La Oreja de Van Gogh: el inesperado renacer del grupo de la España que iba bien
El cancionero de la banda que arrasó a finales de los noventa y primeros años 2000 vive un momento de reivindicación gracias al público joven y a aquellos que antes los tachaban de cursis
Existe mucha gente a la que le gustaba La Oreja de Van Gogh y no lo sabía. Más aún: a algunos les chirriaba la música del grupo donostiarra, pero ahora resulta que están cantando La playa. Y lo hacen mientras la banda actúa en el Starlite, Marbella (el pasado miércoles), ese bronceado ciclo de conciertos donde una cerveza cuesta 10 euros. Es el caso de Marta, Ainhoa y Raúl, todos treintañeros. Existe otra variante, la de Ernesto. Le regalaron sus padres El Viaje de Coppercot (segundo disco del quinteto, año 2000) por su cumpleaños número 13, siguió al grupo unas temporadas más, pero luego, en la Universidad, abrazó fervorosamente el indie. Sidonie, Astrud, La Casa Azul… “Pero recientemente he vuelto a La Oreja. No sé, me recuerda a mi preadolescencia y he reconectado con esas letras tan sencillitas”, señala Ernesto, 38 años, sin dejar de mirar al escenario. Ahora están interpretando Soledad.
Efectivamente, La Oreja de Van Gogh vive un momento de intensa reivindicación. Mirar las fechas de su extensa gira es refrendar que algo está ocurriendo con este grupo nacido en 1996 y que ha pasado por turbulencias de calado, la más notoria la deserción, en 2007, de su cantante, Amaia Montero. Las relaciones entre ella y los cuatro varones colapsaron y la vocalista apostó por una carrera en solitario que no ha terminado de despegar. Amaia fue sustituida casi de inmediato por Leire Martínez, exconcursante de Factor X, y así llevan desde entonces. Pero nunca tan requeridos como ahora. Incluso forman parte de festivales de corte indie o juveniles, como Boombastic o Arenal Sound. La impresión es que no solo alcanzan esta condición estelar por el episodio del pasado 21 de julio en el Bernabéu, cuando la colombiana Karol G invitó sorpresivamente a Amaia para interpretar el clásico de grupo Rosas. Ese momento funcionó como un segundo motor, pero la máquina ya estaba en funcionamiento.
¿Por qué justo ahora La Oreja de Van Gogh? Enrique Aparicio (Albacete, 35 años) lleva ejerciendo de DJ desde hace 10 años. “Cuando empecé a pinchar en festivales indies me hacían la señal con el dedo de te voy a rajar el cuello cuando sonaba alguna canción de La Oreja. Ahora las pongo y la gente se vuelve loca de entusiasmo. Eso está ocurriendo: los prejuicios de algunas generaciones ya no funcionan. Ponen pop en una discoteca y nadie se niega a bailar”, explica por teléfono Aparicio, seguidor de La Oreja de Van Gogh, analista cultural, conductor del podcast ¿Puedo hablar! y escritor. Mucho que ver con este renacer del quinteto se debe adjudicar a la nostalgia, “que es el mayor activo que tienen bastantes grupos y festivales y que produce una sensación imbatible: el estar en un concierto y sin ser especialmente fan saberse seis canciones enteras. Eso tiene un atractivo incomparable”, apunta Aparicio.
Gloria Terrón debe retroceder mucho para localizar ese recuerdo. Tiene 25 años y se encuentra en Starlite con unas amigas de la misma edad. “Mis padres ponían sus discos desde que yo era un mico”, señala antes de ver por segunda vez al grupo, esta vez en Marbella. La primera fue en Arenal Sound (Burriana), hace dos años, un festival donde la media de edad es de 18 a 24 años, público que coreó las canciones de La Oreja al igual que las de otros ídolos del momento, como Lola Índigo, Bizarrap, Duki o C. Tangana, que también actuaron en aquella edición.
