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Vicente Monroy, escritor: “Perdemos mucho cuando se diseña una película para verse en todos los móviles del mundo”

El autor de ‘Breve historia de la oscuridad’ defiende el poder de las salas de cine ante el descontrol de las plataformas de ‘streaming’

Vicente Monroy, autor de 'Breve historia de la oscuridad', en la sala de proyección de la Cineteca de Madrid.
Vicente Monroy, autor de 'Breve historia de la oscuridad', en la sala de proyección de la Cineteca de Madrid.Santi Burgos
Tom C. Avendaño

“Recordemos la necesidad de mantener territorios en sombras en nuestras vidas y nuestro derecho a cerrar los ojos. No para ignorar la realidad, sino para tomar distancia e imaginar otros mundos posibles”, escribe Vicente Monroy (Toledo, 35 años) en su nuevo libro: Breve historia de la oscuridad. Una defensa de las salas de cine en la era del streaming (Anagrama). Este escritor y programador de la Cineteca de Madrid aprovecha un planteamiento asombroso —que en la luz se pueden esconder más peligros que la oscuridad y que el misterio puede ser más fértil que la certeza— para firmar un poderoso ensayo sobre las salas de cine, templos casi religiosos para el autor, arquitecto de formación, en los cuales se produce magia a diario. En mundo que consume más productos audiovisuales que nunca, en móviles, ordenadores y televisores, y donde las salas de cine están más y más vacías, Monroy mira alrededor y hace suyas las palabras del filósofo Xavier Rubert de Ventós: “Donde hay más luz de la necesaria, todo son tinieblas”.

Pregunta. ¿Qué perdemos cuando dejamos de ver películas en salas?

Respuesta. La oscuridad. Las sociedades contemporáneas están obsesionadas con la luz, con la transparencia, pero la luz de la razón puede esconder cosas muy peligrosas: trampas, mentiras, sufrimiento. Necesitamos la oscuridad, escapar de la sociedad, de nuestra vida. Misterio, introspección. Por eso el cine fue un arte tan importante en el siglo XX. Todo esto se pierde con el cine en casa. La gente ve las películas en un trayecto de metro.

P. El cine va para siglo y medio y nosotros, para medio siglo —desde los ochenta— diciendo que está muerto.

R. Una serie de cineastas obsesionados con la muerte del cine crearon un cine nuevo. Wim Wenders, Godard, Theo Angelopoulos… Puede que haya algo de estrategia en decir que algo va a morir para inventarlo de nuevo pero esto con el cine ocurre constantemente. Incluso ahora, con las plataformas, hablamos de su muerte y, a la vez, asistimos a una época prodigiosa.

P. ¿En qué sentido?

R. Estamos más sometidos que nunca a las reglas del mercado, del capitalismo más desbordado, pero, si nos fijamos bien, encontramos clases de cine que no se encontraban antes. Uno pequeñito, autodistribuido, hecho en redes sociales incluso, que proyectamos en instituciones como la Cineteca. Kamal Aljafari, cineasta de origen palestino, hace hermosísimas películas con las imágenes que quedan del cine destruido de su país. Están pasando muchas cosas y es muy bonito salir a descubrirlas.

P. ¿Qué rol juega Netflix en esta narrativa?

R. Internet nos hizo en los noventa la promesa de la democratización y el acceso total a la historia del cine. Era mentira. Un lema mercantil, como tantas otras cosas, una estrategia publicitaria. Nos damos cuenta ahora. Las plataformas de streaming han provocado el colapso del resto de cines alimentando una manera de consumir películas bastante reaccionaria.

P. ¿Por la mareante abundancia de sus catálogos?

R. El año pasado cerró el último videoclub de Madrid, el Ficciones. Tenía 50.000 películas en su catálogo. Las grandes plataformas tienen mil o dos mil. Y antes, si no encontrábamos algo en videoclub, hasta éramos capaces de piratear. ¡Ahora la gente no sabe piratear!

P. ¿No hay exceso de contenido sino falta de gente que te oriente por estos pequeños catálogos?

R. Echo de menos discursos alrededor del cine articulados por intelectuales, no por algoritmos y campañas publicitarias. Faltan mediadores en todos los medios.

P. ¿Qué hacemos con la estética Netflix, que rueda sus películas con primeros planos, sin mucho decorado, para que se puedan ver en pantallas pequeñas, y con poca dirección de arte para no aturdir al público internacional?

R. Nos creemos que, con las plataformas, el traslado es de las pantallas de cine a las de nuestros hogares, sin consecuencias. Que simplemente es acceder al cine desde otras plataformas. Pero sí las tienen. Las salas acomodan las particularidades de cada película, su codificación de color específica, etc.; con los productos diseñados para que funcionen en todos los móviles y televisiones del mundo es mucho lo que estamos perdiendo. El tipo de producto masivo que se está haciendo ahora tiene mucha menos definición, en todos los sentidos, que una película de David Lean.

Vicente Monroy, autor de 'Breve historia de la oscuridad', en las oficinas de la Cineteca de Madrid.
Vicente Monroy, autor de 'Breve historia de la oscuridad', en las oficinas de la Cineteca de Madrid.Santi Burgos

P. Ha dicho “producto” dos veces.

R. Me remito a lo que decía Christopher Nolan: lo que produce Netflix es contenido. Lo llama cine para apropiarse de cierto prestigio.

P. ¿A usted qué le dio de pequeño con el cine?

R. Crecí en el campo. Me crie como un niño salvaje, jugando fuera. El descubrimiento del cine, con mi madre, en la primera adolescencia, fue un ejercicio de ir a la civilización. Es una cuestión personal.

P. ¿Qué títulos recuerda de aquello?

R. Más que películas recuerdo vínculos. El inicio del amor, los primeros enamoramientos, las primeras pulsiones sexuales. La atracción por los actores: Natalie Portman y Ewan McGregor en Star Wars. Hay algo en el cine que ata todo esto. Como objeto histórico es muy misterioso.

P. ¿Al contrario que el resto de pantallas?

R. A mí una televisión no me parece nada misteriosa.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.
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