Fauvismo, la borrachera de color que abrió paso a las vanguardias del XX
La Fundación Mapfre expone en Madrid 150 obras del movimiento que encabezó Matisse
En solo dos años, 1905 y 1906, se produjo en París la culminación del movimiento artístico considerado determinante para las vanguardias del siglo XX. Con el color brillante de los tonos puros usados de manera caprichosa y sin la menor relación con la realidad, un grupo de artistas cuya cabeza más visible fue Matisse, entraron en el siglo XX con una alegría que muy pronto el curso de la historia se encargaría de desbaratar. En su primera exposición conjunta, en el Salón de Otoño de París de 1905, el crítico Louis Vauxcelles, se refirió a ellos como fieras (fauves, en francés) por su uso salvaje de la pintura y por su determinación de hacer arder todas las normas preexistentes.
La Fundación Mapfre dedica una detallada exposición al grupo de artistas que, al menos durante dos años, vivió el arte como una auténtica orgía de formas y colores. Titulada Los Fauves. La pasión por el color, muestra 150 obras procedentes de 80 colecciones públicas y privadas de todo el mundo. Se podrá ver en Madrid hasta el 29 de enero.
La muerte de Cézanne
En octubre de 1906 murió Paul Cézanne y el Salón de Otoño de 1907 le homenajeó con una gran retrospectiva que sirvió para hacer renacer el interés por su pintura entre quienes se habían entregado a la desmesura del fauvismo. Ese mismo año, Picasso había pintado sus Señoritas de Aviñón y había conmocionado al mundo artístico. Ambos hechos son señalados por la comisaria de la exposición como el punto de inflexión de los nuevos derroteros de las vanguardias con algunos de los más significados fauvistas, Braque, Deráin y Dufy, entregados ya a las formas geométricas de las que nacería el cubismo.
Pablo Jiménez Burillo, director del área de cultura de Mapfre, cuenta que han dedicado dos años a hacer posible este proyecto, un tiempo en el que la mayor dificultad ha consistido en reunir suficientes obras maestras para hilvanar al detalle una pintura hecha con sentimientos, por unos jóvenes cargados de entusiasmo ante un nuevo siglo que ellos, ajenos a las tormentas y guerras que vendrían, suponían que iba a estar repleto de buenas noticias. “Aunque arrancan a finales del XIX y son los últimos en pintar al aire libre, no reflejan lo que ven, como los impresionistas, sino lo que sienten. No son un grupo formal, ni tienen un manifiesto. Son una acumulación de individualidades que, pasado un corto espacio de tiempo, cada uno sigue por su camino. Dejan una herencia impagable porque en ellos se inspira el cubismo y el expresionismo”.
La exposición se extiende desde los inicios del movimiento en el taller parisino del pintor Gustave Moreau hasta la desintegración del grupo a finales de 1907. Incluye obras de todos los artistas que formaron el grupo: Henri Matisse, André Derain, Maurice de Vlaminck, Albert Marquet, Henri Manguin, Charles Camoin, Jean Puy, Raoul Dufy, Othon Friesz, Georges Braque, Georges Rouault y Kees van Dongen.
Mayte Ocaña, exdirectora del museo Picasso de Barcelona, ha organizado la exposición en orden cronológico dividida en cinco bloques. Las 140 obras ocupan las dos plantas del edificio, de manera que su contemplación es una auténtica borrachera de color.
La primera sección muestra el eclecticismo y la audacia que reinaba en el taller de Gustave Moreau con un grupo de alumnos liderados por Matisse, el mayor de todos ellos entregados a la experimentación de los colores puros y las pinceladas expresivas de la pintura moderna de Van Gogh, Gauguin y Cézanne que en esos años se podían ver en las galerías más audaces y atrevidas de París.
De la amistad y complicidad entre todos ellos habla la segunda sección, ocupada por una gran parte de los retratos que se hicieron entre ellos. Por ejemplo, Matisse retratado por Derain y éste retratado a su vez por Matisse, en 1905, ambos lienzos prestados por la Tate.
Gran parte de ellos se trasladó a la Costa Azul en busca de la luz del Mediterráneo a partir de 1904. “Esa atmósfera”, explica la comisaria, “fue para ellos una revelación. Allí pudieron estudiar la incidencia de la luz en el color y aumentaron intensamente el tono de sus paletas”. La experta señala el caso de Maurice de Vlaminck, considerado el más salvaje de todos ellos, quien realiza las obras más intensas y violentas, con paisajes cargados de rojo.
Pese al rechazo de la mayor parte de la crítica, los marchantes empezaron a fijarse en estos salvajes y el más atento a toda novedad, Ambroise Vollard, encargó a Derain un viaje a Londres para seguir las huellas de Monet y retratar la ciudad con toda su fiereza. El pintor volvió con algunos de los paisajes más espectaculares del fauvismo, con una visión totalmente desligada del naturalismo y de una gran variedad estilística. Más allá era difícil llegar y los participantes del grupo inventaron nuevos caminos sin conexión entre ellos.
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