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Medio siglo del disco ‘Señora azul’, la obra maestra del pop español que nadie supo entender

El álbum de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, una banda tan genial como imposible, revive en su aniversario a la par que el libro de memorias ‘Por el camino púrpura’

Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, autores del éxito 'Señor Azul', retratados en Madrid en 2005.
Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, autores del éxito 'Señor Azul', retratados en Madrid en 2005.Luis Magán

Sucedió hace ahora justo 50 años y hoy lo consideramos de manera unánime un episodio histórico y esencial para el pop español. Pero de aquella, nadie, absolutamente nadie, fue capaz de reparar en su trascendencia. Cuatro veinteañeros de insólito aplomo artístico y amplia experiencia para sus tiernas edades hicieron confluir sus nombres y talentos en un álbum que sublimaba el arte de las armonías vocales y miraba de frente a sus grandes ídolos anglosajones, desde The Hollies hasta Crosby, Stills, Nash & Young, de quienes copiaron incluso la manera de bautizar a la banda. El resultado, Señora azul, figura en todas las clasificaciones entre los cinco o diez mejores álbumes españoles de todos los tiempos, pero sus artífices, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, solo recibieron entonces un clamoroso silencio colectivo por respuesta. Los cuatro siguen hoy recordando con orgullo y un poco de frustración aquella proeza, pero hace tiempo que revivirla se hizo del todo imposible: el primero anda delicado de salud y el segundo hace tiempo que se retiró, de manera irrefutable, del mundanal ruido.

Pudo ser un acontecimiento de dimensiones colosales, pero se quedó en un secreto al que solo tuvieron acceso unos pocos paladares refinados. En aquella España de 1974 en la que los álbumes más despachados eran Había una vez un circo, de Gabi, Fofó y Miliki; el recopilatorio El sonido de Filadelfia o The Love Unlimited Orchestra, el proyecto orquestal de Barry White, las exquisiteces sonoras y literarias de Señora azul parecían una extravagancia. “Con nuestras barbas y pantalones de campana dábamos el perfil de cuatro tipos intelectuales y jipis, y la gente no estaba preparada para eso”, se sonríe hoy, resignado, José María Guzmán (Madrid, 1952), el benjamín del cuarteto.

Portada del disco 'Señora azul', de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.
Portada del disco 'Señora azul', de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.

Adolfo Rodríguez también apela a un factor estacional: “Fuimos vistos como un grupo de invierno en un momento en que se llevaban los solistas y los grupos de verano, en la onda de Fórmula V o Los Diablos”. Y un repaso a Solo éxitos: año a año, el manual de Fernando Salaverri más fiable para historiadores de nuestro pop, corrobora esa percepción: entre las canciones que alcanzaron el número 1 aquella temporada constan La fiesta de Blas y Acalorado, además de ídolos masculinos como Roberto Carlos, Camilo Sesto, Juan Bau, Danny Daniel o Demis Roussos.

Nadie hoy, en cambio, disimula el asombro ante las 11 canciones originales (tanto Rodrigo García como Guzmán aportaron cuatro, Juan Robles Cánovas dos y Adolfo una, estas tres últimas con letras de Rodrigo) que se cocinaron a fuego lento en el barrio madrileño de Usera, en la casa familiar de los Robles, y cobraron forma definitiva en la mítica sede del sello Hispavox en la calle de Torrelaguna, “unos estudios más grandes que Abbey Road y a su mismo nivel tecnológico”, según Guzmán.

Una edición especial (en vinilo azul, qué menos) servirá para conmemorar a partir del 11 de octubre este medio siglo de vida de Señora azul, un hito fonográfico al que conviene sumar la publicación de las entretenidísimas memorias de Adolfo, Por el camino púrpura (ediciones Sílex). Quien también fuera actor y cantante de Los Íberos da cuenta a la periodista Concha Moya de un periplo vital casi novelesco, rico en aventuras pintorescas como las experiencias iniciáticas en el Torremolinos descocado de los años sesenta o sus nueve años de residencia en Suecia, adonde emigró por amor, aprendió el idioma e hizo fortuna como protésico dental, un oficio sobre el que carecía del menor conocimiento previo.

Aquellos primeros Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán tuvieron algo de prodigio y de milagro, de dream team súbito y fugaz en la misma temporada en que Cruyff tomaba al asalto el Bernabéu. Queda de todo aquello el recuerdo de una obra formidable a la que el tiempo solo ha hecho crecer, a veces en direcciones insospechadas: Solo pienso en ti se convirtió en 1982 en la sintonía de cabecera de la telenovela diaria venezolana Ligia Elena, interpretada por el galán Guillermo Dávila durante cuatro temporadas; y la hasta ahora mucho menos divulgada Supremo director se ha convertido en emblema para los directos de los cántabros Los Estanques, un alabado cuarteto de pop psicodélico cuyos integrantes provienen de la generación milenial.

La banda, en una imagen de 1984.
La banda, en una imagen de 1984. Chema Conesa

Prevalece también, sin duda, la amargura ante la oportunidad perdida, el desaprovechamiento de una alianza tan fabulosa y fugaz. La canción Señora azul, a veces leída erróneamente en clave de oposición al franquismo, era en realidad una diatriba contra esos críticos musicales engreídos que “imponen su terca voluntad” y “desde la barrera suelen ver toros que no son y parecen ser”. Y la prensa especializada fue, en efecto, la primera en no darse por enterada. “Más allá de Vicente Cagiao y Manolo Fernández, que siempre fueron muy entusiastas con nosotros desde Popular FM, y de Juan María Mantilla en Radio Peninsular, no nos prestó atención casi nadie”, resume Guzmán.

