San Pablo Miki, San Diego Kisai y San Juan Soan de Goto: los mártires de Nagasaki atrapados por el Barroco sevillano
El Museo de Bellas Artes de Sevilla analiza las relaciones entre Andalucía y Japón en el Siglo de Oro gracias a la recuperación de tres excepcionales esculturas de las primeras advocaciones cristianas de origen asiático


Sus figuras talladas en madera, con una impronta rabiosamente contemporánea —las oscuras vestimentas atemporales, los brazos articulados—, aparecen majestuosas en la sala IV del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Son los tres personajes más célebres de los llamados 26 mártires de Nagasaki y han pasado a la historia con sus nombres cristianizados: San Pablo Miki, San Diego Kisai y San Juan Soan de Goto, que murieron crucificados en febrero de 1597 en uno de los martirios colectivos más dantescos de la persecución del cristianismo en Japón, aquellas islas a las que Colón y sus coetáneos occidentales conocían vagamente como Cipango, y hasta donde habían llegado las misiones de los franciscanos y de una entonces recién nacida orden llamada Compañía de Jesús (los Jesuitas), a la que se habían adscrito estos tres jóvenes locales.
Los Jesuitas era una orden religiosa muy joven que no tenía aún advocaciones propias. Era importante, pues, en pleno proceso de evangelización de los territorios de Ultramar, encontrar un santoral propio y, aún más, imágenes que venerar. Sevilla era la gran factoría de arte religioso de la época, los talleres de pintura, obradores de escultura e imaginería, los grandes artistas del pincel y las gubias llegados de todos los puntos de Europa, también nacidos en la ciudad —en 1599 vendría al mundo Velázquez y, 18 años después, Murillo—, hacían bullir Sevilla de arte y riquezas en plena expansión de la Contrarreforma, con iglesias y conventos que iban haciendo aparición por todos los rincones de la ciudad. Y que había que decorar.
Es en este ambiente en el que los Jesuitas consiguen que Roma beatifique en 1627 a los tres mártires de Nagasaki, lo que permitía, por fin, su culto público. Esto es: tener la imagen de un santo al que poder rezarle. Así, la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla encarga rauda la representación de San Pablo Miki, San Diego Kisai y San Juan Soan de Goto a dos de los talleres más importantes de la ciudad: Juan de Mesa en el caso de Miki y Goto (Mesa es el autor de la imagen del celebérrimo Jesús del Gran Poder) y Martínez Montañés en el caso de Kisai. Ambos artistas contaban ya con una larga trayectoria de encargos promovidos por la Compañía de Jesús para Sevilla y América. Ahora, el mejor Barroco sevillano y español al servicio de la evangelización en Asia.

“Estos mártires son los primeros santos de la compañía que se incorporan a los programas iconográficos de las iglesias de la Compañía de Jesús”, explica la directora general de Museos de la Junta de Andalucía, que junto con la restauración y exposición permanente de estas impresionantes esculturas en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, ha propiciado un encuentro esta semana con diversos especialistas de Oriente y Occidente que explican las continuas relaciones entre Sevilla y Japón desde el siglo de Oro.
“Llevando a Japón imágenes religiosas era más fácil que la población y los señores feudales comprendieran los mensajes evangelizadores. San Francisco Javier llena barcos con vírgenes, santos y todo tipo de pinturas. Allí aprenden japonés y traducen textos simples”. “También se produce una adaptación del cristianismo a las costumbres japonesas, como se observa en el hábito negro de los tres mártires”, explica el profesor y vicedecano en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Sevilla, Jesús San Bernardino.
De vuelta, comenzó a ponerse de moda y a ser un signo de distinción la decoración japonesa en la corte de Felipe II, pero a pesar de la historia compartida entre Sevilla y Nagasaki, la presencia de japoneses en la península no se había producido y los grandes escultores e imagineros representaron a estos santos con rasgos occidentales. “En las primeras representaciones no están racializados los japoneses, no ocurre hasta mucho más tarde”, aclara San Bernardino.
La devoción a estos beatos japoneses llegó a ser muy común en Sevilla en el siglo XVII, y existen otras representaciones tanto en escultura como en pintura en otras localidades de la provincia, como Morón de la Frontera, o en ciudades cercanas, como Cádiz. “El arte, apoyado muchas veces por la imprenta, se convierte así en instrumento para difundir el martirio por la fe como ejemplo para los fieles”, apunta Aurora Villalobos.
Después de 50 años sin ser mostradas, las tres piezas —“muy singulares, un testimonio excepcional”, enfatiza la directora del museo de Bellas Artes de Sevilla, Valme Muñoz—, se han incorporado a la colección permanente de la pinacoteca, tras un proceso de restauración llevado a cabo en el propio museo. Uno de los primeros visitantes llegados de Japón para contemplarlas ha sido el profesor de la Universidad Católica de Nagasaki Osami Takizawa, verdadero experto en este contexto histórico de las misiones franciscanas y jesuíticas en Asia durante el siglo XVI. “La evangelización comenzó con San Francisco Javier en 1549 en la región occidental del país. Hubo señores feudales que se bautizaron, se funda la primera iglesia en Kioto, hubo 250 en todo Japón, y hasta 153.000 personas se convirtieron en esos primeros años”, contextualiza Takizawa. Sobre el perfil de los tres mártires tan venerados en Sevilla en los siglos posteriores, el profesor destaca “los apreciadísimos sermones” por los que fue conocido Pablo Miki; “el arte de escribir cartas” de Diego Kisai y Juan de Goto, “catequista en Osaka” que ya había nacido de una familia cristiana.
Los tres fueron detenidos y encarcelados en Osaka. Al día siguiente comenzó para los prisioneros la larga marcha de un mes hacia Nagasaki, donde fueron asesinados junto a seis franciscanos y 15 terciarios.
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