Robert Redford, silencioso y hechicero
Se fue el actor que nos enamoró a todos, hombres y mujeres, con sus ojos azules y un amar vulnerable


Se ha muerto Robert Redford. Se marcha un auténtico gigante cinematográfico del siglo XX. Se marcha con él una forma de vivir, una ilusión, una fascinación. Heredero de la figura del héroe vulnerable que fundó Gary Cooper, Redford acrecentó una masculinidad que se construía a base de sonrisas, de cabello rubio ondeando al viento y de seducciones melancólicas. Fue, para decirlo en la lengua de hoy, una belleza no binaria. Quemaba corazones de hombres y mujeres. Puede que la belleza y la seducción sean en sí mismas no binarias, pero eso ya lo sabían los griegos.
Quiero recordarlo en películas que perdurarán en la memoria de la humanidad mientras exista el amor. Quiero recordarlo en Tal como éramos, una película de Sidney Pollack de 1973, con Barbra Streisand como protagonista femenina, donde se narraba una historia de amor que te arrastraba a una nostalgia sobrenatural. Los dos estaban guapísimos, porque Robert Redford vino a este mundo a encarnar el amor humano. Quiero recordarlo en Dos hombres y un destino, de 1969, junto a Paul Newman y Katharine Ross, un trío amoroso de tres bellezas arrebatadoras. Quiero recordarlo en Memorias de África, de 1985, con Meryl Streep, donde interpretaba a un hombre solitario, enamorado de la naturaleza, silencioso y hechicero, libre y de mirada atávica. Meryl Streep se enamora locamente de ese hombre. Y se enamoró también en la vida real. Hoy el amor humano está en decadencia. Pero si ves una de esas películas que acabo de señalar, a las que añado de rondón El gran Gatsby, de 1974, esa decadencia se esfuma.
Robert Redford se acercaba a las mujeres de una manera que enamoraba a los hombres que lo mirábamos en la pantalla. Esa vulnerabilidad, esa delicadeza, esa timidez, esos ojos, todo estaba al servicio de una forma de amar que embrujaba. Derrotó a los viejos galanes masculinos, desde John Wayne a Clint Eastwood, desde Henry Fonda a Humphrey Bogart, porque no había en él arrogancia ni jactancia. No había en él superioridad. Lo que nos dio es cercanía. No era una belleza inaccesible. Era una forma de sonreír y una forma de mirar con esos ojos azules que de manera inmediata iluminaba la vida. Todos hemos necesitado alguna vez a Robert Redford. Nos ha ayudado a todos.
Me importa insistir en que fue el verdadero heredero de Gary Cooper. No fue solo un actor de cine. Fue el gran amante que el mundo necesitaba. Fue el hombre libre que elegía amar a las mujeres y ellas le correspondían y se iniciaba entonces, en las pantallas, las más hermosas historias de amor. No fue un galán. No fue un hombre guapo más como los hay a cientos. ¿Quién fue? Fue la utopía de todas las historias de amor. Queríamos ser él. O más bien queríamos que él existiese. Porque ser Robert Redford conllevaba una gran responsabilidad. No solo fue el amor. Fue algo más venenoso y humanamente insoportable: fue el enamoramiento, esa gran ilusión de los seres humanos. Robert Redford dio cuerpo y alma en el cine a todos los enamorados y enamoradas de la tierra.
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