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Unos Premios Princesa de Asturias contra el totalitarismo y por la humanidad

Los galardones anuales, que congregaron en el Teatro Campoamor de Oviedo a la Familia Real, premiados y autoridades, se convirtieron en un alegato por la democracia y el civismo

El músico Joan Manuel Serrat, premio de las Artes, canta durante la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, este viernes en el Teatro Campoamor de Oviedo.Foto: JL Cereijido (EFE | Vídeo: EPV
Sergio C. Fanjul

“¿Pero no tenía Goebbels un doctorado en filosofía? ¿El doctor Mengele no había hecho el juramento hipocrático?”, se preguntó Marjane Satrapi, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. La autora franco-iraní pudo finalmente asistir a la ceremonia de entrega de los premios después de haber cancelado su presencia durante los actos de la semana previa por graves problemas familiares. Y una vez aquí, en Oviedo, en el discurso más potente y visceral de la velada, ha reflexionado sobre eso que nos hace humanos: no solo la compasión, sino también la violencia.

“Entre lo que los biólogos denominan animales auténticos, es decir, los mamíferos, el hombre es el único que mata a su hembra”, añadió. La educación, como mostró en esas preguntas que se hizo al principio, no siempre nos hace mejores. Quizás es que la entendemos mal: “Quizás antes de educar a nuestros hijos para que tengan éxito económico y social, debiéramos enseñarles que el verdadero éxito radica ante todo en el humanismo”, dijo la autora. Y añadió: “El hombre por sí solo no sobrevive en la naturaleza. Solo sobrevive juntándose con otros y creando sociedades. Y la condición sine qua non para lograrlo es la empatía”.

Repleta de reflexiones sobre la humanidad, la solemne ceremonia de los Premios Princesa de Asturias tuvo lugar este viernes, como todos los otoños, en el Teatro Campoamor de Oviedo, en presencia de las élites políticas y culturales, nacionales y regionales: Francina Armengol, presidenta del Congreso; Pedro Rollán, del Senado, y Cándido Conde-Pumpido, del Tribunal Constitucional. Ministros como Pilar Alegría, de Educación; Diana Morant, de Ciencia; o Ernest Urtasun, de Cultura. O el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, del PP. Todos pasaron por la alfombra azul oscuro de entrada al teatro, alrededor de la cual se arremolinaron periodistas y curiosos bajo una lluvia fina e intermitente, muy asturiana, que finalmente fue respetuosa.

La jugadora de bádminton Carolina Marín recibe el Premio Princesa de Asturias de los Deportes de manos de la princesa Leonor, durante la ceremonia de entrega de los galardones, este viernes en el Teatro Campoamor de Oviedo.
La jugadora de bádminton Carolina Marín recibe el Premio Princesa de Asturias de los Deportes de manos de la princesa Leonor, durante la ceremonia de entrega de los galardones, este viernes en el Teatro Campoamor de Oviedo.Ballesteros (EFE)

En la cercana plaza de la Escandalera estuvieron presentes las también tradicionales manifestaciones republicanas (ondearon banderas tricolor y palestinas), opacadas con tanta gaita (desfilan por las calles de Oviedo 24 bandas de gaiteros y 10 grupos folclóricos, un pasacalle de más de 800 personas).

Ceremonia solemne

La reina Sofía, como es tradicional, se sentó, ovacionada, en un palco lateral. Después llegó la entrada de la Familia Real, que presidió junto con el presidente del Principado, Adrián Barbón, y la de la Fundación Princesa de Asturias, Ana Isabel Fernández. Una vez abierto el acto (tras el himno nacional interpretado, cómo no, a la gaita), los premiados aparecieron al son de la fanfarria Ayres for Cornetts and Sagbuts, de John Adson, compositor del primer Barroco inglés. Subida de decibelios y jaleos para Joan Manuel Serrat, Carolina Marín y Marjane Satrapi. A un lado de la escena se encontraban las estatuas trofeo, diseñadas en su día por Joan Miró para los premios, de ocho kilos de peso cada una. Todavía se realizan y numeran artesanalmente en el taller en el que trabajaba el artista catalán.

