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El soul de Nathaniel Rateliff: tormento y curación del alma

El deslumbrante nuevo puntal del sello Stax se sobrepone a una biografía llena de sombras con ‘South of here’, un álbum de vulnerabilidad y sinceridad descarnadas. “La depresión es muchísimo más grande que sus oponentes”, afirma

Nathaniel Rateliff actuando el pasado 19 de junio en Berlín, Alemania.
Nathaniel Rateliff actuando el pasado 19 de junio en Berlín, Alemania.Frank Hoensch (Redferns)

Repantingado entre bambalinas en el festival MadCool, pocos minutos antes de enfrentarse a la audiencia de esta cita madrileña bajo un sol justiciero y cruel, Nathaniel David Rateliff — hirsuto, bonachón, propenso a los achuchones— parece la viva estampa del sosiego. Pero la procesión, como tantas veces, va por dentro. Detrás de esa fachada de hombre amigable, sensible y hecho a sí mismo late un corazón propenso al tormento, seguramente porque arrastre una biografía rica en traumas y desvelos. Y esa colisión entre dulzura aparente y turbulencias internas acaba traduciéndose en su música. Aunque no te hayas citado nunca con él, una escucha atenta de South of here, el reciente (y fantástico) cuarto álbum de Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, permite albergar la sensación de que conoces a este tipo razonablemente bien.

Rateliff, paradigma (como se verá) de ser humano que se sobrepone a las adversidades, abrazó de adolescente la fe por la música para huir de una existencia nada alentadora. Con los años, y contra pronóstico, ha acabado convirtiéndose en la gran esperanza blanca de Stax, la mítica factoría discográfica de Memphis que sentó en los años sesenta las bases de la mejor música negra a partir del magisterio de Otis Redding, Sam & Dave o Carla y Rufus Thomas (sugerencia enfática: no se pierdan en ningún caso, en HBO, el documental de tres capítulos sobre la agitada historia del sello).

Los lemas promocionales siguen honrando a este grandullón de Misuri como el gran guardián contemporáneo de las esencias del soul, pero los 11 cortes de su flamante nuevo elepé le muestran más ecléctico que nunca. Piensen en un Van Morrison (o, aún mejor, Glen Hansard) contaminado no solo por el espíritu de James Brown, sino también de Springsteen y de todo el género americana. Y asómbrense aún más con el corte original, David and Goliath, un intrincado laberinto melódico en torno al piano que a nadie extrañaría escuchar en la voz de Rick Davies, de Supertramp.

¿Ecos del pop progresivo británico en la garganta del hombre que heredó los vinilos de Muddy Waters o Led Zeppelin de la colección paterna? A Rateliff no parece hacerle especial gracia el diagnóstico, a juzgar por la mueca que se dibuja en su rostro. “Es curioso, porque sobre esa canción también me han dicho que muestra influencias de Paul McCartney o, más en concreto todavía, de Harry Nilsson. Y no me convence ninguna de las opciones. Es, simple y llanamente, un tema que compuse yo, Nathaniel, a las tantas de la noche…”.

Puede que en ese énfasis a la hora de reivindicar la plena paternidad influya el carácter determinante que esta metáfora sobre David y Goliat adquiere no ya en el conjunto del álbum, sino a la hora de definir el momento vital por el que transita ahora mismo este caballero de 45 años. “Hablo sobre todas las ocasiones en que me siento pequeño, muy pequeño, y habitante de un mundo equivocado”, aclara. “Ese David de la canción soy yo. Y Goliat alude a la depresión, que siempre es muchísimo más grande que sus oponentes. Cualquiera que la haya sufrido sabe que las cosas pueden volverse gigantescas en el interior de tu cabeza…”.

Y así nos adentramos, en efecto, en ese atribulado mundo de sombras y zozobras por el que nuestro protagonista lleva mucho más de media vida caminando y sobreviviendo a trompicones. Nathaniel David conoció el acoso escolar por parte de quienes se burlaban de sus humildísimos orígenes en Denver, adonde llegó de niño desde su San Luis natal. Hijo de carpintero y dependienta en una tienda de pollos asados, perdió la fe religiosa de sus progenitores tras sufrir abusos por parte de un tío. Se quedó huérfano con 14 años cuando su padre falleció en un accidente de tráfico. No tuvo ocasión de asistir a la universidad: durante años se ganó la vida como camionero, con infinitos viajes nocturnos que al menos le sirvieron para descubrir miles de canciones en las radios locales. Y, sí, cayó en la trampa del alcohol, como tantos otros colegas de existencias poco motivadoras.