Pero buena gana de buscar causas ajenas: la puntilla al proyecto se la asestó el propio grupo cuando decidió no defender aquel flamante repertorio desde los escenarios. De entrada, los cuatro prefirieron ejercer como músicos de acompañamiento de Karina, a la que Hispavox andaba reinventando entonces con el álbum Lady Elizabeth y con la que el propio Rodrigo García emprendió un romance bastante aireado por la prensa del corazón de la época. Y el mismo García fue quien a la postre prefirió ganarse el jornal como músico de sesión (Mocedades, Juan Pardo, Rocío Jurado…) en lugar de llevar una sola vez al directo aquellos cortes que hoy son historia pura de la música española, desde El vividor a El río, Si pudieras ver o Don Samuel Jazmín.

Tanto Adolfo como Guzmán suspiran cuando piensan en la oportunidad clamorosa que dejaron pasar en aquellos años de rutilante plenitud artística. “No éramos un grupo sino una cooperativa, una unión temporal en la que cada uno pensaba las cosas a su manera y no anteponía el interés general”, se lamenta el primero. “Adolfo y yo abogábamos más por tirar de carretera y manta”, arguye Guzmán, “pero Cánovas y Rodrigo eran más echados para atrás, más miedosos. Yo me sentía pletórico, lleno de energía y con ganas de comerme el mundo, pero… no pudo ser”. La formación, de hecho, tardaría 10 años en reflotar con dos trabajos consecutivos, Queridos compañeros (1984) y 1985, al año siguiente, para los que tampoco hubo quórum a la hora de salir a la carretera. Como Rodrigo, Adolfo y Guzmán (Cánovas se había apeado) reaparecieron en 1994 con un álbum homónimo y bastante menos inspirado. Y no se animaron a actuar juntos hasta 2004, a raíz del reconocimiento que supuso el recopilatorio conmemorativo Gran reserva: 30 años.

Guzmán, Cánovas y Adolfo, durante un concierto en 2014.
Guzmán, Cánovas y Adolfo, durante un concierto en 2014. HUGO ORTUÑO (EFE)

Verlos debutar en directo aquel otoño, aunque fuera con tres décadas de retraso, en la madrileña sala Galileo Galilei fue un episodio mágico, pero también un espejismo. La reconciliación y el fervor intergeneracional que ya suscitaba Señora azul propició que CRAG pensaran en un golpe en la mesa definitivo, un gran álbum de reencuentro en el que cada uno aportaría equitativamente tres nuevas canciones, para evitar suspicacias, recelos o distingos. “Había muy buen material”, relata Adolfo, aún dolido, “pero cuando yo anuncié que contaría con un letrista externo para dos de mis canciones y que la tercera sería en inglés, Rodrigo me las vetó todas. Y esa fue la ruptura definitiva. Hasta hoy”.

Así de agridulce es el periplo de estos cuatro caballeros que no han parado de trabajar en distintas direcciones, pero que nunca brillaron tanto como durante los efímeros periodos en que confluyeron sus caminos. Los nuevos oyentes que con la efeméride y la reedición descubran ahora Señora azul se quedarán atónitos, media centuria después, con la finura vocal e instrumental de aquellos 35 minutos, con el desparpajo de aquellos pipiolos que asumían sus propios arreglos. “Rafael Trabuchelli [el ilustre productor y orquestador milanés] nos dejó hacer y deshacer cuando comprobó que sabíamos lo que nos traíamos entre manos”, anota José María Guzmán, que incluso ejerció de violonchelista mientras Rodrigo también asumía en primera persona el violín. Ah, y la comunidad LGTBI no saldrá de su asombro ante una oda lésbica de la hermosura de María y Amaranta, concebida también por Rodrigo 16 años antes de aquel Mujer contra mujer con la que Mecano creyó en 1990 abordar una temática inédita en nuestra música popular.

Desde la izquierda, Adolfo y Guzmán, en 2014.
Desde la izquierda, Adolfo y Guzmán, en 2014.

Queda para siempre, eso sí, “lo bueno que un día hicimos juntos”, como decía la canción de 1984 Queridos compañeros. Perdura el recuerdo gracias a Por el camino púrpura, las apasionantes y esclarecedoras memorias de Adolfo, a las que se sumará en no muchos meses la autobiografía de Guzmán, de título provisional Bajo el signo de Piscis. Podemos curiosear en las digresiones de Rodrigo a través de su blog, Reflexiones del hipocampo, donde se posiciona nítidamente con los postulados de la derecha y denuncia “los ribetes de pretensión progre de flexibilidad superflua”. Y haremos mejor si rebuscamos en otras escuchas vinculadas a Señora azul, que dejaremos anotadas aquí por si el algoritmo anda a por uvas: el fabuloso único disco de Solera (1973), donde Guzmán y Rodrigo compartían alineación con los hermanos malagueños José Antonio y Manuel Martín; el elepé homónimo de Los Íberos (1969), grabado en Londres por un Adolfo jovencísimo y también adelantado a su tiempo; el extraordinario debut en solitario de Guzmán, El país de la luz (1978), que no se publicó en CD hasta el año 2000 y pide a gritos una reedición en condiciones; o los devaneos progresivos de Cánovas con Franklin, la banda que producía Teddy Bautista y contaba con el liderazgo de un púber Antonio García de Diego, con los años lugarteniente de Miguel Ríos y, sobre todo, Joaquín Sabina.

Como resumiría Carrusel, el tema inaugural de Señora azul: “Luces de colores, música de ayer / Palpitando días felices”.

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