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Juan Carlos Calderón: el hombre incapaz de decir no

Un nuevo libro recoge la extraordinaria trayectoria del autor de ‘Eres tú', que trabajó con los más grandes de su época como Serrat, Aute o Víctor Manuel y Ana Belén y que llevó mal al decadencia de la industria musical

Juan Carlos Calderón, compositor musical, fotografiado el 21 de octubre de 2008.
Juan Carlos Calderón, compositor musical, fotografiado el 21 de octubre de 2008.
Diego A. Manrique

Juan Carlos Calderón (1936-2012) lo fue todo en el pop melódico: compositor, arreglador, productor. Triunfó a lo grande, tanto en España como en Latinoamérica; marcó época en los años de vacas gordas del negocio musical y llevó mal el agostamiento de esa industria rumbosa. Declaraba que su gran amor era el jazz, pero, aunque esa querencia se filtrara sibilinamente en su obra, apenas desarrolló esa vocación. Como Walt Whitman, podía afirmar “yo soy inmenso y contengo multitudes”.

Cada uno tiene su Calderón. Un bohemio muy de derechas. Un elitista que aseguraba que el mejor whisky llevaba la marca DYC. Un dictador que se ponía totalmente al servicio del artista de turno. Una libido muy viva que alimentaba un repertorio tanto romántico como erótico. Un perfeccionista que aceptaba encargos deplorables. El progenitor de una fórmula dorada que se negaba a modificar.

El libro Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú? (Editorial Milenio) es la destilación de la tesis doctoral de la musicóloga Mar Norlander, realizada en complicidad con los hijos del protagonista, Jacobo y Teresa Calderón. Su alcance es exhaustivo: cubre incluso las bandas sonoras hechas para Pedro Masó y otros cineastas entre 1966 y 1981, con atención extra a Carola de día, Carola de noche, frustrado intento de Jaime de Armiñán de sublimar la trayectoria vital de Marisol en un relato de intriga internacional. Para Calderón, el cine supone licencia para experimentar, aprovechando sobre todo la otredad propia de las películas de terror.

Sus primeros trabajos destacados le sitúan como hábil sastre para la emergente canción de autor: Serrat, Aute, Massiel, Alberto Bourbón y, más adelante, Víctor Manuel y Ana Belén. Para entonces, ha descubierto el filón de los grupos vocales, ejemplarizado por los formidables Mocedades (y su pareja satélite, Sergio y Estíbaliz, más la posterior reencarnación como El Consorcio). Gente disciplinada, que necesita composiciones, arreglos, director de orquesta y productor. Papeles que asume gustosamente Juan Carlos Calderón, dotado de oído absoluto y voluntad de triunfar.

La flexibilidad de Calderón le permite medirse con astros emergentes (Miguel Bosé, Ricky Martin) y dotar de contenido al tránsito de Luis Miguel hacia la edad adulta, materializado en media docena de álbumes. Le motiva potenciar la complicada carrera de los “hijos de”, bajo la sombra de figuras como Lola Flores (Lolita), Enrique Guzmán (Alejandra Guzmán) o Dyango (Marcos Llunas).

Uno sospecha que Calderón abrazaba todos los encargos que le caían. Se esfuerza en los llamados desenterrados, discos donde se conjuran duetos entre artistas de actualidad y algún difunto: Nino Bravo, Cecilia, José Alfredo Jiménez. Se lo plantea como reto técnico, ajeno a cuestiones morales o estéticas. Son carencias evidentes: para el especial de David Bustamante que TVE graba en Santander en 2002, Calderón compone Cantabria, supuestamente “para hacer algo por mi tierra”: un poco original tema de salsa (sí, la España de Operación Triunfo era así de friqui).

Aparte del minucioso análisis musical, Mar Norlander pone el foco en las letras de Calderón. Se enfatizan los amores imposibles (de Secretaria a La fiesta terminó) pero también brillan las descripciones de la pasión, incluso sadomasoquista: recuerden Rómpeme, mátame, del trío Trigo Limpio, luego retomada por Siniestro Total en clave de latin rock. Los conflictos matrimoniales son una veta inagotable: ellas, las cantantes, escenifican las historias más tortuosas, generalmente relacionadas con la infidelidad.

Para muchos creadores, los festivales de la canción son territorio radioactivo. Seguro de sus poderes, Juan Carlos Calderón acepta los riesgos y tiene suerte: la suntuosa Eres tú, defendida por Mocedades en Eurovisión 1973, es su creación más universal. Pero se va desencantando. En Eurovisión 1985 pincha con Paloma San Basilio y se pregunta si todos los países tienen jurados tan disparatados como el de TVE: doce famosos, de Emilio Butragueño a Francisco Umbral, ninguno particularmente melómano.

Veinte años después, arremete contra la imagen de país que difunde Prado del Rey. En carta al diario ABC, asegura que “la música popular que se hace ahora no es más que chabacanería y chirigota; hemos pasado del seudoflamenco, ya tan usado en la dictadura, a una caricatura de la música árabe. O sea, que estamos haciendo una música peor que en posguerra”. El motivo de su furia no sería ciertamente lo más vergonzoso enviado por TVE: Brujería, por Son de Sol, simplemente seguía la pauta de Las Ketchup.

Aunque Calderón dominaba la tecnología digital, hasta el final prefirió trabajar con grandes orquestas y los mejores instrumentistas de base, en estudios de primera categoría. Pero ya no había presupuestos para tales alardes. Ese mismo año, 2005, daba una conferencia titulada Mi aventura musical, donde desvelaba sus trucos del oficio. Aunque incompleta, esa confesión está reproducida en las páginas finales del libro de Mar Norlander. No se la pierdan.

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