda que “cada vez que llega un nuevo procedimiento, el anterior es abandonado”, lo mismo que ocurre con la inteligencia artificial en la actualidad. “Ante los cambios en el arte, siempre ha habido una posición que se activa ante lo que desconoces y te genera incertidumbre”. Rodeados por los calotipos de las ruinas de Egipto —al final de la exhibición—, Vallhonrat y Miguéliz reflexionan sobre el futuro de los métodos para capturar la realidad. “Dentro de 50 años lo que podríamos tener serían hologramas o reconstrucciones virtuales al final de la muestra”, imagina Miguéliz, “no nos limitaremos a ver algo bidimensional”. Su compañero Vallhonrat completa esa idea: “Esta exposición lo que representa es todo ese viaje de la resolución, la exactitud y la representación de la realidad. Y cómo todo ese viaje continuará”.

“Estamos ante el sueño o la profecía de Talbot”, dice Vallhonrat, el de la igualdad entre lo que se observa y la imagen reproducida y “su equivalencia en resolución”. Un sueño hecho realidad dos siglos después.

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