Cuando Donald Judd se inspiró en Madrid
La Galería Elvira González recupera en una exposición las serigrafías que el artista realizó mientras preparaba una muestra en 1991 en Theospacio
La exposición que la galería Theospacio preparaba sobre su obra le retuvo en Madrid un tiempo, y fue así como el gran artista Donald Judd (1928, Missouri-1994, Manhattan) encontró el lugar donde podía estampar con la técnica de golpe seco las líneas en unas nuevas serigrafías. El trazo, gracias a ese golpe, pasaba a ser sutilmente tridimensional al quedar solo marcado, desprovisto de color. Las obras tienen algunas líneas en rojo, negro y azul que van cambiando su disposición y crean una especie de hojas de un cuaderno ideal, fantástico e imaginado, con márgenes y renglones en composiciones siempre limpias, geométricas, claras y despejadas, tanto como cabe esperar en uno de los maestros del minimalismo de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos.
Esas siete serigrafías madrileñas del artista que formó parte del grupo que conquistó el Soho de Manhattan cuando aquello era territorio baldío se muestran hasta el 20 de enero en la Galería Elvira González de Madrid —heredera de aquel Theospacio en el que Elvira González se empeñó en llevar a Judd en 1991, como recordaba su hija Isabel Mignoni—. La muestra incluye además muebles, dibujos de algunas de sus esculturas, dos conjuntos de grabados de los setenta, tres xilografías y una aguatinta. El impresor de algunas de estas obras fue el propio padre de Judd.
Nacido en Misuri en 1928, tras su paso por el ejército y la guerra de Corea, Judd estudió en Nueva York filosofía y arte en la Universidad de Columbia y el Arts League, y trabajó como crítico y pintor hasta que los sesenta llegó a la escultura. Sus cajas opacas y transparentes, apiladas o sueltas, abrían un nuevo espacio poético a la sencillez meditada. Cuando Judd compró el edificio industrial situado en el 101 de Spring Street en la esquina con Mercer del bajo Manhattan en 1968 para instalar allí su casa y su estudio —abiertos al público desde 2013—, rápidamente comprendió que no encontraría los muebles que necesitaba. “Nada de lo que había era de su gusto”, explica Mignoni. Compró tablas en un aserradero cercano y fabricó él mismo el mobiliario. Un escritorio con baldas a los lados y dos sillas de madera de abeto pensadas entonces están en la muestra. Más adelante, en los años ochenta, Judd diseñó mobiliario en metal por encargo, algunas de cuyas piezas se encuentran en la galería madrileña. Geometría limpia y clara en vivos colores. “Dejó muy claro que esas piezas no eran esculturas, ni obras de arte sino mobiliario industrial fabricado en ediciones limitadas”, subraya la galerista. Algunas de las piezas mostradas ahora ocuparon esta misma galería en 2016, ya que la nueva muestra es la tercera que dedican a Judd en solitario.
El espacio en el que habita una obra era clave para Judd, la instalación por tanto cobraba la misma importancia que la escultura: el contexto es esencial para entenderla, defendía con ahínco el artista. Esta idea le llevó hasta Marfa en Texas en los setenta donde hasta su muerte en 1994 logró crear una instalación permanente de su obra y contemporáneos suyos a quienes admiraba, a través de la Judd Foundation y la Fundación Chinati. Una catedral al arte de la segunda mitad del siglo XX en EE UU que se mantiene en pie y que permite ver la obra de Judd tal y como él quería. El crítico alimentaba al artista y le permitía expresar tan claramente como trazaba las líneas de sus esculturas su opinión certera: “Un sitio malo no estropea una buena obra, pero si tiende a reducir la comprensión de la obra a mera información: se sabe que es buena, pero uno no aguanta estar allí el tiempo suficiente para saber por qué”, escribió en el texto que acompañó el catálogo de la muestra de 1991 en Theospacio. “La instalación y el contexto para el arte que se hace hoy en día es pobre e inadecuada. La manera de corregir esto sería una instalación permanente de buena parte de la obra de cada uno de los mejores artistas”. Y afirmaba que “el negocio no debe gobernar la manera en que se ve el arte”, aunque reconocía que “la mayor parte de mi obra se ha expuesto primero en galerías y la mejor exposición y la instalación fue, sin duda, la de Leo Castelli en sus tres espacios”.
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