Un mundo de opiniones errantes
No es necesario que tengamos una teoría de todo y lo más probable es que hasta exista un derecho a no tener ninguna


Ahora que lo revertimos todo y que las redes sociales marcan el paso sería interesante revertirlas a ellas también y que por fin viéramos que no es necesario que tengamos una opinión de todo y que lo más probable sea que hasta exista un derecho a no tener opinión alguna. Recuerdo que en Babaouo Salvador Dalí atribuyó al emperador Marco Aurelio estas palabras: “Hoy he dejado de tener cualquier tipo de opinión sobre lo que sea”.
Tiene que ser relajante pronunciar una frase así. Lo pensé ayer cuando me animó saber que Fernando Pessoa no se fiaba ciegamente de sus propias opiniones, ni estaba plenamente de acuerdo del todo con sus propios pensamientos. Y me acordé de la manía de los vanidosos de hablar con sentencias, con un dogmatismo que no deja lugar a la más mínima matización. Tal vez por esto, la semana pasada me dediqué a estudiar la zona más intrincada del mundo teórico de Walter Serner (Manual para embaucadores), la zona en la que especuló con un futuro en el que no habría ninguna opinión, sólo hechos que se sucederían a tal velocidad que ni habría tiempo para comentarlos.
Estoico y sobre todo dadaísta, Walter Serner (1989-1942) aconsejaba no mimetizar el lenguaje del contrario, porque equivalía, decía, a caer en la más obvia de las trampas: sumergirse en la misma retórica de los contrincantes y quedar atrapado en un bucle. Serner tenía un instinto especial para buscar la tabla rasa, que es a lo que se dedicaron las primeras vanguardias del siglo pasado al ver que el arte ya estaba inventado y sólo quedaba seguir haciendo obras y tratar de restaurar la posibilidad de rehacer el camino desde el origen.
Sintiéndome identificado con la búsqueda de Walter Serner de otros lenguajes y de un futuro en el que no habría ninguna opinión, me ha sorprendido primero y luego divertido ver una conexión entre Serner y Pessoa o, mejor dicho, entre Serner y el Barón de Teive, heterónimo pessoano con un único libro, La educación del estoico: manual de consejos prácticos para poder encogerse de hombros toda la vida. El subtítulo de ese libro único ―“La imposibilidad de hacer arte superior”― no puede ser más revelador del desasosiego que tanto trasegaba Pessoa por toda la Baixa de Lisboa.
Se anuncia para fin de año, con traducción de Ignacio Vidal-Folch, la biografía de Pessoa en la que Richard Zenith trabajó una década y se publicó en Nueva York en 2021. Biografía extraordinaria, ya sólo por contener el “descubrimiento” del verdadero alcance de la imaginación portentosa de quien, con una multitud de heterónimos o personalidades errantes, y con el desbordamiento de la autoría unívoca, creó una literatura entera. “Tengo más almas que una. Hay más yos que yo mismo. No obstante, existo”. Una literatura en sí misma, alejada del conformismo de nuestra época. Una literatura tan entera que el propio Pessoa llegó a sugerir que tal vez un día, con fluido abstracto y la sustancia implausible de tantas y tantas opiniones errantes, llegaría a formar un dios y ocuparía el mundo.
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