La cantante María Escarmiento (32 años), procedente de Operación Triunfo 2018 y desde entonces con carrera sólida, realizó hace un año y medio una versión electrónica de uno de los éxitos de La Oreja, Puedes contar conmigo. El tema suma 16 millones de reproducciones en Spotify y la madrileña dice que no hay noche que no reciba en sus redes un vídeo de gente de marcha coreando el tema. “Quería hacer un tema que se cantara a pleno pulmón estando de fiesta. Y enseguida fui a La Oreja. Porque su música es eso: yo voy a un karaoke y quiero entonar sus temas”, cuenta por teléfono Escarmiento justo antes de viajar para un concierto. La artista recibió por parte de su madre y cuando contaba con nueve años el regalo del segundo disco de los donostiarras. “Creo que la gente de mi generación está en un momento de reivindicar cosas que escuchábamos en nuestra infancia, que durante un tiempo no lo considerábamos cool y ahora hemos superado eso. Se trata de poner en valor nuestra cultura popular, con la que nos hemos criado. Cosas superinteresantes que relacionábamos con la comercialidad y ahora nos hemos dado cuenta de que tienen mucha calidad, musical y cultural”, cuenta la Escarmiento.
Frecuentemente tachadas de cursis, son precisamente las letras del quinteto las que ofrecen un carácter atemporal a las canciones. Tanto en letra como en música el repertorio clásico está compuesto casi siempre con la participación de Amaia (voz), Xavi San Martín (teclados) y Pablo Benegas (guitarra). Hace una semana la actriz Esther Expósito (24 años) publicaba en su cuenta de Instagram (26 millones de seguidores) unas fotos veraniegas de ella de vacaciones con sus amigas y amigos con el texto “récord del mundo en querernos”, frase extraída de Rosas. En la época del poetuit y del obligado texto para el estado de ánimo de las biografías de redes sociales, las cándidas frases de La Oreja funcionan como provechoso caladero. Para “quiero entrar a tu garito con zapatillas” (Zapatillas, El Canto del Loco) ha pasado mal el tiempo (desde hace años muchos van de fiesta en deportivas), pero nadie puede discutir la vigencia de “la vida pasaba y yo sentía que me iba a morir de amor”, por muy ñoño que suene. “Sí, había gente que decía que eran cursis, pero a mí me daba igual. Incluso ahora me encanta el dramatismo y la hipérbole de las letras. Y luego están las melodías, claro, tan grandiosas como la de Muñeca de trapo”, apunta Escarmiento.
Otro aspecto que infla el interés por la banda es la figura de Amaia Montero, que representa el tan morboso concepto de juguete roto, con sus ausencias y presencias, algunas poco afortunadas en las redes sociales y otras alimentadas por diferentes odios injustificados. Lleva casi dos décadas sin pertenecer al grupo, pero desde su compleja cueva sigue alimentado la leyenda del quinteto. “Para mí solo existen La Oreja con Amaia. Eran como nuestros Mecano, que pertenecían a la generación de mi hermano. Yo los asocio a mis primeros amores. Y me siguen gustando aquellos discos. De hecho vas a locales de copas y los pinchan mucho. Creo que las canciones aguantan bien el tiempo. En contraposición con cosas de Rosalía más complejas, La Oreja es música sencilla, pegadiza y fácil de escuchar”, cuenta Cristóbal Herrera, 43 años, periodista y seguidor.
La Oreja de Van Gogh surgió en unos agitados años noventa en San Sebastián. Pablo Benegas, guitarrista del grupo e hijo del dirigente socialistas Txiki Benegas, cuenta es su reciente libro Memoria (Plaza & Janés, 2024) la presión que vivió en el colegio por un entorno que simpatizaba con ETA, amenazas de muerte a su padre incluidas. “Creo que conectamos con la sociedad con canciones que hablaban de que, a pesar de todo lo que pasaba, podías coger el autobús 28, mirar las estrellas y la luna, enamorarte. Era una música sin odio, sin rabia”, señala Benegas en una entrevista con EL PAÍS publicada el pasado 9 de junio.
En una sociedad tan politizada que casi exigía el posicionamiento ellos optaron por vaciar su discurso de todo contenido político, salvo en alguna excepción y no de forma muy explícita. “Sus letras son de un vacío tan recargado que resultan admirables. Es imposible no decir nada de una forma tan rococó. Con mucho uso de diminutivos, palabras muy poco poéticas (como “igual que el mosquito más tonto de la manada”, de Deseos de cosas imposibles). Es su nadismo brillante, la verdad”, cuenta Aparicio. Y añade: “Es muy significativo que su canción política más explícita sea una historia de amor enmarcada en el 11-M [Jueves]. Es el mínimo común denominador del mensaje político”.
