Donald Judd, el minimalista que no quería serlo
El artista y ensayista estadounidense ayudó a sentar las bases de un movimiento, el minimalismo, aún muy influyente. Un libro recoge ahora algunos de sus diseños
En 2022 la modelo y empresaria estadounidense Kim Kardashian publicó en YouTube un vídeo en el que recorría las oficinas de su empresa Skkn by Kim mientras decía: “Últimamente me he metido de lleno en los muebles, estas mesas de Donald Judd son realmente increíbles y combinan totalmente con las sillas”. El vídeo se vio 3,6 millones de veces, pero aquellos muebles no eran originales del artista estadounidense Donald Judd (1928-1994), sino imitaciones, por lo que el pasado marzo la Fundación Judd demandó a Kardashian y a Clements Design, fabricante de los muebles, con el argumento de que estas acciones dañan la reputación de Judd. No sabemos si Kardashian se ha metido verdaderamente de lleno en el diseño de muebles, pero sí sabemos que los de Judd son de los más determinantes que dio el minimalismo, un movimiento estético y filosófico nacido en el siglo XX que aboga por aprehender las cosas tal y como son, libres de ese delito llamado ornamento, como decía Adolf Loos.
Ahora que la editorial Mack ha publicado el libro Donald Judd Furniture (muebles de Donald Judd, sin edición en español), es buen momento para visitar el edificio del Soho neoyorquino donde se halla la Fundación Donald Judd y hacer repaso de su impronta como ensayista. El libro incluye más de un centenar de piezas de su mobiliario, diseñadas entre 1970 y 1991 para los espacios donde habitó y trabajó —su mítica casa-estudio del 101 de la calle Spring en Nueva York y Presidio County, Marfa, Texas— y se suma a otras obras teóricas como Specific Objects (objetos específicos, de 1964), o Interviews y Writings (entrevistas y escritos, de 2016 y sin edición en español), que incluyen críticas, reseñas, ensayos, artículos, informes y cientos de notas perspicaces.
Judd fue uno de los artistas estadounidenses más destacados de la posguerra y figura principal del minimalismo, que también cultivaron Frank Stella, Carl Andre o Robert Morris. Una de sus declaraciones más famosas y malinterpretadas fue aquella de: “El arte solo tiene que ser interesante”, opinión que se unió al tópico que le acompañó desde que la crítica le consideró un icono del movimiento cuando en realidad detestaba la palabra “minimalista”, pues prefería considerarse “empirista”.
Nada refleja mejor su pensamiento y sus capacidades como artista y diseñador que el edificio que adquirió en 1968 por 68.000 dólares (no es broma), cuando nadie quería vivir ahí. Cinco pisos en el Soho cuando el Soho era el Cast Iron District, distrito de inmuebles de hierro fundido, destinados a fábricas textiles y talleres. “Mis requisitos eran que el edificio fuera útil para vivir y trabajar y, lo que es más importante, que fuera un espacio en el que instalar obras mías y de otros. Desde el principio todo se pensó a conciencia y para que fuera permanente, como sigue siendo”, explicó en su ensayo ‘101 Spring Street, 1989′, incluido en Writings. Así encontramos obras de amigos como Dan Flavin, Claes Oldenburg, Frank Stella o Larry Bell, además de diseños de muebles de Judd que ejemplifican la franqueza de forma y de presencia por las que se celebran sus obras de arte y que ofrecen una funcionalidad distinta, sobria, austera y sin adornos.