Otro catalán, Joan Manuel Serrat, premio de las Artes, hizo un manifiesto ontológico sobre su persona, con el que se podría hacer una canción: “Soy una persona partidaria de la vida”. “No me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes y contundentes respuestas”. “No me conformo al ver los sueños varados en la otra orilla del río”. Y luego, cuando nadie en el público lo esperaba, hizo lo que mejor sabe hacer: cantar una canción, acompañada al violín. Uno de sus clásicos: Aquellas pequeñas cosas.

La escritora rumana Ana Blandiana, durante su intervención en los Premios Princesa de Asturias.
La escritora rumana Ana Blandiana, durante su intervención en los Premios Princesa de Asturias.Carlos Alvarez (Getty Images)

En su discurso, la poeta Ana Blandiana, premio de las Letras, hizo un breve repaso por la historia antigua y reciente de su país, Rumania, esa “latinidad, exiliada en el otro extremo del continente”, con especial hincapié en el régimen comunista, y se hizo una pregunta clásica: ¿Puede la poesía salvar el mundo? “Por increíble que parezca, durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, en las cárceles comunistas de Rumania se produjo una auténtica resistencia a través de la poesía”, se respondió.

Como estaban prohibidos el lápiz y el papel en las cárceles comunistas, hacían falta tres personas para el hecho poético: la que componía el poema, la que lo memorizaba y la que lo transmitía en morse. Así se compusieron miles de poemas viajeros entre celdas y prisiones. “Se recurría a la poesía como medio de salvación”. Blandiana concluyó con una curiosa comparación entre monarquía y poesía. Este premio, dijo, “combina el misterio de la poesía y el misterio de la realeza, tan extrañamente relacionados entre sí en la medida en que la gente, sin entenderlos y sin saber para qué sirven, siente que sin ellos todo sería menos bello y menos bueno”.

“El zorro sabe muchas cosas, el erizo sabe una única cosa importante”, señaló una vez el pensador Isaiah Berlin. Su biógrafo, Michael Ignatieff, premio de Ciencias sociales, partió de esta distinción para hilar su discurso, en el que reflexionaba sobre sus méritos para este galardón. Dada su polimatía (profesor, escritor, periodista, académico, político), se considera un zorro. Pero con matices: “Algunos zorros envidian la tenacidad constante y resuelta del erizo, junto con su capacidad de enroscarse como una bola y mostrar sus púas cuando se enfrenta a quienes lo atacan. Soy uno de esos zorros que siempre deseó ser un erizo”, sentenció el canadiense, en el discurso más personal del evento. “Gracias, alteza, usted ha hecho feliz a un viejo zorro”.

“No me gusta ser testigo de atrocidades”

Los premiados, los que tomaron la palabra y también Daniel J. Drucker, Jeffrey M. Friedman, Jens Juul Holst y Svetlana Mojsov (premio de Investigación Científica y Técnica), Carolina Marín (Deportes), Cristina de Middel, Thomas Dworzak y Olivia Arthur, de la agencia Magnum Photos (Concordia), y Mario Jabonero, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (Cooperación Internacional), subieron al escenario por turnos recibiendo el preciado diploma de manos de la princesa Leonor, envueltos en ovaciones. En el patio de butacas, la cantante Ana Belén, sentada al lado de Víctor Manuel, lloraba cual magdalena cuando Serrat brindó el diploma al público. Los fotógrafos de Magnum salieron cámara en mano e hicieron, jocosamente, fotos al público y entre ellos.

Tras los discursos de la Princesa de Asturias y el Rey, en el que la princesa elogió, por primera vez (hasta ahora lo hacía el Rey), a los premiados y Felipe VI advirtió de los peligros de la polarización y la deshumanización, la Real Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo acompañó con el pasacalles El Xarreru la salida de los galardonados por el pasillo central del teatro.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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