Vuelve el ‘arte povera’: el inesperado bum del arte pobre que gusta a los ricos
Una monumental muestra dedicada al grupo de vanguardia de los sesenta se expone en la fundación parisina del millonario François Pinault, mientras la corriente alcanza récords en el mercado y conquista los grandes museos del mundo
El arte povera quedará inscrito en la historia como uno de los episodios más insólitos del arte del siglo XX. El movimiento, integrado por artistas como Michelangelo Pistoletto, Giuseppe Penone, Giovanni Anselmo y Jannis Kounellis, se rebeló contra el sistema de producción y consumo capitalista en un contexto de rápida industrialización en la Italia de los años sesenta, en un país en ruinas que buscaba un nuevo norte. Todos ellos utilizaron materiales efímeros y modestos, como cartón, madera, cemento, neones, ropa vieja, lonas de plástico y hojas de periódico, y se distanciaron de las normas del mercado del arte a la vez que se distanciaban de las tendencias dominantes, como el expresionismo abstracto, el arte pop o el minimalismo incipiente.
El resultado fue un conjunto de obras de arte modestas y eclécticas. Lo demuestra la vasta y extraña mezcla de 250 obras que forman parte de la exposición dedicada al arte povera en la Bolsa de Comercio de París, sede de la fundación del mecenas y millonario François Pinault. Hasta el 20 de enero, este edificio de planta circular, remodelado durante la pandemia por el japonés Tadao Ando, exhibe colchones cubiertos de escarcha, un saco de patatas, una columna dórica con una manguera en su base, una motocicleta con cuernos de ganado en el lugar del manillar y una larga suma de humildes estructuras en forma de iglú, obras de Mario Merz, entre las que paseaba Pinault, saludando a los forasteros con escuetos bonjours, en la recta final del montaje de la exposición.
Una instalación de Pistoletto combina una Venus desnuda con un montón de trapos, como si quisiera simbolizar el choque entre la rica herencia artística del Renacimiento y el despilfarro de la sociedad de consumo. En el exterior, un árbol da piedras como frutos, una idea del mítico Penone, mientras una escultura de hielo se derrite con el paso de las horas. “Quisimos hacer algo que antes no existía”, afirmaba el artista Gilberto Zorio, de 80 años, durante la inauguración, junto a una obra participativa que usa micrófonos para replicar las voces de los visitantes con un eco resonante. La exposición relata la historia de un grupo de vanguardia que nunca se percibió a sí mismo como tal. “No fue un movimiento como el surrealismo o el cubismo, porque no tuvo manifiesto ni líderes. Fue más bien una corriente o una constelación”, afirma la comisaria de la exposición, Carolyn Christov-Bakargiev, historiadora del arte ítalo-estadounidense conocida por haber orquestado la Documenta de 2012.
La expresión arte povera, o “arte pobre”, surgió de la mente del crítico Germano Celant, que en 1967 acudió a ver la muestra fundacional del grupo en Génova, seguida de otra en Amalfi unos meses después. “Lo insignificante comienza a existir, se impone”, definió Celant al descubrir las obras de estos provocadores artistas treintañeros. Sus primeras obras, de espíritu sencillo pero provocador, se caracterizaban por el uso de materiales impropios del arte en mayúsculas, aunque sus responsables también utilizaron otros más nobles, como el bronce, el mármol, el cristal de Murano o incluso el oro. El arte povera es más “una actitud o una intención que un estilo”, afirma Christov-Bakargiev. Sus obras, consideradas precursoras de la instalación artística, buscaban transformar el espacio y alterar el ambiente. “La obra se convierte en una escena teatral donde se refleja la energía de la vida y la realidad”, añade la comisaria.
La muestra vincula el movimiento a la altissima povertà (o suprema pobreza) teorizada por San Francisco de Asís, que abogó por una renuncia a los bienes materiales y una existencia entregada a la vida espiritual y a la comunión con la naturaleza. Lo curioso es que este homenaje a una corriente austera y contestataria tenga lugar en la fundación privada de Pinault, el tercer hombre más rico de Francia, que cuenta con 150 obras de arte povera en su colección, de las que ha cedido 50 para esta exposición.
No es el único que se ha interesado por esta corriente. La Fundación Prada de Milán, presidida por otra gran coleccionista europea como Miuccia Prada, expuso hasta hace poco las obras de Pino Pascali, otro gran nombre inscrito en el movimiento, y hace unos años hizo lo mismo con las de Kounellis. El Guggenheim de Bilbao inauguró a principios de año una muestra dedicada a Giovanni Anselmo, fallecido poco antes, mientras que la sede neoyorquina del museo ha incluido varias obras inscritas en el arte povera en la nueva presentación de su colección, que se puede visitar hasta el mes de enero. A mediados de octubre, la feria Art Basel Paris incluyó numerosas obras de los artistas asociados al arte povera mientras que, en Londres, la casa de subastas Christie’s adjudicaba un cuadro de Alighiero Boetti por tres millones de euros. En 2022, el artista italiano ya rozó los nueve millones en otra venta. Aun así, el récord mundial lo tiene uno de los llamados ácromos, o telas desprovistas de color, del milanés Piero Manzoni, pionero de la corriente, por el que en 2014 se pagaron 20 millones.
Con el tiempo, las obras de arte povera se han convertido en objetos de lujo. En los noventa, Gianni Agnelli, patriarca turinés de la Fiat, ya compró muestras de un movimiento radical que se suponía que denostaba la acción de hombres como él en el mundo. ¿Cómo se explica que el arte pobre esté jaleado hoy por los hombres y las mujeres más ricos del mundo? “En su tiempo, los Papas de Roma compraron obras de Caravaggio. El poder rara vez compra un arte que se dedique a celebrarlo”, responde Christov-Bakargiev, que recuerda que sus primeros coleccionistas fueron los cargos medios de la industria italiana o alemana.
En el fondo, su carácter crítico con los excesos capitalistas pudo seducir, en su momento, a industriales con cierta mala conciencia. Fueran conscientes de ello o no, apoyar este movimiento les permitía reformar su imagen, como si quemaran sus riquezas en la hoguera de las vanidades. La conexión con lo modesto y lo material les recordaba de dónde venían, de familias humildes y campesinas, orígenes de los que se habían distanciado al erigir su fortuna. En los sesenta, Pinault fundó la empresa PPR, precursora del actual grupo Kering, que se enriqueció comerciando con madera. Es el material más común en la muestra que ahora presenta en su fundación.
Babelia
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