Visitar esta casa de Judd es como leer sus ensayos. Estamos en un templo de ángulos rectos con algunas curvas como las de las sillas Thonet, una mesa laminada de Alvar Aalto, asientos tubulares de Mies van der Rohe o la obra Gur II, de Frank Stella, además de la silla Zig Zag, de Gerrit Rietveld. El hogar como el sueño donde experimentar, de verdad, con la ilusión de vivir artísticamente. En conversación con Flavin Judd, hijo de Donald Judd, director artístico de la Judd Foundation y editor de las obras Writings e Interviews, preguntamos cuáles han sido las aportaciones de Judd: “Estaba en contra del uso del arte para otros fines, de la cooptación del arte, y eso está ocurriendo ahora más que nunca. El arte se utiliza para la decoración, para el trueque, para la inversión y para el blanqueo de dinero, y esto lo degrada a solo un comercio. Si vas a una feria de arte, la gente expone cuadros de colores que parecen hechos en los años sesenta. Él se opondría al arte actual no porque parezca demasiado nuevo, sino porque parece demasiado viejo. Como decía, si pintas como Matisse, solo serás un Matisse de segunda porque él ya lo hizo antes. Sobre eso escribía y el problema persiste, quizá ahora más que nunca. Koons es otro Warhol y hay miles de Rauschenberg haciendo cosas similares”.
Dieter Rams, el gran diseñador industrial alemán que acuñó el concepto “menos, pero mejor”, dijo que “el buen diseño es tan poco diseño como sea posible”. Según el filósofo italiano Giorgio Agamben, “el gusto goza de la belleza sin ser capaz de explicarla”. A Judd le interesaba la radicalidad personal que cada artista podía expresar, una actitud que impregnó todo lo que hizo. En sus muebles, el material es siempre la superficie, no hay algo debajo, oculto. “Es una mezcla entre un viejo granjero y un joven científico: le entusiasma hacer cosas nuevas, pero quiere asegurarse de que sean honestas y no retraten otras cosas”, sostiene Flavin Judd, que recuerda que su padre estudió filosofía.
A finales de los años cincuenta, sus críticas en la revista Arts lo posicionaron como un riguroso defensor del arte nuevo, al considerar que la pintura estaba “acabada”. En los sesenta, sus obras cúbicas y rectilíneas reformularon la dirección de la escultura, eliminando los pedestales y haciendo hincapié en los volúmenes abiertos y en cierto modo ingrávidos, caracterizados por exuberantes metales y plexiglás translúcido u opaco. Fue entonces cuando adoptó su lenguaje esencial: volumen, intervalo y espacio, además de la relación de una obra de arte con la pared, el suelo y las dimensiones de la sala. Su arte defendía que el espacio, la escala y los materiales podían ser fines en sí mismos, más allá del tópico que dice que la obra tiene que ser reflejo de las emociones del artista. En palabras de Marta Ruiz del Árbol, conservadora de pintura moderna en el Museo Thyssen, “Judd fue una figura central para el desarrollo del movimiento minimalista por su cuestionamiento de la tradición artística y, más específicamente, de la escultura. El artista, que calificaba sus obras como ‘objetos específicos’ para huir del tradicional término ‘escultura’, reivindicó una experiencia física, fenomenológica de los objetos alejada de cualquier lectura simbólica”.
La influencia de Judd en el pensamiento actual se extiende hoy a ensayistas contemporáneos como Kyle Chayka, autor del ensayo Desear menos (vivir con el minimalismo) (2022, Gatopardo), donde se dedican varias páginas a ensalzar su figura. Chayka se puso a investigar tras descubrir que un hogar estadounidense posee de media más de trescientos mil objetos y que los estadounidenses compran el 40% de los juguetes del mundo a pesar de que solo tienen el 3% de los niños. La actitud minimalista es también una invitación a comprender por qué menos es mejor en lo que respecta a posesiones, a la estética o a la filosofía de vida. Chayka fue de los estoicos a Judd pasando por la música de Satie o John Cage, y recuerda que en el 46 a.C Cicerón ya se había percatado de que “nunca se satisface ni se harta la sed del deseo y no solamente se atormenta la gente por la codicia de aumentar aquellas cosas que tienen sino también por el miedo a perderlas”. En esa línea, el reconocido conferenciante y defensor del minimalismo Joshua Field , también deudor de Judd, decía: “Ama a la gente y usa las cosas, porque lo contrario nunca ha funcionado”.
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