Sus composiciones sonaron en la radiofórmula con insistencia desde el principio. Soñaré, incluida en su primer álbum, Dile al sol, alcanzó el número uno de Los 40 Principales en noviembre del mismo año de su edición, 1998. Luis Merino (69 años) dirigía la emisora en aquel momento. “Cuando se presentó a la reunión de los martes de Los 40 no todo el mundo estaba de acuerdo en apostar por ellos. Pero el sonido era fresco, renovado y sencillo, que eran las claves para que un grupo funcionara. Apostamos muy fuerte y funcionó de maravilla. Ese mismo año ganaron el premio Ondas a artista revelación y llegaron a las Navidades del 98 con 300.000 ejemplares vendidos”. Desde la prensa musical con ínfulas se les miraba por encima del hombro. Les consideraban melifluos, la quintaesencia de lo comercial. El bando masculino del grupo exhibía para rebatirles (sin mucha pasión, eso sí) que nombraban a La Buena Vida (banda indie también de Donosti) en una canción (Cuídate) y que admiraban a Björk o Radiohead.
Ellos y El Canto del Loco se convirtieron en grupos omnipresentes: sonaban en la radio, en los supermercados, en las discotecas, encadenaban giras… “Existen etapas en el pop en las que hay una intención de complicar las cosas, con producciones e instrumentaciones complejas. Y la gente joven se desconecta y demanda algo más básico. Es el momento en el que surge La Oreja, un producto fresco, como en su momento fue Mecano, la sencillez”, señala Merino. “Y con memorables melodías”, destaca Aparicio, quien también explica aquellos finales de los noventa desde el prisma sociológico: “Las dos legislaturas de Aznar [de 1996 a 2004] y esa España que iba bien son La Oreja de Van Gogh. La sociedad española de antes de la crisis se pudo permitir ser lo menos crítica posible y lo más disfrutona, porque la economía iba bien. La vida parecía más sencilla… si tenías los privilegios adecuados, claro”.
En el otro extremo surgía ese España va bien de Ska-P, con la que se identificaba la otra parte de la población, a la que le costaba llegar a fin de mes o vivía desesperada en la cola del paro. “No tengo ni un puto duro, estoy en la puta calle. / Me he quedado sin currelo. / No he pagado la hipoteca, han expropiado mi casa y casi voy al talego”, cantaban en 1998 los vallecanos. Pero en 2007, con la crisis económica a la vuelta de la esquina, llegó la ruptura con Amaia y todo cambió. Una consulta rápida entre los asistentes al concierto de Marbella arroja la siguiente conclusión: la mayoría de los seguidores respeta la etapa de Leire (que lleva ya más años que Amaia), pero suspira por una reunión del quinteto original, algo que, según las fuentes consultadas, está lejos de producirse.
Mientras, el quintero actual, todos en los cuarenta, se blinda: en previsión de que les bombardeen con preguntas sobre Amaia (y más ahora tras lo del Bernabéu), han decidido no conceder entrevistas que no sean meramente promocionales. Entre otras cosas, la presencia de Leire ha aportado continuidad al proyecto. Gracias a ella y al resto del grupo el repertorio clásico se ha seguido interpretando en concierto, además de puntuales actualizaciones. Un dato para constatar lo consciente que es el grupo de la fuerte impronta de su pasado: han publicado los mismos álbumes (cuatro) en los once años con Amaia que en los 16 con Leire. El último trabajo de la banda suma ya cuatro años, Un susurro en la tormenta, 2020.
El concierto en Starlite termina. Una hora y 45 minutos donde el grupo ha sonado bien, con una espléndida Leire a la voz que han disfrutado 3.500 personas (lleno). En algún momento alguien ha voceado nombres del pasado (“¡que vuelva Amaia!”), acallados inmediatamente por unos piropos enviados a Leire: “¡Guapa, reina!”. El grupo cierra el recital con 20 de enero y pincha para despedir al público y ya sin instrumentos Girls and Boys. Pocos de los asistentes parecen conocer en clásico de Blur.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.