“Mis problemas con la salud mental provienen de entonces”, se sincera sin rodeos. “La lucha contra esos fantasmas comenzó de aquella, mientras tenía 20 o 30 años, solo que ahora ya he conseguido no beber ni depender de ninguna medicación. Y eso hace que los problemas de la vida los perciba de una manera más tangible y real. Los tengo más presentes, pero siempre estuvieron ahí”.

Ese combate desigual con el Goliat de su canción se traduce ahora, más que en ninguno de sus tres trabajos previos junto a The Night Sweats, en un repertorio de sinceridad descarnada y emocionante. “Escribo de una manera muy personal”, corrobora, “así que no contemplo la opción de ser pudoroso. Creo que esa vulnerabilidad mía transmite al oyente la posibilidad de ser vulnerable en torno a sus propias circunstancias personales”. Y la misma “apertura estilística”, admite, le hace más sencillo abordar nuevas temáticas. En el álbum se desliza incluso un corte de aire cándido y acústico, I would like to heal (“Me gustaría curar”) que seguramente sea lo más tarareable y soleado que haya grabado nunca. “A veces noto un proceso de sanación interior al terminar mis canciones”, confirma, “igual que en ocasiones se me acercan oyentes para agradecerme que les haga sentir mejor. Pero no, no me considero un terapeuta: simplemente, las canciones otorgan a quienes las escuchan la oportunidad de examinarse y conocerse mejor”.

Ya lo ven: tras el aspecto apacible y despreocupado latía un cerebro en permanente ebullición. Nathaniel puede hacerte bailar con cañonazos como Time makes fools of us all, pero sobre todo quiere propiciar la reflexión. También a nivel político, desde luego. En 2017 fundó The Marigold Project, una organización sin ánimo de lucro para luchar por la justicia social, y vive con pasión y nervios indisimulados el decisivo proceso electoral en el que se encuentra inmerso su país. Tras haber hecho campaña en 2016 y 2020 por Bernie Sanders, representante de las sensibilidades más a la izquierda dentro del Partido Demócrata, cree que ahora ha llegado el momento de, al menos, evitar a toda costa cualquier retroceso y combatir la represión policial. “En Estados Unidos todavía se dan episodios de personas negras asesinadas por miembros de las fuerzas de seguridad. Mientras sigan sucediendo cosas así, no podemos argumentar que el país esté cambiando. Y yo, como hombre blanco, necesito que ese cambio se produzca”.

Y quizá sea por eso mismo, por su discurso personalísimo y sin pliegues, por lo que Rateliff se revuelve ante cualquier comparación con otros artistas, por elogiosa que resulte. Acoge con indiferencia que Mojo, la biblia de la prensa musical británica, le saludara como “el nuevo Springsteen”, y tampoco acepta de buen grado que Remember I was a dancer pueda recordar al Paul Simon de los años de Graceland. “No lo creo”, murmura, “y eso que admiro a Paul desde siempre. Incluso tuvimos oportunidad de colaborar hace un par de veranos en el Festival de Newport, aunque todo lo que sucedió en aquella edición quedó eclipsado por la reaparición de Joni Mitchell…”. Por eso, cuando avisan a Rateliff y sus Sudores Nocturnos de que deben encaminarse ya hacia el escenario —donde abrirán con David and Goliath, por supuesto—, aprovechamos para abordar la última cuestión delicada:

– En 2018 perdió a su gran amigo y casi hermano Richard Swift, otro músico atribulado cuyo recuerdo vuelve a estar presente aquí con Get used to the night. A usted, ¿cómo le gustaría ser recordado?

Y Nathaniel David Rateliff, vulnerable y desconcertado por un momento, tarda unos segundos antes de resumir:

– Me agradaría que se acordaran de mí como un buen hombre, un tío que procuró hacer cosas buenas. Pero lo mejor… sería que me recuerden como un gran cantante y compositor.

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